Los
militantes ecologistas se ganaron
la adhesión internacional,
y también el acendrado odio
de algunos sectores.
Todo comenzó
un 15 de septiembre de 1971, en alta
mar, cuando un grupo de doce personas
a bordo de un viejo barco de madera
logró retrasar por dos días
un ensayo nuclear norteamericano en
las cercanías de Alaska: así
nació Greenpeace y sus "Guerreros
del Arco Iris". Mañana,
habrán pasado 30 años
desde aquella primera expedición
que inauguró una estrategia
de "acciones directas",
convertidas en el sello de Greenpeace,
con un impacto extraordinario en los
medios de comunicación y la
opinión pública.
Lanchones enfrentados
a buques petroleros, jóvenes
expuestos en cruz ante arpones caza
ballenas; barreras humanas para impedir
las talas de árboles dispuestas
por empresas multinacionales, son
algunas de las acciones que dieron
la vuelta al mundo y acapararon la
atención a fuerza de osadía
y espectacularidad.
Elogiados y criticados
con igual pasión, los militantes
de Greenpeace tomaron al pie de la
letra la profecía de una anciana
de la tribu Cree, de América
del Norte, según la cual llegará
un día en que "todas las
razas se unirán bajo el arco
iris para terminar con la destrucción
de la tierra".
Aquellos pioneros
conformaban un compuesto por activistas
antinucleares canadienses, objetores
de conciencia norteamericanos que
se negaban a ir a Vietnam y algunos
cuáqueros. Bajo la consigna
"queremos paz y queremos que
sea verde", el grupo cambió
su primer nombre por el de Greenpeace.
En la historia
de la organización tuvo un
destacado papel un antiguo hombre
de negocios canadiense, David Mc Taggart
-presidente de Greenpeace desde 1980
hasta 1991-, quien dejó su
apacible vida de negocios para convertirse
en un navegante inconformista y rebelde.
Fue así que a principios de
la década del 70 apuntó
sus críticas hacia Francia,
que decidió acotar 400 millas
de aguas internacionales alrededor
del atolón de Mururoa, para
llevar a cabo sus pruebas nucleares
y envió un velero para impedirlas.
Ese el inicio de la campaña
antinuclear y el nacimiento de la
organización como grupo, pero
también fue una de las luchas
en donde la tragedia se asomó
por primera vez a la historia de Greenpeace.
En 1985, mientras
el barco Rainbow Warrior se abastecía
en Nueva Zelanda para dirigirse al
atolón de Mururoa, dos bombas
submarinas explotaron bajo el casco
hundiendo el navío y matando
al activista Fernando Pereira que
tomaba fotografías de la campaña
antinuclear. El caso derivó
en un escándalo al comprobarse
en los estrados judiciales que detrás
del atentado estaba el gobierno francés
y su servicio secreto. Como contrapartida,
en 1995, Francia decidió la
cancelación del programa de
pruebas nucleares, y un año
después las Naciones Unidas
firmaron el Tratado de Prohibición
Total de Pruebas Nucleares.
La idea de la paz
verde se afianzó en distintos
países del mundo y en 1978,
con la fundación de Greenpeace
Internacional, los integrantes unificaron
formas de actuar, diversificaron las
campañas y lucharon para evitar
la caza de ballenas y la matanza de
crías de focas.
Imágenes
de los activistas al proteger las
crías con sus cuerpos y en
contra de los balleneros, recorrieron
el mundo movilizando a la opinión
pública y los gobiernos del
mundo. Por estas acciones, en 1982
la Comisión Ballenera Internacional
aprobó una moratoria indefinida
para la caza comercial de cetáceos
-pese a la oposición de Japón
y Noruega-, la Comunidad Europea cerró
sus puertas al ingreso de pieles de
crías de focas.
Burocracia y
dinero verde
Las grandes sumas
de dinero que insumen las acciones
emprendidas por Greenpeace son uno
de los flancos preferidos por los
detractores, quienes acusan a la organización
de utilizar fondos de empresas y gobiernos,
pese a que el principio de independencia
económica no permite ese recurso.
"Quienes ponen alguna duda sobre
nuestro financiamiento nunca han tenido
pruebas para endilgamos alguna otra
fuente que no sean los socios",
manifestó el presidente de
Greenpeace Argentina, Martín
Prieto. Según la organización,
la cuota de tres millones de socios
que Greenpeace tiene en todo el mundo,
representan la mayor parte de los
ingresos de la organización,
pero también se reciben aportaciones
provenientes de iniciativas de artistas
e intelectuales. "Nosotros tenemos,
así como lo tienen todas las
secciones nacionales de Greenpeace,
una auditoria externa anual de nuestro
dinero que realiza una firma internacional
independiente cuyos resultados están
a disposición del público.
Somos una organización que
tiene una estructura burocrática
-reconoce Prieto-, pero eso nos permite
hacer algo que otras organizaciones
no pueden hacer: enfocar una problemática
global con el ángulo de las
visiones nacionales.
Desembarco en
Argentina
En enero de 1987
el presidente de Greenpeace, David
MC Taggart, fundaba en Buenos Aires
la primera oficina de la organización
en el ámbito de América
latina, con el objetivo de instalar
el tema ambiental en la Argentina.
Desde entonces, los militantes de
Greenpeace en el país realizaron
cientos de campañas que por
su ingenio y atrevimiento despertaron
la curiosidad de la población.
Uno de los resultados
más sorprendentes -apenas dos
años después de su fundación-,
fue la detención del proyecto
para construir un repositorio de residuos
nucleares en Gastre, provincia de
Chubut, que contó con la participación
de otras organizaciones ambientalistas
y los vecinos del lugar.
En 1991 Greenpeace
denunció un proyecto para la
construcción de una planta
de fertilizantes en la provincia de
Río Negro, atrás del
cual se escondía la intención
de importar Iodos cloacales desde
los Estados Unidos con la excusa de
convertidos en fertilizantes agrícolas.
La denuncia impidió la realización
del proyecto. Greenpeace consiguió
que las empresas usen matrices tecnológicas
que no dañen la capa de ozono,
impulsó de la ley de energía
eólica que se reglamentó
en 1999 y el retiro del mercado de
los juguetes con contenido de PVC
blando.
También
dedicó sus esfuerzos en el
debate sobre los transgénicos
en la alimentación y la agricultura,
la concientización de los ciudadanos
ante la matanza de ballenas y la denuncia
a empresas contaminantes. Luego de
casi 15 años de instalada en
el país, la oficina de Greenpeace
Argentina supera los dieciocho mil
socios.
|