La codicia está
engullendo el bosque. Impunemente. A
grandes bocados. Al ritmo de 16 millones
de hectáreas por año y
con especial incidencia en los trópicos,
un área forestal equivalente
a la superficie de Perú y Paraguay
ha desaparecido durante la década
de los noventa, según la Organización
de las Naciones Unidas para la Agricultura
y la Alimentación (FAO), en una
nueva edición del informe bienal
"Situación de los Bosques
del Mundo".
La FAO apunta como causas principales
de la deforestación la reconversión
a otros usos de la tierra, la sobreexplotación
de los productos forestales, las diferentes
plagas y enfermedades, las malas técnicas
de tala, el uso excesivo de los pastos,
los huracanes y los incendios devastadores,
propiciados por las sequías
de los últimos diez años.
La desaparición del bosque
conlleva graves consecuencias para
la fauna que lo habita. El informe
recuerda que la caza no sostenible,
sobre todo la caza comercial, provoca
el denominado "síndrome
del bosque vacío" y hace
referencia a las 15 especies de primates
amenazadas por la caza silvestre.
Por la necesidad de oxígeno,
toda la población mundial depende
biológicamente de los árboles.
Para gran parte de ella, esta dependencia
es también económica.
Según el Banco Mundial, uno
de cada cuatro pobres vive directa
o indirectamente de los recursos limitados
del bosque. No podemos dejar de preguntarnos
por el futuro de aquellos cuyo medio
de subsistencia se agota tan deprisa.
Asimismo, la deuda que se cierne sobre
algunos países contribuye a
la sobreexplotación. El problema
de la deforestación no puede,
por tanto, desligarse del de la pobreza.
Cada vez más, los gobiernos
de países exportadores dejan
al sector privado la responsabilidad
de adoptar decisiones, de modo que
las empresas extranjeras hacen y deshacen
a su antojo. Para contrarrestar esto,
es fundamental, por un lado, que los
importadores no se conviertan en cómplices
al consumir productos sin garantías;
y por otro, que la sociedad civil
intervenga en la defensa del medioambiente.
El informe recoge algunos casos: en
1999, la tribu Maisin de Papua Nueva
Guinea llevó a juicio a una
empresa extranjera con el fin de que
interrumpiera la tala del bosque para
establecer una plantación de
palma aceitera. No obstante, existen
una serie de técnicas forestales
ilícitas que oponen resistencia
a una ordenación forestal sostenible
y que incluyen la aprobación
de contratos ilegales con empresas
privadas por parte de funcionarios
públicos, la tala de árboles
protegidos a manos de compañías
comerciales, el contrabando de productos
forestales en las fronteras o la elaboración
de materias primas forestales sin
autorización.
La FAO manifiesta cómo "en
algunos casos, y como consecuencia
de la liberalización y globalización
del comercio, la tala y el comercio
ilegales parecen estar en aumento".
El mercado avanza más rápido
que las leyes y los sistemas de vigilancia.
Una vez más, la salud del planeta
queda sometida a la ley de la oferta
y la demanda. Se comercia con el verde
de los árboles como si tuviera
dueño y se olvida que, como
dice el naturalista Joaquín
Araújo, "todos los animales
y todas las plantas tienen un papel
importante en la naturaleza",
de modo que "conseguir su permanencia
es asegurar la nuestra". El que
destruye un bosque para lucro personal
se está robando a sí
mismo un pedazo de vida.
Diana Rojo Martín
Periodista
Centro de Colaboraciones Solidarias
diro16@hotmail.com
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