Mientras
una parte de la comunidad científica
internacional se empeña
en obtener medicamentos sintéticos
y mejorar mediante
manipulación genética
los alimentos que llegan a nuestra
mesa, otros continúan
creyendo en la capacidad infinita
de la madre Tierra para asegurar
el futuro de la humanidad.
Bajo los auspicios
del Programa de las Naciones
Unidas para el Medio Ambiente
(PNUMA) se acaba de lanzar un
fascinante proyecto internacional
de investigación, calificado
por el propio director ejecutivo
de dicho organismo, Klaus Topfler,
como el más inusual
y curioso de todos los
esfuerzos emprendidos hasta
el presente por sus colegas.
Su objetivo
fundamental es lograr un conocimiento
más profundo de los organismos
que habitan el suelo bajo nuestros
pies: un inmenso recurso genético
apenas explorado que, a juicio
de muchos científicos,
puede influir en gran medida
en el futuro ecológico
del planeta.
Las
formas de vida subterráneas
son las menos conocidas de todas
las existentes -apuntó
el funcionario internacional
al presentar el proyecto- y
aseguró que su estudio
permitirá obtener nuevos
fármacos y productos
industriales, haciendo posible
también influir en diversos
procesos de importancia para
el desarrollo sostenible y la
reducción de la pobreza.
Hormigas,
lombrices, hongos y bacterias
-además de un sinfín
de minúsculos seres cuyos
nombres ni siquiera conocemos-
habitan los suelos, sobre todo
en las zonas tropicales, influyendo
en una medida inimaginable para
muchos, en nuestra vida cotidiana;
algo que los pueblos indígenas
saben desde hace mucho tiempo.
Los habitantes
autóctonos de Australia
y de ciertas zonas de África
Occidental observan, desde tiempos
inmemoriales, el trabajo
realizado por las termitas,
unas hormigas capaces de reestructurar
y fertilizar los suelos más
duros. Investigaciones científicas
recientes han demostrado que
los procesos digestivos de estos
insectos aumentan el acceso
de nutrientes a las plantas,
desempeñando un papel
clave en el ciclo agrícola
tradicional.
En una primera
fase, el proyecto de la ONU
examinará la biodiversidad
subterránea de siete
países: Brasil, México,
Costa de Marfil, Uganda, Kenya,
Indonesia y la India, escogidos
por la riqueza invisible que
acumulan sus suelos.
Las expectativas
son enormes en torno a los resultados
de estas investigaciones; por
eso este programa cuenta entre
sus patrocinadores entidades
como la "Global Environment
Facility" del Banco Mundial
o la Fundación Rockefeller.
Y no es para
menos. Según los científicos,
los suelos tropicales albergan
más especies sin descubrir
que las que habitan la superficie.
Un gramo de suelo de bosque
tropical puede contener hasta
40 mil especies bacterianas,
de las cuales muchas nunca fueron
descritas. De los hongos sólo
conocemos un 5% de las variedades
existentes, mientras las 3.600
especies de lombrices que figuran
en los registros constituyen
apenas la mitad de las que existen.
Sin embargo,
todo este submundo tan rico
se ve afectado también
por los mismos fenómenos
que diezman las especies sobre
la superficie: la contaminación
ambiental, la caza y la destrucción
de los hábitats por actividades
productivas. Lo que agrava el
caso es que el limitado conocimiento
que tenemos de ellos hace que
ignoremos también el
grado en están afectados
por nuestras prácticas
agrícolas, sobre todo
el monocultivo, tan frecuente
en los países del Tercer
Mundo.
Su mejor conocimiento
contribuirá a un mayor
cuidado de su existencia, que
a su vez podrá aportarnos
soluciones a muchos problemas.
Las bacterias y los hongos,
por ejemplo, son capaces de
limpiar las fuentes de agua
potable, ayudando a eliminar
los gérmenes de las aguas
subterráneas. A la vez,
según los investigadores,
la presencia de algunos de estos
organismos influye en gran medida
en la capacidad de los suelos
de absorber el agua procedente
de las precipitaciones.
Estas formas
de vida poco estudiadas desempeñan
igualmente un papel clave en
regular la emisión del
dióxido de carbono y
otros gases causantes del efecto
invernadero. Su capacidad de
atacar y neutralizar ciertos
elementos patógenos les
asegura un importante papel
en un futuro no muy lejano en
la lucha contra diversas plagas
y enfermedades tanto humanas
como de animales.
El proyecto
de investigación auspiciado
por el Programa de las Naciones
Unidas para el Medio Ambiente
para el estudio de la biodiversidad
subterránea aprovechará
también las experiencias
acumuladas en algunos países
participantes, como es el caso
de Brasil, donde en 14 millones
de hectáreas se inoculó
bacterias fijadoras de nitrógeno
en fríjoles de soja,
en vez de utilizarse fertilizantes
industriales.
El retorno
a métodos naturales se
verá favorecido por la
minuciosa investigación
que se emprende ahora para comprender
los mecanismos de funcionamiento
de estos pequeños organismos
que podrían contribuir
en una medida extraordinaria
a cambiar la faz de la tierra,
y -de utilizarse realmente en
beneficio de los más
necesitados- aliviar la pobreza
en las regiones rurales más
desfavorecidas de los países
en vías de desarrollo.
Edith Papp
Periodista
Agencia de Información
Solidaria
latpress@wanadoo.es
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