La marea negra originada
por el naufragio del buque tanque
Prestige, frente a las
costas gallegas, y el posterior choque
a lo largo de la costa francesa entre
un petrolero turco y un pecio nave
que ha naufragado pero que subsiste
bajo las aguas como un obstáculo,
eventualmente errante, para la navegación
reavivan la polémica en torno
de los riesgos que para el ecosistema
acarrea la constante agresión
de que lo hace objeto el hombre.
Este ataque continuo
se deriva de los requerimientos de
expansión productiva, de intercambio
comercial, de aceleración de
las comunicaciones, de la anulación
del espacio y de la saturación
del cielo, la tierra y los océanos
por el flujo sin cesar creciente del
tráfico.
Esta carrera para
devorar la tierra no es atribuible
sino a la inconsciencia respecto de
los estragos que los actuales desastres
están preanunciando y a la
indiferencia hacia la suerte de las
inmediatas generaciones, a las que
les tocará compartir el lote
de un planeta devastado.
No hay una estricta
determinación de carácter
ideológico para diagnosticar
este cáncer que corroe al mundo.
Si el capitalismo siempre ha sido
desdeñoso de las consecuencias
de los actos cumplidos para mantenerse
fiel a su naturaleza de no reconocer
otro principio que el del provecho
inmediato, los experimentos del socialismo
cumplidos a lo largo del pasado siglo
no lo hicieron mejor. Más bien
al contrario, en su esfuerzo por igualar
a su contrincante arruinó paisajes
y generó lastres de contaminación
atómica y de otra naturaleza,
que hoy mismo penden como una espada
de Damocles sobre las poblaciones
de la ex URSS y países aledaños.
En el caso de los
petroleros mencionados, el tema es
especialmente crítico porque
la cantidad de fuel liberado en
especial en el del Prestige,
que cargaba 77.000 toneladas de combustible
diesel y que ya ha vertido más
de 20.000 de ellas al mar, afecta
a uno de los caladeros más
importantes de Europa, arruina a una
industria pesquera floreciente y ensucia
uno de los paisajes más bellos
de la ribera española.
La marea negra ha
afectado a miles de pájaros
de especies diferentes y se estima
que provocará la desaparición
del 40 por ciento de las aves protegidas
de la Costa de la Muerte, simbólico
título que tienen esos bellos
parajes así denominados por
la cantidad de naufragios que allí
se producen. Salpicada de escollos
y castigada por las tormentas, la
Costa de la Muerte tendrá ahora
otro motivo para añadir lustre
a su fúnebre fama.
Pero el desastre
del Prestige y la colisión
del Vicky no son sino
una expresión de un fenómeno
mundial que anualmente arroja 10 millones
de toneladas de petróleo al
mar por año... Los estragos
causados al ecosistema por esta sangría
negra son enormes. Pero puesto que
hoy por hoy no se han encontrado opciones
alternativas a los aceites minerales
pesados para hacer que el mundo prosiga
andando sobre ruedas, se hace necesario
que los organismos mundiales instrumenten
paliativos para al menos impedir mayores
daños.
En este sentido
la legislación internacional
ha previsto normas sensatas que deberían
ser de aplicación obligatoria.
Dado que la mitad de los vertidos
de petróleo que se producen
en el mundo procede de los barcos
de transporte de crudo, se ha dispuesto
recomendar el doble casco para evitar
pérdidas en caso de una colisión.
Se trata, de alguna manera, de fabricar
barcos dentro de otros barcos, pues
el mamparo interior del tanquero debe
estar separado por dos metros de la
pared exterior del casco. Pero la
medida será obligatoria sólo
a partir de 2015; y actualmente son
pocos los que cumplen con el requisito.
Las razones de esta
renuencia son obvias. El doble casco
reduce la capacidad de transporte
de fuel en un 10 por ciento y aumenta
el coste de construcción del
barco en un 25 por ciento.
¿Deben sin
embargo las razones económicas
privar sobre lo que obviamente es
un riesgo infinitamente mayor, como
la generación de daños
irreversibles en el ecosistema?
La necesidad de
ir avanzando hacia la creación
y funcionamiento de entidades de contralor
y gobierno mundiales se pone aquí
de manifiesto, no tanto por la necesidad
de acortar los tiempos respecto de
este tipo de medidas, sino en lo referido
a los controles que deben realizarse
sobre los navíos que transportan
cargamentos tan sensibles y peligrosos.
Los accidentes de los petroleros están
relacionados estrechamente con el
hecho de que muchos de ellos enarbolan
banderas prestadas por estados que
no han suscrito los acuerdos internacionales
que obligan a cumplir con las normas
de seguridad. Terminar con las patentes
piratas sería entonces también
una forma, tal vez la más directa
de todas, de comenzar a situar al
tráfico globalizado en un ámbito
previsible y manejable.
Fuente: La Voz del
Interior
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