Los
callos de los cetáceos permiten
individualizarlos.
Las callosidades
que la ballena franca austral tiene
en su cabeza son un elemento identificatorio
y permitió a un grupo de científicos
individualizar a unos 400 ejemplares
de los centenares que llegan cada
año a Península Valdés.
"Los callos de las ballenas son
como las huellas digitales en los
humanos" dijo Alejandro Carribeño,
jefe de un grupo de trabajo asociado
al Eco Centro de Puerto Madryn.
Los científicos
realizan un trabajo denominado "Programa
de Fotoidentificación y Varamiento".
Lleva cinco años y permitirá
conocer la relación animales
- turistas, el impacto de las lanchas
que realizan el avistaje, la identificación
y las causas de las muertes.
Aunque los primeros
resultados se publicarán a
fin de año, Carribeño
adelantó algunas conclusiones:
la mayor parte de las muertes se producen
por inanición y afectan en
un 80% a las crías. A mitad
de temporada se produce un recambio
de animales. Por lo tanto llegan a
Península Valdés unos
1.200 ejemplares distintos.
La ballena franca
austral es una especie en extinción.
Sólo quedan 2.750 ejemplares
en los mares del mundo. Llegan a Valdés
a mediados de mayo y permanecen hasta
mediados de diciembre. Durante su
estada en Chubut se dedican a aparearse
y parir. Desde Puerto Pirámide
unas 100 mil personas realizan el
avistaje cada temporada. Carribeño
contó que "la ballena
tiene callosidades en la parte superior
de la cabeza. Estos callos son engrosamientos
de piel no irrigada cuyo origen es
genético. Se distribuyen de
manera singular en cada ejemplar.
En ninguno es igual. Es muy improbable
que dos ballenas tengan callosidades
iguales".
Agregó que
"a partir de este patrón
nosotros podemos identificar a cada
una de las ballenas. Y además
podemos seguirla a lo largo de los
años".
En el Eco Centro
funciona un centro de datos: tiene
400 ejemplares identificados. Carribeño
y el equipo científico no realizan
vuelos ni utilizan seguimientos satelitales.
"Nos embarcamos en las lanchas
de avistaje como cualquier turista
y sacamos fotografías. Después
hacemos un trabajo digitalizado que
no permite comparar las callosidades
e identificar a cada ejemplar".
El equipo lo completan
Diego González Ceballos, Sebastián
Ceboli y Pía Hasenclebert.
"Llevamos cinco años con
este programa para conocer más
sobre el comportamiento de estos cetáceos",
contó Carribeño, un
mendocino que se radicó en
Madryn en 1990 para estudiar biología.
El programa de
varamiento busca conocer el estado
sanitario de estos animales que siendo
adultos tienen 16 metros y pesan 40
toneladas. "Nosotros registramos
las ballenas que mueren y son arrojadas
a las playas. Tomamos muestras de
piel y de grasa para analizar y saber
su estado sanitario a través
de la razón de su muerte".
Hasta el momento
la falta de alimento es la razón
principal de los decesos. Y afecta
a las crías en un 80 por ciento.
"Las madres llegan mal alimentadas
porque no encuentran suficiente krill,
un camarón rico en proteínas.
Entonces no generan la leche que el
ballenato necesita para alimentarse
en forma normal".
Los porcentajes
de muertes registrados son normales
en poblaciones de vida salvaje según
concluyeron los científicos.
Proyecto desactivado
La tarea que se
realiza en el Eco Centro nada tiene
que ver con el seguimiento satelital
que intentó la Secretaría
de Recursos Naturales en 1999. Este
proyecto pretendía conocer
más a las ballenas a un costo
de 2 millones de pesos. Se desactivó
por un ajuste del Gobierno nacional
en junio del 2000.
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