Todos estamos
habituados a ver por televisión
diversas especies de aves empetroladas.
Pingüinos, gaviotas y cormoranes
con las alas negras y el pico
pastoso son imágenes
que han dado la vuelta al mundo
y son hoy símbolo de
la contaminación. Se
sabe mucho menos, sin embargo,
de los seres humanos empetrolados,
víctimas de la misma
negligencia.
Al hablar de derechos humanos,
tenemos que recordar que en
cualquier sociedad la gente
que no tiene acceso a la vivienda,
al trabajo, a la educación
o a la salud es la misma que
no puede respirar aire limpio,
beber agua potable y que vive
sobre suelos contaminados.
Déjenme que les cuente
una historia. Acabamos de regresar
de un viaje a la provincia del
Neuquén, en un punto
del inmenso desierto patagónico.
Allí recorrimos el yacimiento
gasífero y petrolero
Loma de La Lata, el más
importante del país y
uno de los mayores de América
Latina, a cargo de la empresa
española Repsol, la actual
dueña de YPF. Durante
su largo período de administración
estatal, YPF estuvo concebida
como una empresa que promovió
el desarrollo regional, como
una manera de compensar los
daños que su actividad
provocaba sobre el terreno.
Hoy la única función
YPF es extraer hidrocarburos
y llevarse las ganancias al
exterior, ya que sus dueños
no están obligados a
reinvertirlas en el país,
ni mucho menos a compensar los
daños que provocan. Las
consecuencias ambientales de
esta actividad minera son tan
graves, que resultan difíciles
de imaginar.
El paisaje es opresivo. En
la árida meseta patagónica
aparecen, como juguetes dispersados
por un gigante, las bombas de
extracción del petróleo,
las "cigüeñas
de acero", como dice el
poeta Armando Tejada Gómez.
El paisaje está herido
por caminos y picadas, y surcado
de caños en todas direcciones.
Cada tanto, un mechero inmenso
quema los gases sobrantes: "Antes
no los quemaban. Hasta hace
poco, vivíamos todo el
tiempo con los olores de estos
gases", nos dice el guía.
En ese lugar, la empresa Repsol-YPF
explota los recursos mineros
en el mismo sitio en el que
viven dos comunidades mapuches.
Mapuche significa "gente
de la tierra"; para ellos,
la vida es inimaginable fuera
de sus tierras ancestrales.
Por eso, no tiene sentido comprárselas
y enviarlos a otro lado. "El
hombre pertenece a la tierra",
dice el jefe de las comunidades
mapuches, y suena realmente
extraño, por esas vueltas
de la vida, escuchar aquí
a un indio verdadero citar las
palabras de un indio apócrifo,
inventado por un guionista de
Hollywood y repartido en todo
el mundo por las Naciones Unidas.
La empresa asegura que el agua
subterránea no está
contaminada, pero los pobladores
se quejan de enfermedades provocadas
por beber de una napa en la
que se han dejado filtrar las
aguas de purga de la explotación.
Hoy esos pobladores tienen plomo
y mercurio en la sangre, y,
después de un juicio,
la empresa debe proveerles de
agua potable en bidones. Sin
embargo, ¿con qué
agua se bañarán?
¿Qué beberán
los animales, que hoy están
muriendo? Acabo de ver morir
a cabritos que nacieron deformes.
Tal vez la explicación
esté en los arroyos:
el agua es espesa y las plantas
acuáticas tienen un borde
aceitoso.
"¿Cómo les
explican ustedes a los animales
que no tomen el agua de los
arroyos?", me pregunta
uno de los mapuches. En el informe
realizado por el equipo técnico
que asesora a estas comunidades,
aparecen referencias a nacimientos
deformes de animales domésticos
y también al temor de
que ocurra lo mismo con los
seres humanos: "Esto que
les han dicho a las mujeres,
que no pueden tener familia,
nosotros lo hemos visto en los
animales", dice uno de
los testimonios. "Han salido
animales afectados, que al nacer
pelados no sabemos si son chivos
o ratones, o animales que parecen
canguros. El año pasado
tanta fue la pérdida,
se murieron tantos chivos...
Salieron animales sin cabeza,
con las dos orejas y sin la
cabeza; puras orejitas, y eso
es lo que se está viendo
hoy día."
"Más temor con
las mujeres. Si los animales
salieron con ese defecto, qué
podemos esperar con las personas",
dice otro testimonio. "Es
algo terrible que ni un padre
ni una madre pueden soportar.
Por eso las mujeres y los hombres
nos tenemos que cuidar. El nuevo
problema que tenemos es que
los chicos van a ser hombres
y mujeres, y no sabemos si van
a poder tener hijos..."
Un derrame de petróleo
aparece primero como una mancha
sobre el terreno, una sustancia
semejante a barro negro que
va desparramándose sobre
el suelo. Al principio, la velocidad
horizontal es mayor que la vertical,
la mancha se expande primero
y, después, poco a poco,
va absorbiéndose. La
distribución del contaminante
depende del tipo de suelo y
de los desniveles que tenga
el terreno. Nosotros no podemos
ver lo que pasa debajo de la
tierra, pero las plantas lo
perciben y nos lo muestran.
Hay plantas que alargan sus
raíces hasta alcanzar
la napa freática (es
decir, la primera napa de agua
subterránea). Se las
denomina "freatófitas".
Esas plantas van descendiendo
por la tierra hasta que, en
vez de agua, encuentran petróleo.
En ese momento mueren envenenadas
y se quedan secas en su sitio.
El manchón de jarillas
secas en superficie tiene la
exacta forma de la mancha de
petróleo debajo del suelo.
Hasta hace poco, la empresa
sostenía que el agua
de las napas no estaba contaminada.
Recorremos la zona; cada tanto,
unos tubos permiten acceder
a la napa para analizarla. Uno
de los indios arroja un tachito
con una cadena dentro. Se escucha
una salpicadura en el fondo
y poco después vemos
un agua oscura. "¿Les
parece que esto es potable?",
pregunta. "La empresa siempre
dijo que sí. Veamos."
Vuelca un poco del agua oscura
sobre una piedra, le acerca
un fósforo y el agua
arde en una alta columna de
fuego.
Más allá, las
piletas de petróleo han
sido tapadas con tierra en vez
de saneadas y en cualquier lugar
hay tanto petróleo en
la superficie que el suelo mismo
puede arder.
A partir del juicio efectuado
por las víctimas, acaba
de construirse una planta de
distribución de agua
corriente. La toman del río
próximo, que también
está sospechado de estar
contaminado. Los colaboradores
de los mapuches estudian los
planos de esa planta y descubren
que no tiene previsto ningún
procedimiento para depurar el
agua de los hidrocarburos que
pueda contener. Sólo
una cloración elemental,
lo que agrava los riesgos, ya
que los compuestos clorados
de hidrocarburos son más
peligrosos aún que los
hidrocarburos mismos. Los representantes
de las comunidades afectadas
me informan que se niegan a
beber un agua que no ofrece
las mínimas garantías
de potabilidad.
Cuando el derrame de petróleo
no es en Galicia sino en el
Río Neuquén, no
sale en los medios. Los pobladores
que no son indios no han sido
mejor resguardados por la empresa.
A poca distancia del borde del
área en explotación
se encuentra la localidad de
Añelo, un pequeño
pueblo perdido en el desierto.
La mayor parte de sus habitantes
se queja de fuertes dolores
en las articulaciones. Añelo
tiene un tanque de agua municipal
que distribuye el líquido
sin tratamiento alguno.
Estamos en la casa de una familia
de pobladores. Dentro del depósito
del baño el agua huele
a hidrocarburos. En los bordes
el agua ha dejado un residuo
negro y pastoso. "Lo limpiamos
hace un par de meses",
dice el dueño de casa,
quien tiene residuos semejantes
en su organismo. "Los meses
que podemos pagar agua envasada
nos sentimos un poco mejor",
agrega, "pero ya tenemos
la contaminación dentro
del cuerpo." Estos vecinos
han sido amenazados por denunciar
el estado del agua, amenazas
que se extendieron también
a los farmacéuticos que
la analizaron.
En todas partes, la explotación
petrolera provoca desastres
ambientales, pero en muy pocos
lugares del mundo se han tolerado
abusos tan graves como en Neuquén.
¿Acaso porque las víctimas
son pobres o son indios a nadie
le importa? ¿Hay conductas
racistas en este infierno contaminado?
¿O tal vez esta negligencia
esté expresando la decadencia
de un sistema político
puesto al servicio de las empresas
internacionales?
Antonio Elio
Brailovsky para
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