Los ministros
europeos no han finalizado su trabajo.
Mientras hablo, siguen talándose
los bosques primarios de Finlandia.
Las palabras de Oliver Salge, miembro
de la campaña de Bosques de Greenpeace,
reflejan la desilusión del movimiento
ecologista ante los tibios resultados
de la reunión para la protección
de los bosques europeos, celebrada en
Viena los pasados 28 y 29 de abril.
El texto resultante apoya la sostenibilidad,
pero no establece mecanismos para
evitar la creciente desaparición
de los escasos bosques primarios europeos,
fruto de las talas, construcción
de vías e incendios. Se trata
de bosques que se han desarrollado
durante miles, o incluso millones
de años prácticamente
al margen del impacto humano, por
lo que poseen un altísimo valor
de conservación de la biodiversidad.
En Europa, sólo quedan en
Finlandia, Suecia y Rusia. Claro contraste
con los cerca de treinta países
del continente que carecen de ellos
por completo, aunque algunos (como
España o Portugal) llegaron
a albergarlos.
Finlandia conserva un mísero
1% de sus bosques primarios originales.
Suecia, un 3%. La propia compañía
estatal finlandesa, el Servicio de
Bosques y Parques, está destruyendo
sus últimos reductos, a la
vez que aumenta sus importaciones
de madera de los bosques primarios
rusos, según denuncia el prestigioso
centro de estudios World Resources
Institute.
Tan sólo Rusia mantiene extensiones
importantes, un 14%, pero el proyecto
privatizador de su gobierno los ha
convertido en un apetitoso bocado
para la industria maderera.
Los bosques primarios europeos son
también hogar de personas.
Por ejemplo, los pastores de renos
Sami, que viven en el norte de Suecia,
Finlandia y Noruega, así como
en la región de Murmansk, en
Rusia. Estos paraísos boreales
también acogen las culturas
tradicionales de los Komi y Nenets,
habitantes de la región de
Arkhangelsk y la República
Komi de la Rusia europea. De proseguir
esta dinámica de destrucción,
podrían terminar como las 87
culturas humanas de la Amazonía
brasileña actualmente perdidas.
Asimismo, los distintos bosques primarios
de todo el mundo albergan dos terceras
partes de las especies terrestres
de fauna y flora, es decir, cientos
de miles. Millones, en el caso de
los insectos, cuyo futuro depende
en gran manera del mantenimiento de
estas superficies.
En Europa, su conservación
asegura la supervivencia de numerosas
plantas y animales, como el oso pardo
europeo, cuyo hábitat natural
se limita a áreas dispersas
de bosques primarios del viejo continente.
Además, evita la extinción
de rarezas faunísticas como
la ardilla voladora.
Incluso desde un punto de vista meramente
egoísta, su existencia sería
relevante: influyen en el clima regulando
el régimen de lluvias y la
evaporación del agua del suelo.
A su vez, ayudan a estabilizar el
clima mundial almacenando grandes
cantidades de carbono que, de otra
forma, contribuirían al calentamiento
global.
Sin embargo, desde 1950 un quinto
de estos bosques ha sido arrasado
y, en la actualidad, cerca de diez
millones de hectáreas son destruidas
o degradadas cada año, según
datos de Global Forest Watch. Es el
equivalente del tamaño de un
campo de fútbol cada dos segundos.
Cincuenta nueve países en
todo el mundo han perdido sus bosques
primarios, que apenas suponen ya un
quinto de la superficie global que
llegaron a ocupar. ¿Permitirá
la ilustrada Europa que
desaparezcan totalmente dentro de
sus fronteras?
Antonio Pita
Periodista
Agencia de Información Solidaria
(AIS)
pitajim@terra.es
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