Este año,
¿hemos tenido más calor
que de costumbre? Las mediciones dicen
que sí. Como también
que el clima sigue siendo cada vez
más inestable y extremo. En
Europa agosto ha sido, hasta ahora,
terrible, y antes junio fue inusualmente
tórrido, y julio, inusualmente
lluvioso. Hace doscientos años
que esto no ocurría. Es decir
que no ocurría desde que se
empezaron a hacer mediciones de la
temperatura y de la lluvia.
¿Hay razones para alarmarse?
Por supuesto que sí. No estamos
frente a rarezas climáticas
que siempre se han producido. Por
el contrario, estamos presenciando
una tendencia constante de recalentamiento
de la Tierra. El mejor indicio de
esta tendencia son los hielos, que
evidencian la mayor descongelación
desde el fin de las glaciaciones.
El espesor y la superficie del casquete
polar ártico se están
reduciendo peligrosamente. En el siglo
pasado, los hielos del Macizo de Kenya
perdieron el 92 por ciento de su volumen;
los del Kilimanjaro, el 73, y nuestros
hielos alpinos, el 50 por ciento.
Y la pregunta crucial es si este recalentamiento
es atribuible a causas humanas (el
efecto invernadero de la polución
atmosférica) o bien a causas
naturales.
El hombre y el clima
Los partidarios de explicarlo por
causas naturales nos recuerdan que
la Tierra ya ha pasado muchas veces
de períodos de recalentamiento
a períodos de enfriamiento.
Sin remontarse a centenares de millones
de años, hace unos diez mil
años, Tasmania estaba unida
a Australia, y Gran Bretaña,
a Europa. Pero la descongelación
de hielos hizo subir el nivel de los
mares, hizo surgir el Canal de la
Mancha y transformó a Tasmania
en una isla. En tiempos más
recientes, nuestra Edad Media fue
particularmente cálida entre
1100 y 1400 (en aquel entonces los
vikingos cultivaban en Groenlandia),
mientras que en el período
1450-1850 se produjo un enfriamiento.
Es decir que el clima puede cambiar
por sí mismo. Pero no sabemos
por qué. Y si no sabemos por
qué, ¿cómo podemos
afirmar que también el recalentamiento
de nuestra época se debe a
causas cósmicas? En cambio,
algo cierto, algo seguro es que la
liberación de anhídrido
carbónico y de otras sustancias
nocivas produce un efecto invernadero
y, por ende, un recalentamiento.
De hecho, una mayoría significativa
de científicos da como muy
probable que el recalentamiento ocurre
por culpa nuestra. Los que dudan de
esto se basan en el argumento de que
hay antecedentes en el pasado: lo
que no prueba nada. En cambio, hay
motivos para dudar de la precisión
de las previsiones. ¿Cuáles
serán la magnitud y la velocidad
del recalentamiento, y, por consiguiente,
la naturaleza de las consecuencias
que provocará?
Los modelos de prueba con los cuales
tratamos de prever las variaciones
del clima son muy complejos. Sus previsiones
son: variaciones en aumento (según
los cálculos del Panel Intergubernamental
sobre Cambio Climático, creado
por la Organización Meteorológica
Mundial y el Programa de las Naciones
Unidas para el Medio Ambiente), en
este siglo entre 1,4 y 5,8 grados
centígrados. Pero el debate
sobre cuál previsión
será la acertada es inútil.
Como nunca lo sabremos con tiempo
suficiente, es necesario poner en
juego una lógica prudente según
la cual es sin duda estúpido
no hacer nada por impedir nuestra
producción de gases tóxicos
y nuestra multiplicación.
Pensar en nuestros hijos
Si el recalentamiento fuera natural,
estaríamos desahuciados, porque
un mundo trastornado por un clima
enloquecido que nos manda o bien demasiada
agua o bien nada de agua, evidentemente
no podrá mantener a los nueve
o diez mil millones de seres humanos
que George W. Bush, el Vaticano y
otros irresponsables nos están
regalando. En cambio, si el recalentamiento
es obra del hombre, producido por
nosotros y por el exceso de seres
humanos, si interviniéramos
con resolución aún podríamos
salvarnos. Es cierto que en materia
de supervivencia climática
estamos condenados a la incertidumbre.
Pero ¿por qué elegir
la incertidumbre más riesgosa,
o sea, la de la inacción?
Estamos viviendo días de vacaciones
despreocupadas. Pero es necesario
pensar un poco en nuestros hijos.
Porque no deberíamos dejarles
un mundo inhabitable. La cuestión
con respecto a la nube tóxica
gigante no es que sea una amenaza
para el clima. Es más bien
un preaviso del clima que vendrá.
Giovanni Sartori Para
Corriere della Sera y La Nación
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