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Contaminación
y efecto invernadero,
los dos grandes males
que señala
Sartori |
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Con el 31
de diciembre de 2000, el siglo
XX se cierra de verdad; y con
el primero de enero de 2001
empieza de verdad el siglo XXI.
Pero hemos hecho bien en festejar
el cambio de milenio dos veces.
Porque si la locura humana no
encuentra una píldora
que la pueda curar, y si esa
píldora no la prohíben
los locos que nos quieren ver
multiplicándonos incesantemente,
el "reino del hombre"
llegará a duras penas
al 2100. A este paso, en un
siglo el planeta Tierra estará
medio muerto y los seres humanos
también.
Quien quiera disfrutar, que
lo haga rápido. Porque
la certidumbre del mañana
es incierta (siempre lo es)
para cada uno de nosotros, pero
es cierta en cambio para la
especie, para el homo sapiens.
A menos, decía, que se
descubra rápidamente
una píldora antilocura.
Todos saben, aunque se hagan
los tontos, que el planeta Tierra
es finito, y que por eso no
puede sostener a una población
en crecimiento infinito. Y la
"no sostenibilidad"
de nuestro llamado desarrollo
ya es un hecho más que
cierto.
El único punto incierto
de la catástrofe ecológica
en curso es el del agujero en
la capa de ozono, que nos podría
"quemar" dejando penetrar
los rayos ultravioleta. Este
agujero ha alcanzado una extensión
que más o menos triplica
la de Estados Unidos. Y es importante
no sólo por sí
mismo, sino también porque
al día de hoy es el único
peligro que hemos sido capaces
de afrontar. El ozono se destruye
por los gases usados para la
refrigeración y como
propulsores en las garrafas.
No era difícil prohibirlos
y después de trece años
los efectos de esta prohibición
(que data de 1987) parece que
se están dejando notar.
Pero la persistencia de esos
gases en la estratósfera
se ha previsto mal (resulta
que ha sido mayor de lo que
se pensaba), y por tanto no
es seguro que dentro de medio
siglo ya no exista el agujero
en la capa de ozono. En cualquier
caso, en este frente cabe esperar
una mejora. Pero en todos los
otros sólo podemos esperar
empeoramientos.
Empecemos por el efecto invernadero,
es decir, el del recalentamiento
de la Tierra provocado, en primer
lugar, por el anhídrido
carbónico, por los carburantes
y por el carbón. En la
resolución de este problema,
estamos a cero. La conferencia
de La Haya de noviembre de 2000
ni siquiera ha ratificado la
modesta reducción, para
dentro de diez años,
de las emisiones nocivas decidida
en Kioto en 1997. De modo que
el anhídrido carbónico
aumenta cada vez más
a pesar de que sus efectos sobre
el cambio climático son
cada día más evidentes
y devastadores. Entre esos efectos
está el crecimiento del
nivel de los mares a medida
que los hielos polares de la
Antártida se licuan;
pero sobre todo y en lo inmediato
ha cambiado la pluviosidad,
lo que por un lado provoca desastrosas
inundaciones y por otro crea
vastas zonas de sequía.
El hecho es que el agua es cada
vez más insuficiente.
Ya hoy más de cinco millones
de personas mueren cada año,
en las zonas más míseras,
por beber agua contaminada.
Ya hoy más de un quinto
de la población mundial
sufre escasez de agua potable.
Para 2025 se prevé que
2000 millones de individuos
no dispondrán de agua
bebible. Por supuesto que podemos
quitar agua de la agricultura
y aprovecharla mejor. Pero así
no la trasladamos de donde hay
a donde no hay. Y es risible
la pretensión de que
podremos remediarlo desalinizando
los mares.
Está además la
desertización o la erosión
del top soil, de la cubierta
vegetal y orgánica que
fertiliza el suelo (una capa
de 2 centímetros que
exige mil años). Al día
de hoy, casi 2000 millones de
hectáreas de tierra cultivable
y pasto -una extensión
parecida a la suma de las de
Estados Unidos y México-
están degradadas. Ello
pone en peligro la alimentación
de casi 1000 millones de bocas
a las que hay que dar de comer.
Y se calcula que si la desertización
y la degradación del
suelo continúan al ritmo
actual, en cincuenta años
Africa perderá la mitad
de su tierra cultivable mientras
su población ascenderá
(si la mayoría sobrevive)
a 2000 millones de personas.
Está por último
la destrucción de los
bosques. Los árboles
no sólo oxigenan el aire
absorbiendo el anhídrido
carbónico, sino que también
salvan el top soil frenando
la erosión provocada
por las aguas de lluvia; además,
aumentan las reservas de agua
de las laderas permitiendo la
filtración de las lluvias
en el subsuelo. Pues bien, la
deforestación continúa
a lo grande. Ya hemos perdido
cuatro quintas partes de los
bosques que existían
antes de que el hombre se dedicase
a su destrucción. Y casi
la mitad del último quinto
está en peligro porque
cada año se talan 16
millones de hectáreas
de bosque (dos veces Australia):
una devastación que por
supuesto no se compensa con
la reforestación. Y también
porque los árboles talados
para producir papel son replantables,
pero no puede decirse lo mismo
de los árboles que eliminan
(el 60 por ciento) quienes buscan
nuevas tierras de cultivo para
quitarse el hambre.
¿Y todo esto por qué?
¿Por qué ocurre?
Los desiertos que crecen; y
los peces, los animales, los
árboles, la tierra cultivable
y el agua que disminuyen, todo
este enorme conjunto de desastres
no está causado por cierto
por el dióxido de carbono,
o anhídrido carbónico,
que ya existía hace cincuenta
años (y que es benéfico
y necesario), sino por su desproporcionado
aumento; un aumento que a su
vez está provocado, en
última instancia, por
una explosión demográfica
que todavía nadie detiene.
En 1500 éramos sólo
500 millones en total; a principios
de 1900 éramos 1600 millones;
hoy somos 6000 millones. En
un solo siglo la población
del mundo se ha triplicado con
creces. Unicef denuncia el drama
de 30.000 niños que mueren
cada día de enfermedades
curables. No considera un drama,
en cambio, que cada día
la población del mundo
crezca en más de 230.000
personas, lo que significa casi
7 millones al mes, 84 millones
al año. Cada año
nace así más de
dos veces la población
de España. A este paso
en 2015 habremos crecido 1000
millones más; y en 2050
seremos, se calcula, nueve o
diez mil millones.
¿Hemos enloquecido? Sí,
quien favorece tal hormiguero
humano debe de haber enloquecido.
Se responde que la caída
de los nacimientos en los pueblos
subdesarrollados llegará
"naturalmente" (¿cuándo?
¿cuando seamos 15.000
millones?) con el desarrollo
económico. Pero no es
así, en absoluto. Porque
el aumento incontrolado de los
nacimientos es, a la vez, causa
y efecto de pobreza y de subdesarrollo.
Y además, atención,
cuando seamos, en hipótesis,
el doble que hoy (12.000 millones),
la Tierra habitable será,
en hipótesis, la mitad
de lo que es hoy. No sé
si el siglo XX ha sido largo
o corto. Pero me temo que sé
que si el cambio de milenio
no nos hace abrir rápidamente
los ojos, el siglo XXI será
un siglo corto.
El desastre del petróleo
que contamina las islas Galápagos
nos impresiona; el desastre
del planeta Tierra, no. Nos
impresionan las cosas (pequeñas)
que podemos ver concretamente
en imágenes; pero sin
cosas visibles y para cosas
demasiado grandes (un conjunto
de millones de Galápagos)
los ojos de la mente se entornan
y el pensar en serio se sustituye
por el pensar alegre. Y así
llego yo a ser rechazado como
"apocalíptico".
El fin del mundo, me aseguran
los alegrepensadores , no nos
alcanzará. Cierto, no
ocurriría si abriéramos
los ojos y nos pusiéramos
manos a la obra. Pero habrá
un "mal final" si
prestamos oídos al que
sólo sabe tocar madera.
Nostradamus es muy turbio; pero
una de las posibles interpretaciones
de sus profecías es que
el mundo se acabará cuando
la Pascua caiga el 25 de abril.
Desde 1566, el año de
la muerte de Nostradamus, esta
coincidencia ya se ha producido
cuatro veces. La próxima
será en 2038. Y si en
el pasado no había ningún
motivo para sospechar que el
mundo estuviera en peligro,
para 2038 esa sospecha está
muy fundada. Lo digo incluso
yo que creo que el astrólogo
debe morir. Pero para hacerlo
desaparecer debemos escucharle.
Siempre hay que esperar y no
desesperar. Desesperar es un
error porque induce a la resignación,
a la inercia. Pero otro error
del mismo calibre es esperar
el milagro y, mientras se espera,
hacer como si nada y así
no hacer nada. En cambio, hay
que confiar en lo esperable.
Y aquí me pregunto en
qué medida cabe esperar
la salvación por la tecnología.
Anteriormente ya he subrayado
las culpas: contaminación
y efecto invernadero. La otra
cara de la moneda es que la
tecnología descubre también
las medicinas que las curan,
y por tanto que sus progresos
pueden curar esos daños.
La gran esperanza está
en construir una economía
energética "limpia"
que obtenga la energía
del hidrógeno. Pero el
hidrógeno hay que producirlo,
y los dos métodos conocidos
para ello no resuelven el problema.
El primer sistema de obtención
de hidrógeno es su extracción
a partir del metano. Aquí
el inconveniente es que esta
transformación tiene
como subproducto el anhídrido
carbónico. Además,
también el metano se
acabará. El segundo método
es su extracción a partir
del agua, por electrólisis.
Lástima que este procedimiento
exija grandes cantidades de
energía eléctrica
que hoy es en gran medida "sucia",
tanto la generada por centrales
nucleares como por hidrocarburos
y carbón. Por lo tanto
estamos ante un círculo
vicioso. (...)
Entonces ¿puede salvarnos
la tecnología? Sí,
pero también puede rematarnos.
Y nos matará con seguridad
si aceptamos la pretensión
de que el problema no es el
desarrollo sino el subdesarrollo.
A población creciente,
desarrollar el subdesarrollo
sólo puede producir un
colapso de hiperdesarrollo.
Fuente: Suplemento
Enfoques
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