En el año
1945 Estados Unidos decidió
no lanzar una bomba atómica
sobre Kyoto por la "importancia
cultural" de esta ciudad. Casi
sesenta años después,
ha bombardeado el Protocolo de medio
ambiente que se firmó en esa
ciudad hace cinco años con
las consiguientes consecuencias de
esa decisión para el planeta.
Durante este lustro se han sucedido
conferencias, cumbres y reuniones
con resultados prácticamente
estériles. La temperatura del
debate ha ido aumentando. La de la
Tierra también.
En los últimos años,
algunos miembros de la comunidad científica
se escandalizaban ante las voces de
alarma que se empezaban a levantar
en la sociedad alertando sobre el
peligro que supone el aumento de la
temperatura de la Tierra. Para acallar
estas voces se creó en 1988
el Panel Intergubernamental sobre
el Cambio Climático (IPCC)
cuya misión era demostrar que
no había nada que temer ante
este fenómeno "natural".
Lo presuntamente natural
es hoy una realidad amenazante científica
y empíricamente comprobada.
En 1995, el IPCC comunicó que
"las pruebas consideradas en
su conjunto sugieren que puede discernirse
una influencia humana sobre el clima
global", lo que debería
inducir a los gobiernos a plantearse
un cambio de conducta ante el medio
ambiente. El Cambio Climático
Global ha dejado muy clara la globalización
de los problemas ambientales. Es imposible
e inútil enfrentar uno de los
problemas más apremiantes de
la temática ambiental si no
es una empresa que involucre a todas
las naciones.
La Organización Mundial de
la Salud advierte de que un pequeño
ascenso de temperatura puede causar
un aumento dramático de muertos
debido a eventos de temperaturas extremas,
esparcimiento de enfermedades como
malaria, dengue y cólera; sequías,
falta de alimentos y carencia de agua.
Según un informe de 1996 de
la Organización de las Naciones
Unidas para la Agricultura y la Alimentación
(FAO) sobre los efectos del cambio
climático en la producción
de cereales, se calcula que en el
año 2060 el número de
personas que morirán de hambre
en el mundo habrá aumentado
en más de trescientos millones.
Según los últimos estudios,
esta cifra se puede alcanzar veinte
años antes de lo calculado.
Hasta ahora los países pobres
eran los más afectados y los
países desarrollados giraban
la cabeza para no atender estos problemas.
Pero las expectativas de futuro han
empeorado de tal manera que también
estos países sufrirán
las consecuencias del desgaste desmesurado
que el hombre ha hecho de la Tierra.
Por el aumento del nivel del mar a
causa del deshielo de los polos, Nueva
York puede acabar sumergida bajo las
aguas del Océano Atlántico;
el medio-oeste norteamericano (fuente
agrícola de Estados Unidos)
se transformará en desierto
y gran parte de los países
europeos tendrán que cambiar
todos sus cultivos porque los tradicionales
no soportarán las nuevas temperaturas.
La economía ha sido la principal
razón de los países
desarrollados para no cambiar sus
políticas medio ambientales.
Los presupuestos norteamericanos del
año que viene para la ayuda
a la protección del medio ambiente
de los países pobres se ven
reducidos en casi diez millones de
dólares. George Bush no es
consciente de que en 1996, uno de
los cinco años más calurosos
de la historia, las pérdidas
por desastres climáticos ascendieron
a más de sesenta mil millones
de dólares. Un mal negocio.
El número de huracanes, terremotos
o volcanes en erupción ha aumentado
en los últimos diez años
por la acción del ser humano.
En el último siglo la temperatura
se ha incrementado en un grado centígrado,
el mayor cambio climático de
los últimos diez mil años.
Pero en el siglo XXI se estima que
la temperatura variará entre
dos grados y medio y cinco; algo insostenible.
No es una política sana para
la humanidad aplazar la búsqueda
de soluciones para el futuro, cuando
ya sea tarde. La atmósfera,
el medio ambiente y sus procesos no
tienen en cuenta los tiempos de reacción
de los periodos humanos.
Christian Sellés
Periodista
Agencia de Información Solidaria
chselpe@yahoo.es
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