"El pensamiento
ecológico moderno tiene
sus antecedentes en dos hechos
históricos fundamentales
que marcan una ruptura radical
en los tipos de relaciones con
la naturaleza y sus representaciones,
que la humanidad había
conocido hasta el Siglo XV.
Esos hechos
históricos son, en primer
lugar, la colonización
material del planeta por parte
de los europeos, que se desarrolla
intensamente a partir de los
primeros viajes de Cristóbal
Colón al continente americano;
en segundo lugar, la revolución
industrial que da lugar a nuevas
formas de organización
del trabajo y al surgimiento
de las teorías del liberalismo
económico, que consideraron
los recursos naturales como
infinitos.
Durante el
siglo que terminó, las
grandes catástrofes ecológicas
en Chernobyl, Basilea (Suiza),
el "Exxon Valdez",
Bophal (India), Minamata (Japón),
Seveso (Italia), "Torrey
Canyon", "Amoco Cadiz",
el Golfo llamado Pérsico
durante la guerra Irak-Irán
y la invasión de Kuwait
y la catástrofe de Armero
en Colombia, expresan cada una
a su manera las iras de la tierra,
los riesgos en que incurre Prometeo
por jugar con el fuego de los
dioses, las consecuencias ecológicas
de la industrialización
a ultranza y la vulnerabilidad
de los ecosistemas, en particular
los marinos y costeros.
Son catástrofes
ecológicas que, sumadas
a la constante y progresiva
degradación de los ecosistemas
planetarios y al cambio climático
global, habrían de producir
un considerable impulso a la
evolución de una conciencia
ecológica planetaria.
Desde mediados
del siglo XX, sobre todo después
de la utilización altamente
destructiva de la energía
nuclear en Hiroshima y Nagasaki,
la ecología ha afianzado
en la conciencia de la opinión
mundial una creciente preocupación
sobre las relaciones de los
humanos con la naturaleza, la
concepción misma de las
sociedades y los problemas sobre
las relaciones entre las ciencias,
las técnicas, la investigación,
la educación, la sociedad,
la política, la violencia,
la ética, el derecho
e incluso la religión.
Una novedosa
metodología para la comprensión
de los componentes globales
de una misma realidad planetaria
demanda una visión nueva
del mundo y una ética
nuevas.
Según
expresión del filósofo
Michel Serres, hemos entrado
en un período en que
la moral se ha vuelto objetiva.
Las contaminaciones
y la degradación del
medio ambiente son ya un hecho
de civilización que ha
adquirido dimensiones planetarias.
La especie
humana violenta el movimiento
global de la naturaleza y podría
incluso comprometer a largo
plazo su propia supervivencia.
La crisis
es de civilización y
la respuesta debe ser una política
también de civilización.
En cuanto
al Estado Colombiano, es preciso
señalar que su institucionalidad
centra prioritariamente esfuerzos
en el conflicto armado interno,
mientras la realidad de los
conflictos ambientales, dinamizados
por causas tales como la lucha
por la apropiación de
los recursos naturales y una
justa distribución de
la riqueza, es a menudo disfrazada
por la ambigüedad de discursos
y programas oficiales.
Los conflictos
ambientales producen enormes
pérdidas en términos
de riqueza nacional.
Entre ellas,
la de los recursos humanos por
enfermedades, discapacidades
y muertes directas a causa de
un medio insano y desplazamientos,
procesos que son estructurales
y para los cuales el estudio
de la problemática ambiental
debe proponer acciones estratégicas
realistas y urgentes.
El primer
y más grave problema
ambiental es la pobreza, la
miseria y el hambre de miles
de millones de seres humanos
en el planeta que carecen de
los elementos esenciales para
su supervivencia.
En los albores
de un tercer milenio y teniendo
en cuenta los grandes avances
de la ciencia y la tecnología,
la pobreza y el hambre constituyen
un verdadero insulto a la conciencia
de toda la humanidad.
De las situaciones
extremas de pobreza y de otros
problemas que le son conexos,
tales como los desequilibrios
en la propiedad y la explotación
de la tierra principalmente
en los países subdesarrollados,
se derivan diversos problemas
ambientales, tales como la proliferación
de enfermedades, los altos índices
de mortalidad, la deforestación
y la explotación de zonas
ecológicamente importantes
a la cual se ven forzadas millones
de personas en el mundo.
Aproximadamente
1.500 millones de seres humanos
-de los cuales el 70% son mujeres-,
es decir, un cuarto de la población
mundial, vive en condiciones
de extrema pobreza, con menos
del equivalente a un dólar
(U$S 1) por día, carentes
de oportunidades y servicios
y a menudo excluidos con base
en criterios de etnia, casta,
geografía y género.
Son problemas
globales cuya solución
no puede ser dejada a "las
fuerzas del mercado".
Amartya Sen,
Premio Nóbel de Economía,
ha identificado la necesidad
no tanto de reconocer el rol
positivo de los mecanismos del
mercado en la generación
de ingresos y riquezas, sino
la importancia de que esos mecanismos
funcionen en el marco de muchas
instituciones, guiadas por las
prácticas democráticas,
los derechos humanos, medios
de comunicación libres
y abiertos, facilidades para
educación y salud básicos,
seguridad económica,
respeto al medio ambiente y
más derechos y libertades
para las mujeres.
La crisis
del medio ambiente no significa
la revisión de la plataforma
tecnológica o de las
recetas económicas sino
la revisión de los fundamentos
ideológicos de la cultura,
que permita construir una sociedad
verdaderamente democrática
enmarcada en los principios
del desarrollo sostenible.
Durante el
siglo que terminó, las
restricciones a las actividades
de los seres humanos, que ponen
en peligro su propia existencia
y su bienestar, han hecho aparecer
nuevos valores éticos
y filosóficos que están
ejerciendo considerable influencia
en las relaciones ser humano
- naturaleza.
Así
por ejemplo, el reconocimiento
de la responsabilidad de las
generaciones actuales para con
las generaciones futuras ha
provocado el surgimiento de
nuevas políticas de gobierno,
lo mismo que nuevos enfoques
jurídicos.
La invitación
de la obra de Hans Jonas a inventar
una nueva democracia, que incluya
una ética de responsabilidad
se hace tanto más estimulante
en la confusión del milenio
que comienza, con la implosión
de la utopía marxista,
con el agotamiento del modelo
tradicional de democracia, con
la arremetida del industrialismo
contra los ecosistemas de la
tierra y con la acentuación
de las desigualdades planetarias.
El mensaje
de Jonas sobre nuestra obligación
de tomar en cuenta las generaciones
futuras sigue intacto: sin consideración
de la humanidad por venir no
habrá ecología
política, ni habrá
derecho ambiental, ni será
posible construir una ética
ambiental.
La necesidad
de elevar ciertos valores al
rango de ética ambiental
internacional como condición
para la supervivencia de la
humanidad, fue reconocida explícitamente
por el Informe Bruntland, documento
que constituye una especie de
carta de navegación del
ambientalismo mundial.
Sin embargo,
es preciso afirmar que el pensamiento
sobre las relaciones ser humano-naturaleza,
no es, de ninguna manera, reciente.
El Antiguo
Egipto constituye la referencia
primera de la simbiosis entre
el hombre y la totalidad de
los demás seres, desde
el nacimiento hasta la asociación
con el ciclo del dios solar.
Para los pueblos
de la América Precolombina,
la opción dominante fue
la familiaridad intima con la
naturaleza.
De igual forma,
la idea de integración
a la naturaleza está
muy presente en el pensamiento
greco-latino.
Sócrates
y Platón establecieron
que el bien supremo y la ley
(nomos) del desarrollo obligan
al alineamiento de las aspiraciones
del hombre con el orden ideal
inscrito en la estructura total
del universo.
Platón
precisó que la polis
será justa en la medida
en que reproduzca el orden natural
simbolizado por el sol, cuya
contemplación lleva a
la contemplación del
bien.
La gran ruptura
de la concepción de las
relaciones con la naturaleza
se sitúa en la Europa
del Siglo XVI.
Descartes
diseña el objetivo de
la disciplina del espíritu
con el fin de hacernos amos
y señores de la naturaleza.
Los sistemas
de pensamiento de Galileo y
de Copérnico habían
ido en la misma dirección,
a fin de erguir la razón
humana frente a los objetos
naturales.
Este movimiento
se desarrollará hasta
el Siglo XX no exento de debates,
criticas y confrontaciones teóricas,
que incluyen el pensamiento
de Rousseau con su llamado a
un regreso a la naturaleza en
su célebre obra "Emilio
o de la Educación";
los impulsos espléndidos
de las corrientes del romanticismo
con Víctor Hugo a la
cabeza y el grito de revuelta
del naturalismo con el "Germinal"
de Zolá.
El pensamiento
de la Ilustración es
uno de los máximos aportes
al despertar del hombre sobre
sí mismo y su naturaleza
ya que establece que el hombre
como ser universal, solo es
producto de lo cultural: el
hombre nace bueno y la sociedad
lo modela.
Pregona que
todos son iguales y ha generado
una serie de herramientas que
se han socializado alrededor
del mundo, especialmente referidas
al derecho.
Sin embargo,
la limitada disponibilidad de
medios económicos, las
dinámicas sociales y
hasta las posibles predisposiciones
genéticas a una determinada
acción, parecen mostrar
una tendencia natural a la asimetría
entre los seres vivos, incluido
el hombre.
Cualquiera
que sea su causa u origen, el
estudio de los males planetarios
presentes lleva a concluir inexorablemente
que la especie humana ha infringido
gravemente las leyes de la naturaleza.
Toda su acción
se ha reducido a simplificar
los ecosistemas, a canalizar
la producción en un sentido
estrictamente antrópico
y a desactivar los ciclos de
conversión de las sustancias
vivientes.
De esta forma,
la especie humana ha modificado
la faz del globo hasta el punto
de destruir la armonía
del cuadro en el cual estaba
llamada a vivir.
En estos tiempos
de la globalización,
que no puede limitarse exclusivamente
a lo comercial y a lo financiero,
es urgente continuar una apertura
del pensamiento occidental a
las concepciones filosóficas
de Oriente.
Las filosofías
de Oriente, en particular el
Budismo, conllevan un respeto
a la vida en todas sus formas
y manifestaciones; todas proceden
directamente de Dios y se identifican
a una parte de El.
El ser humano
hace parte metafísica
de un vasto complejo del cual
no representa sino un elemento.
En un influyente
ensayo publicado en 1967, Lynn
White mostró que la capacidad
humana para generar daño
y destrucción al medio
ambiente se desencadenó
con los avances científicos
y técnicos de occidente
a partir de la edad media y
que esos avances ocurrieron
en un contexto social conformado
por la tradición religiosa
judeo-cristiana.
Según
White, cuyas opiniones habrían
de provocar ásperas discusiones,
"el cristianismo occidental
es la religión más
antropocéntrica que el
mundo haya conocido", pues
sitúa al hombre en una
actitud de "mayordomía
ambiental" con respecto
a la "creación".
Una reflexión
crítica sobre las relaciones
entre religión, naturaleza
y medio ambiente, debe estar
entre los puntos principales,
si no el principal, de la Agenda
de nuestra Fraternidad Ecológica.
Por otra parte
resulta insoslayable el grave
impacto y el peligro que para
el ambiente y la naturaleza,
representan modelos de sociedad
en los cuales las actividades
de los individuos y sus organizaciones
e instituciones, encuentran
su motivación principal
en el lucro, la acumulación
de riquezas y el poder de sojuzgamiento
de unos grupos o naciones por
otras.
La depredación
ecológica perjudica a
la humanidad, pero sólo
se explica, por que de ella,
cualquiera sea el tipo de sociedad
en que se practique, siempre
hay unos que obtienen beneficios,
generalmente económicos.
Los impactos
ecológicos negativos,
tampoco se distribuyen uniformemente,
generalmente afectan con mayor
rigor a los pobres y a los débiles.
La lucha por
el futuro de nuestro planeta
no puede limitarse a la adopción
de leyes y tratados o al establecimiento
de impuestos y tasas fiscales,
por muy eficaces que sean los
mecanismos para hacerlos efectivos.
El trabajo
por la defensa de la naturaleza
debe motivar los más
profundos resortes del alma
colectiva en lo simbólico,
lo ético y lo estético.
Es ahí
donde la Francmasonería
en general y esta Fraternidad
Ecológica en particular,
tienen su principal campo de
acción.
En un país
donde, en la coyuntura histórica
presente, las fuerzas desenfrenadas
de la muerte se han hecho tan
feroces, la Fraternidad Ecológica
del Arrayán Negro se
propone trabajar incansablemente
y de forma organizada por el
rescate de la vida como supremo
valor.
Bien escribió
André Malraux que "la
vida no vale nada, pero nada
vale lo que vale una vida.
En un medio
donde tantos charlatanes y gurús
en pose de redimir a la humanidad
se libran a la descripción
de todos los escenarios posibles
del "apocalipsis ecológico",
nos proponemos someter al escrutinio
de la razón y de la reflexión
serena los problemas ambientales
de los colombianos en el contexto
planetario, incluyendo el más
grave de todos: la miseria y
la injusticia social.
El trabajo
por la búsqueda de soluciones
a nuestros graves problemas
ambientales no será posible
por fuera del estado de derecho,
el respeto a los derechos humanos
y la democracia, entendida ésta
como el espacio político
donde se dirimen las demandas
de los actores sociales organizados.
De igual forma,
es urgente trabajar por un mejorado
equilibrio entre los llamados
"Norte" y "Sur"
del planeta, respondiendo a
los desafíos que presentan
los efectos perversos de la
globalización, asumiendo
sin embargo las bondades y los
efectos positivos de ese fenómeno.
Es ese el
nudo central de nuestro reto.
La aspiración
a la realización de una
justicia y una democracias articuladas
al respeto de la naturaleza
implica, necesariamente, un
cuestionamiento a las lógicas
del capitalismo a ultranza.
La defensa
de las comunidades pobres afectadas
por impactos ambientales se
enfrenta comúnmente a
una dificultad mayúscula:
el tratamiento político
y judicial de los problemas
ambientales, requiere de conocimientos
técnicos especializados,
a menudo de varias disciplinas
profesionales.
Por su alto
costo, las comunidades pobres
y las minorías étnicas
no cuentan con esos recursos,
que pueden ser pagados por el
gobierno y por las grandes empresas
nacionales y extranjeras.
Romper esta
asimetría y poner nuestros
conocimientos pluridisciplinarios
en el tema ambiental, al servicio
de la defensa de las comunidades,
es una perspectiva de trabajo
para nuestra Fraternidad Ecológica.
Como masones
nos corresponde aprender, pero
desde luego también construir.
Es con esa
visión con la que podemos
emprender en la Fundación
Arrayán Negro, desde
lo ambiental, una labor para
hacer de éste un mundo
más fraterno, libre e
igualitario para nuestros hijos
y las generaciones que nos sucederán.
"La instrucción,
el amor y la caridad deben hacer
hermanos a todos los seres racionales,
así en las alegrías
de la felicidad como en los
dolores de la desventura".
Proponemos
esta trilogía como referente
ético para la solución
de muchos problemas planetarios.
Si bien es
antropocéntrica, implica,
en primer lugar, investigar,
conocer y educar; en segundo
lugar, basar las motivaciones
en el amor y en tercer lugar,
compensar los azares de la ventura
y los desequilibrios en las
opciones de acceso a recursos
que posibilitan diferentes productividades
humanas por medio de la fraternidad
y la justicia.
Frente al
reto planetario, el Masón
no puede conformarse con la
contemplación pasiva
del bien, sin llevar a cabo
un activo combate contra el
mal. De forma reiterada la liturgia
invita comenzar todo esfuerzo
por la transformación
personal. Debemos volvernos
ecologistas como personas: "estudiad
vuestra naturaleza, registrad
vuestra conciencia, dominad
vuestro corazón, expulsando
de él todo sentimiento
innoble".
Si la Hermandad
significa buscar siempre la
igualdad de los hombres por
encima de los lazos de sangre,
la tarea del hombre y la de
nosotros como masones: es construir
la igualdad; generar el pensamiento
activo basado en los valores
de libertad, solidaridad y reconocimiento
a los derechos humanos; humanizar
los conflictos y establecer
los métodos que hagan
posible la dignificación
real y universal del Ser en
armonía con la naturaleza.
En su inolvidable
poema "Amers", Saint
John Perse escribió que
"de la Mar no será
cuestión sino de su reino
en el corazón del hombre".
De análoga
manera podemos decir hoy en
este Manifiesto que la cuestión
fundamental de esta Fraternidad
Ecológica será
el reino de la naturaleza y
de las fuerzas creadoras de
la vida en el corazón
de los colombianos.
Las palabras
claves siguen siendo las mismas:
instrucción, amor y fraternidad.
"Bogotá,
Mayo de 2003"
Fuente: Argenpress
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