Las inundaciones
de julio a septiembre de este año,
ocurridas en todo el mundo, entrarán
en la historia de las catástrofes
naturales como un triste recuerdo.
En una extensión jamás
vista desde el comienzo de los registros
meteorológicos de la modernidad,
regiones gigantescas quedaron inundadas
simultáneamente en Europa,
África, Asia, América
del Sur y del Norte.
Lluvias de intensidad
extrema con hasta 600 litros por metro
cuadrado, deslizamientos de tierra
y ríos desbordados destruyeron
las infraestructuras de provincias
enteras, aniquilaron la cosecha, provocaron
decenas de millares de muertes y dejaron
a millones de personas sin techo.
En el este de Alemania, una 'inundación
del siglo' paralizó toda la
vida económica.
Al mismo tiempo,
y exactamente a la inversa, otras
regiones, a menudo en el interior
del mismo país, fueron asoladas
por las catástrofes correspondientes
de la sequía. Así, si
las personas en el sur reseco de Italia
ya no podían bañarse
y la Mafia empezó a vender
agua en botellas, en el norte del
país áreas completas
estaban bajo las aguas y la vendimia
era destruida en su mayor parte por
los temporales.
Método
O el diluvio o nada
de agua: esta desproporcionalidad
posee un método. Como informan
las grandes empresas de seguros actuantes
en todo el mundo los daños
por temporales e inundaciones aumentan
de año en año: en Europa,
según datos del consorcio Allianz,
se cuadruplicaron sólo en la
primera mitad de 2002. Hace ya mucho
tiempo que hasta un niño sabe
que la 'violencia máxima' de
estas catástrofes no viene
de los dioses; tampoco se trata de
puros procesos naturales, exteriores
a la sociedad humana. Al contrario,
nos las tenemos que ver con alteraciones
de la naturaleza socialmente producidas,
sobre las cuales los ecologistas alertaron
en vano hace ya décadas. El
resultado son 'catástrofes
sociales de la naturaleza', que se
propagan de manera irreversible.
¿Por qué
la percepción de los nexos
ecológicos, existente hace
años, es socialmente ignorada
de un modo tan obstinado? Evidentemente
el problema de la relación
entre procesos socioeconómicos
y naturales debe ser reformulado a
fondo. La sociedad tiene una cualidad
diferente de la naturaleza. Aunque
no se extienda una muralla china entre
los seres vivos, los hombres se distinguen
fundamentalmente de las plantas y
de los animales, sea donde fuere que
resida esa diferencia y sea donde
fuere se deba buscar el umbral de
la transición.
Decía Marx
que lo que distingue al peor maestro
de obras de la mejor abeja consiste
en que la obra humana 'tiene que pasar
primero por la cabeza', o sea que
no es ella misma un proceso natural
inmediato, sino la reconfiguración
de la naturaleza por medio de la conciencia
liberada. Sólo con esto, por
supuesto, surge una relación
de naturaleza y cultura o de naturaleza
y sociedad. Esta relación contiene
una tensión que puede estallar
destructivamente. Puesto que procesos
sociales y naturales no son idénticos,
pueden chocar entre sí. Ningún
ser humano es simplemente capaz de
'vivir en armonía con la naturaleza',
como pretende la ideología
verde. De lo contrario, él
mismo sería simple naturaleza,
es decir, un animal. La sociedad no
es inmediatamente naturaleza, sino
'proceso de metabolismo con la naturaleza'
(Marx), esto es, remodelamiento y
'culturización' de la naturaleza
('culto' significaba originariamente
'cultivo de la tierra').
Para que este proceso
no lleve a fricciones catastróficas,
es indispensable una organización
racional de la sociedad. Razón
significa, en este aspecto, nada más
que una reflexión sobre los
nexos naturales de la conciencia y
un comportamiento correspondiente
en la reconfiguración social
de la naturaleza que evite la explotación
exhaustiva y absurda y los efectos
colaterales destructivos. Una organización
racional de la sociedad, sin embargo,
no puede limitarse al 'proceso de
metabolismo con la naturaleza'. La
razón es indivisible. Sin una
relación racional de los miembros
de la sociedad entre sí, esto
es, una relación que satisfaga
las carencias sociales, no puede haber
razón alguna ni remodelación
de la naturaleza. Como Hokheimer y
Adorno mostraron en la Dialéctica
de la Ilustración (edit. Trotta,
Madrid, 1994), un 'dominio sobre la
naturaleza' irracional, destructivo
e irreflexivo, y un idéntico
'dominio del hombre sobre el hombre'
se condicionan recíprocamente.
Dinámica
amenazadora
En este sentido,
todas las sociedades hasta hoy deben
considerarse irracionales, ya que
no se libraron de la irracionalidad
de la dominación. Incluso las
catástrofes sociales, como
las guerras o los flagelos del hambre,
y la destrucción de la naturaleza
se condicionan recíprocamente.
La dominación siempre es destructiva,
pues representa una relación
de poder no-reflexiva.
Definidas por relaciones
de dominación y sometimiento
en el nivel de las relaciones sociales,
las sociedades agrarias premodernas
también conocieron la destrucción
de los nexos naturales ligada a ello.
La calcarización de las orillas
del Mediterráneo, otrora cubiertas
de bosques, fue, como se sabe, consecuencia
del consumo inescrupuloso de madera
por las potencias antiguas, sobre
todo por el Imperio Romano. La construcción
de flotas de guerra desempeñó
aquí un gran papel.
Pero esa destrucción
de la naturaleza se limitaba a aspectos
aislados de la biosfera, no asumía
aún un carácter sistemático
y omnicomprensivo. Sólo la
maravillosa modernidad desencadenó
una dinámica que se volvió
de modo general una amenaza para la
vida terrestre, provocando en gran
escala aquellas 'catástrofes
sociales de la naturaleza'; y con
tanto mayor ímpetu cuanto más
la sociedad moderna se desarrolla,
convirtiéndose en un sistema
planetario total.
Sería improcedente
atribuir la dinámica de la
destrucción moderna de la naturaleza
exclusivamente a la técnica.
Evidentemente son los medios técnicos
los que intervienen directa o indirectamente
en los nexos naturales. Pero esos
medios no son responsables por sí,
son el resultado de una determinada
forma de organización social,
que define tanto las relaciones sociales
como el 'proceso de metabolismo con
la naturaleza'. El moderno sistema
productor de mercancías, basado
en la valorización del capital
monetario como fin en sí mismo,
se revela así, de una doble
manera, irracional: tanto en el macroplano
de la economía nacional y mundial
como en el microplano de la economía
industrial.
El macroplano, esto
es, la suma social de todos los procesos
de valorización y de mercado,
produce la coerción de un crecimiento
abstracto permanente de la masa de
valores. Esto lleva a formas y contenidos
nocivos de producción y a modos
de vida que no son compatibles ni
con las carencias sociales ni con
la ecología de los nexos naturales
(transporte individual, asentamientos
irregulares, destrucción del
medio ambiente, formación de
aglomeraciones monstruosas en las
ciudades, turismo de masas, etc.).
En el microplano
de la economía industrial,
las coerciones del crecimiento y de
la competencia conducen a una política
de 'reducción de costes' a
cualquier precio, sin importar si
el contenido de la producción
es en sí conveniente o nocivo.
Pero los costes no son en su mayor
parte objetivamente reducidos, sino
simplemente desplazados hacia fuera:
a toda la sociedad, a la naturaleza,
al futuro. Esta 'externalización'
de los costes aparece entonces, por
un lado, como 'desempleo' y pobreza;
por otro, como contaminación
del aire y del agua, desertización
y erosión del suelo, transformación
destructiva de las condiciones climáticas,
etc.
La posguerra
Las consecuencias
destructivas de este modo de producción
irracional sobre el clima y la biosfera
parecían ser al principio una
cuestión meramente teórica,
ya que se manifestaban en escala planetaria
sólo a largos intervalos. El
proceso de destrucción fue
preparado por dos siglos de industrialización,
acelerado por el desarrollo del mercado
mundial después de 1945 y agudizado
por la globalización de las
dos últimas décadas.
Repitiéndose a intervalos cada
vez más cortos y extendiéndose
por un número cada vez mayor
de regiones del globo, las catástrofes
de las inundaciones y de las sequías
anuncian los límites absolutos
de este modo de producción,
así como el desempleo y la
pobreza en masa, globales y crecientes,
marcan sus límites socioeconómicos
absolutos. El diluvio y la sequía
pueden ser explicados de manera precisa
como relaciones de causa y efecto
a partir de la lógica destructiva
del mercado mundial y de la economía
industrial. A escala continental y
transcontinental, la lluvia y los
temporales extremos y anormales, así
como, a la inversa, la escasez extrema
y anormal de agua son provocadas por
modificaciones climáticas,
que a su vez son el resultado de la
emisión industrial desenfrenada
de los llamados gases de invernadero
(clorofluorocarbonados). Estos gases,
que calientan artificialmente a largo
plazo la temperatura de la tierra,
son liberados en la producción
y en la operación de casi todas
las mercancías industriales
importantes, aunque existan también
otras posibilidades técnicas.
Fracaso de las
ONGs
A escalas regionales
menores, es una serie completa de
intervenciones en la naturaleza producidas
por la economía de mercado
la que lleva a la intensificación
de la nueva dimensión de los
temporales, llegándose a las
catástrofes de las inundaciones
que se extienden a lo largo de grandes
superficies: en los valles fluviales,
las tierras son industrialmente endurecidas,
las planicies a las orillas de los
ríos aniquiladas y convertidas
en regiones de comercio y construcción,
y los propios ríos, 'rectificados',
dragados y transformados en 'autopistas
de agua'.
Por un lado, en
consecuencia, el cambio climático
generado por la economía de
la industria y del mercado concentra
masivamente las lluvias, antes distribuidas
con uniformidad, en determinadas zonas;
por otro, en razón igualmente
de las prácticas inescrupulosas
del mercado y de la industria, los
volúmenes de agua se escurren
y se infiltran allí en una
medida mucho menor de lo que sucedía
en el pasado. Es cierto que los críticos
ecologistas demostraron estos nexos,
alertando sobre las catástrofes
que ahora se manifiestan realmente.
Pero siempre evitaron poner en cuestión
el principio económico determinante
como tal.
Teóricos
y ensayistas ecologistas, partidos
'verdes' y ONGs como Greenpeace se
rindieron todos ellos a los principios
'eternos' del capitalismo. Nunca desearon
algo diferente de una especie de 'lobby
de la naturaleza', insertado en el
marco exacto de la lógica que
destruye la biosfera. Todo el debate
sobre el llamado 'desarrollo sostenible'
ignora el carácter del principio
abstracto de la valorización
y del crecimiento, que no posee ningún
sentido para las cualidades materiales,
ecológicas y sociales y, por
ello, es completamente incapaz también
de tomarlas en consideración.
Absurdo por completo es el proyecto
de pretender que la economía
industrial contabilice en sus balances
los costes de la destrucción
de la naturaleza que ha acumulado.
Desde luego, la esencia de la economía
industrial consiste justamente en
el hecho de externalizar los costes
por sistema, costes que al fin ya
no pueden ser pagados por ninguna
instancia. Si de este modo encontrara
un freno, ya no sería ninguna
economía industrial, y los
recursos sociales para el 'proceso
de metabolismo con la naturaleza'
tendrían que ser organizados
de una manera cualitativamente diferente.
Es una ilusión creer que la
economía industrial vaya a
renegar de su propio principio. El
lobo no se hace vegetariano y el capitalismo
no se convierte en una asociación
para la protección de la naturaleza
y la filantropía.
Un 'lujo'
Como era de esperar,
todas 'cumbres' sobre la protección
del clima y de la sostenibilidad,
desde Río a Johannesburgo,
pasando por Kyoto, fracasaron de forma
lamentable, y la resistencia 'sostenible'
de los EE.UU, que no quieren perder
la alegría de su consumo de
potencia mundial, no fue la última
de las razones. Toda vez que el reequipamiento
perfectamente posible con otras tecnologías
pesaría en los cálculos
de la economía industrial y
reduciría las ganancias, es
rechazado y el gas-invernadero sigue
siendo emitido en grandes cantidades;
de la misma forma, la destrucción
del medio ambiente continúa
de manera desenfrenada. Entretanto,
la disposición para intervenciones
ecológicas en la economía
llegó a retroceder dramáticamente,
porque el fin del capitalismo de burbujas
financieras amenaza con estrangular
la economía mundial y, por
tal razón, la protección
de la naturaleza y del clima parece
ser sólo un 'lujo', el primero
en ser recortado. Bajo el shock de
la crisis económica, cada vez
más ex eco-activistas prominentes
se confiesan hijos del capitalismo,
y ya no quieren saber nada de una
limitación de la economía
industrial. Uno de éstos es
el 'científico político'
danés Björn Lomborg [autor
de El ambientalista escéptico],
que se volvió el predilecto
de la prensa económica y puede
viajar a todas partes como misionero
bien pagado de la industria, ya que
remite la catástrofe del clima
al reino de la fantasía y asegura
que, con la ayuda de la economía
de mercado global, todo quedará
cada vez mejor y hasta la naturaleza
empezará a valer.
Sin enfriamiento
Entusiasmado con
esa falsificación descarada
de los hechos, el Wirtschaftswoche,
órgano central del neoliberalismo
alemán, dedicó toda
una serie a las tesis de Lomborg.
En la última parte de la serie,
llegó puntualmente la gran
inundación. Meteorologistas
e historiadores constataron de común
acuerdo que hacía siglos que
no se registraban en Europa central
temporales e inundaciones de este
tipo. La alteración del clima
fue entonces directa y sensiblemente
perceptible, pues se trataba de tempestades
y aguaceros sin enfriamiento, como
los que sólo se conocen comúnmente
en las regiones tropicales. La catástrofe
subsiguiente de la inundación
en Alemania, en la República
Checa y en Austria, de igual forma
que en Asia, provocó daños
por billones de euros.
Debido a las arcas
vacías del Estado, el canciller
alemán Gerhard Schroeder tuvo
que poner en cuestión el pacto
de estabilidad de la Unión
Europea. La inundación asumió
dimensiones que afectan a la política
financiera. Es cada vez más
evidente: crisis económicas
y destrucción ecológica
se entrelazan en una catástrofe
global única. Las leyes físicas
no pueden ser manipuladas por las
estadísticas, y los 'pragmáticos
realistas' del sistema del mercado
global se hunden literalmente en el
agua sucia y en el fango.
Robert Kurtz - Argenpress.info
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