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Escasa.
La demanda de agua dulce
crecerá un 650% en
30 años. Si no se
la cuida, el siglo XXI será
el de la sed. |
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La Tierra, paradójicamente,
está cubierta en un 70,8% de
agua. Pero durante centurias la humanidad
pareció empeñada en
limar ese porcentaje. Sobre todo,
las aguas interiores y costeras. Es
decir, lo que los técnicos
agrupan con el rótulo de humedales.
Ocupan 570 millones
de hectáreas (el 6% de la superficie
terrestre),
pero fueron considerados espacios
marginales que debían conquistarse
para la producción o para mejorar
las condiciones sanitarias. Así,
en nombre del progreso, las ciudades
ganaron terreno al río, los
cultivos avanzaron sobre llanuras
inundables y esteros, los diques convirtieron
lagunas en desiertos, carreteras y
condominios sepultaron vastos manglares,
se drenaron pantanos para acabar con
un puñado de mosquitos y se
entró a saqueo en las turberas.
Se calcula que, de este modo, el mundo
perdió la mitad de sus humedales.
Hoy, sin embargo,
la enorme importancia que tienen va
logrando reconocimiento. No es para
menos. Se estima que dos tercios de
los peces que nutren la industria
pesquera mundial pasan al menos una
parte de su ciclo vital en humedales.
También les debemos, entre
otras cosas, pasturas de cíclica
feracidad, fauna y flora de interés
comercial, deslumbrantes escenarios
turísticos, fuentes energéticas
como la turba y material genético
de valor estratégico (como
el arroz, un alimento básico
de más de media humanidad).
Además, regulan
inundaciones y sequías, protegen
contra fenómenos naturales
como tormentas y huracanes, retienen
sedimentos y nutrientes, estabilizan
microclimas y permiten el transporte
por agua. Pero el más conocido
es la provisión de agua dulce,
un bien que jamás sobró
en la naturaleza y que nuestra insensatez
está volviendo cada vez más
escaso. Su demanda aumentaría
un 650% en los próximos 30
años. Si no cuidamos los humedales,
el XXI será el siglo de la
sed. Urgen, pues, políticas
de protección. Uno de los instrumentos
más valiosos, en tal sentido,
es la Convención sobre los
Humedales de Importancia Internacional.
Se convocó por primera vez
el 3 de febrero de 1971, en la pequeña
ciudad iraní de Ramsar, por
lo que también se la conoce
como Convención de Ramsar,
primer tratado intergubernamental
que busca conservar los recursos naturales
a escala global.
Por ahora le está
yendo de maravillas. Arrancó
en 1971 con la firma de 18 naciones
y 3 años más tarde inauguró
la Lista de Humedales de Importancia
Internacional con la Península
de Coburg (Australia). Hoy tiene 133
miembros y casi 1200 sitios, que conforman
un mar de 102,1 millones de hectáreas.
Humedales criollos
La Argentina adhirió
a la Convención de Ramsar en
1991. Su primera contribución
se produjo al año siguiente.
Fueron tres integrantes del Sistema
Nacional de Areas Naturales Protegidas:
el Monumento Natural Laguna de los
Pozuelos (Jujuy) y los parques nacionales
Río Pilcomayo (Formosa) y Laguna
Blanca (Neuquén).
Con 16.224 ha, Pozuelos
es el mayor espejo de la Puna y el
escenario de una de las reuniones
de avifauna más espectaculares
del país (se registraron hasta
26 mil ejemplares de los tres flamencos
argentinos). Río Pilcomayo,
en pleno Chaco húmedo, atesora
un amplio muestrario de ambientes
acuáticos e inundables, que
comparten entre otros bichos
el yacaré ñato y el
negro, el lobito de río, el
carpincho, nuestras tres cigüeñas,
varios patos y garzas. Y el Parque
Nacional Laguna Blanca, de 11.250
ha, resguarda el cuerpo de agua más
importante de la estepa patagónica
para la nidificación de aves
acuáticas como el cisne de
cuello negro, el macá plateado,
la gallareta de ligas rojas y el flamenco
común.
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El
mayor humedal del país
es la laguna de Mar Chiquita.
Recientemente incluida en
la lista de sitios Ramsar,
cobija una riqueza extraordinaria |
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En 1995 se les sumó
la Reserva Costa Atlántica
de Tierra del Fuego, el sitio Ramsar
más austral del mundo y uno
de los más importantes para
aves migratorias. También la
laguna Llancanelo, en el sudoeste
de Mendoza, que durante el estío
hospeda alrededor de 150 mil aves
acuáticas de 74 especies diferentes.
Y a principios de 1997, la Reserva
Natural Bahía Samborombón,
cuyos 180 kilómetros de costa
poseen un inmenso valor como hábitat
de alimentación y descanso
para migrantes alados.
El ritmo de las
designaciones aumentó durante
el último lustro. Finalizando
1999, programa de recuperación
mediante, se incorporó a la
red el vasto humedal que antaño
surcaron las balsas de los huarpes
laguneros y que el aprovechamiento
desmedido del agua por parte de los
oasis cuyanos estaba a punto de borrar
del mapa: las lagunas y bañados
de Guanacache, en la zona limítrofe
de Mendoza, San Juan y San Luis. Al
año siguiente, Jujuy obtuvo
su segundo sitio Ramsar: las lagunas
de Vilama, que a 4500 metros sobre
el nivel marino sustentan una gran
comunidad de aves, generosa en rarezas
como el pato puna, la gallareta cornuda
y el flamenco de James. Y en octubre
de 2001 le llegó el turno a
Jaaukanigás (gente del agua,
en lengua abipona): 492.000 ha al
nordeste de Santa Fe, sobre la planicie
de inundación del Paraná
Medio, con un rol clave para el funcionamiento
del sistema fluvial y una biodiversidad
que incluye varias especies amenazadas
y la variedad ictícola de la
que vive el 50% de la población
comarcana.
Los últimos
aportes del país a la Lista
de Humedales de Importancia Internacional
datan de este año. El 18 de
enero se aceptó la designación
de una muestra de los esteros del
Iberá (24.550 ha, en Corrientes),
eco-región célebre en
el mundo por su singularidad ambiental
y su prodigalidad faunística.
Y el 28 de mayo, la del fabuloso conjunto
que forman los bañados del
río Dulce, en Santiago del
Estero, y la laguna Mar Chiquita,
en Córdoba. La Argentina lleva
acumuladas así 2.666.513 ha
con el sello Ramsar.
Asignaturas
pendientes
¿Cuánto
falta enlistar aún dentro de
nuestras fronteras? La Dirección
de Recursos Ictícolas y Acuícolas,
que coordina el Comité Nacional
Ramsar, tiene en la mira alrededor
de veinticinco sitios más.
Entre ellos, pesos pesados como el
bañado La Estrella (Formosa),
los Bajos Submeridionales (Chaco-Santa
Fe), el delta del Paraná (Entre
Ríos-Buenos Aires), las bahías
Anegada y San Blas (Buenos Aires-Río
Negro), el estuario del río
Deseado (Santa Cruz) y la Península
Mitre (Tierra del Fuego). Pero nuestra
mayor asignatura pendiente tiene que
ver con otro compromiso. La Argentina
está lejos de considerar la
sustentabilidad de los recursos naturales
particularmente de los hídricos
en sus planes de desarrollo (más
que de planificación, en realidad
corresponde hablar de iniciativas
fragmentadas).
Ver
Laguna
Mar Chiquita en un mapa más grande
El mapa entrega
sobrados ejemplos. Corrientes y Entre
Ríos están transformando
sus bañados en campos de arroz.
Se están drenando los Bajos
Submeridionales (Chaco-Santa Fe) y
la depresión del Salado (Buenos
Aires) para acrecentar los dominios
agropecuarios. La demanda de agua
para riego secó las lagunas
de Guanacache (Mendoza-San Juan) y
amenaza los bañados que rodean
Mar Chiquita (Córdoba). El
desarrollo urbano y turístico
carcome los humedales de la costa
bonaerense y la patagónica.
Ni siquiera los lagos sudandinos se
libran de la contaminación.
La actividad minera se expande por
el Noroeste sin demasiados miramientos
ambientales. Y cada día aparece
un nuevo megaproyecto para la Cuenca
del Plata.
Nadie se detuvo
a evaluar el impacto acumulativo de
estos emprendimientos. Tampoco sabemos
a qué conducirá la presión
sobre los ambientes naturales derivada
del dramático aumento de la
pobreza en el país. Pero el
pronóstico no es precisamente
bueno. ¿Qué puede hacer
por ellos la Convención de
Ramsar? Pese a que sus términos
son genéricos, tiene la virtud
de haber desarrollado una serie de
instrumentos técnicos que orientan
a las partes contratantes y facilitan
la protección y el uso racional
de los humedales responde Oscar
Horacio Padín, titular de la
Dirección de Recursos Ictícolas
y Acuícolas (DRIyA), organismo
responsable de aplicar la Convención
en la Argentina. Además,
su Fondo de Pequeñas Subvenciones
está dando pie al desarrollo
de importantes proyectos para la defensa
de estos ambientes en el país.
Y la Secretaría de Ambiente
y Desarrollo Sustentable de la Nación,
de la cual dependemos, procura fortalecer
la coordinación de acciones
con los ámbitos provinciales
y municipales, convencida de que es
posible impulsar la conservación
de los humedales por medio del reconocimiento
por parte de las comunidades locales
de sus valores, beneficios y atributos.Para
dar sentido a estos esfuerzos, economía
y ecolología deben confluir
en una síntesis capaz de enfrentar
los enormes desafíos del mañana
y hacer realidad un desarrollo sustentable".
Roberto Rainer Cinti
para La Nación - 18 de agosto
de 2002
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