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Las multinacionales y la explotación en los países del Sur

Esclavos del máximo beneficio

Trabajan 14 horas diarias, en algunos casos hasta 18; comen en quince minutos, duermen cuatro horas hacinadas en la propia fábrica. Ganan menos de dos dólares al día.

Son las dagongmei: 70 millones de jóvenes chinas que trabajan para las multinacionales occidentales. Tienen menos de 25 años, (de lo contrario sólo pueden trabajar si traen a su hijo para que lo haga gratis). Algunas, trabajaban para la empresa china que confeccionaba bolsos para la red de supermercados más grande del mundo: Wall- Mart.

Víctimas

No son las únicas: Más de 250 millones de niños en todo el mundo viven como esclavos, es decir, lo son. En América Latina trabaja 1 de cada 5 niños con edades comprendidas entre los 5 y los 14 años, en África 1 de cada 3, en Asia 1 de cada 2. Las formas de esclavitud clásica (que persisten en Sudán, Mauritania o África Occidental, donde comprar la vida de una persona no cuesta más de 80 dólares) se han visto superadas por las nuevas formas de explotación laboral. Quizás no tan nuevas, sino parecidas a las de la Revolución Industrial.

Después de la crisis de 1973, las empresas multinacionales empezaron a deslocalizar su producción para hacerla más rentable. Cerrar las ventanas y las puertas de las fábricas con barrotes, agredir a los empleados o reducir su sueldo a la mitad por ir al baño sin permiso, forma parte de la lógica del sistema: la del máximo beneficio.

La técnica de "flujo tirante" (que consiste en eliminar los stocks de producción) empeora aún más las condiciones: jornadas de veinte horas diarias, sin aumento de sueldo, si así lo requieren los flujos internacionales de demanda. Si no hay encargos, a la calle.

Si alguien se queja, pierde el trabajo. Si existen problemas para la empresa (demandas laborales, creación de sindicatos o asociaciones...) se traslada a otro lugar.

Nike emplea a 100.000 personas en China, 75.000 en Indonesia, 40.000 en Vietnam. En los tres países está prohibido el derecho de asociación. Es tan sólo un ejemplo. Las denuncias de las prácticas, deleznables, de esta multinacional de ropa deportiva no pueden hacernos olvidar otros casos.

En Saipán, isla del Pacífico que mantiene un tratado de libre comercio con los Estados Unidos, más de 50.000 personas trabajan en condiciones infrahumanas para prestigiosas marcas textiles norteamericanas (Tommy Hilfiger, Gap, Levi´s, Wall-Mart...). Los trabajadores, en su mayoría asiáticos, pagan hasta 5.000 dólares por llegar hasta la isla para trabajar en una "fabrica del sudor".

Las denuncias de organizaciones como el Comité de Trabajo Nacional, Global Exchange o Sweatshop han forzado a las multinacionales a establecer inspecciones.

Sin embargo, las empresas contratadas están lejos de ser independientes y su trabajo se reduce a una simple campaña publicitaria.

Lo mismo ocurre con protocolos como el que firmó el presidente Clinton para combatir la explotación laboral en los países del Tercer Mundo. Entre las empresas firmantes se encontraban Nike y Reebok. El protocolo era demasiado general y lleno de subterfugios legales y nunca se ha aplicado aplicarse.

En India, 55 millones de niños trabajan en la elaboración de la artesanía textil. En Pakistán es muy difícil saber cuántos. Las multinacionales de ropa deportiva han perfeccionado la estrategia: los niños trabajan en casa.

Ante esta situación, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) puso en práctica un proyecto para la escolarización de los menores. El plan exigía a las empresas una mejora de sus condiciones laborales. Resultado: Pakistán ha reducido su producción de pelotas de fútbol en un 20 por ciento. Un niño cose tres balones trabajando durante todo el día y gana menos de un dólar por cada uno.

Las empresas locales, subcontratadas por las multinacionales, empezaron a pagar 8 rupias más por balón (una miseria) para eludir problemas. Sin embargo, Adidas lo consideró un exceso y fabricó sus balones para el Mundial de Francia en Marruecos.
En Bangladesh un proyecto parecido pretendía eliminar a principios de la década de los noventa el trabajo infantil en las fábricas textiles. Sin embargo trabajan el 46 por ciento de los niños entre cinco y catorce años.

La mayoría en las canteras: 16 horas al día, descalzos y desnudos por menos de 5 dólares a la semana. Peor aún, Bangladesh se ha convertido en un centro mundial de prostitución infantil. Mientras exista pobreza extrema y explotación, mientras un adulto trabaje veinte horas al día por dos dólares, los niños trabajarán, donde sea. Es otra forma de explotación: en Tailandia la industria del sexo, sostenida por clientes de los países ricos, genera el 60 por ciento del Producto Interior Bruto.

Cuanto más efectiva y cruel es la explotación, más amplio es el margen de beneficio. En las fábricas subcontratadas por las multinacionales en la República Dominicana trabajan más de 150.000 personas, en su mayoría mujeres. Allí, una empleada cobra por cada pantalón elaborado 3.000 veces menos de lo que cuesta en el mercado.

Otras formas clásicas de subyugación no están ausentes en estas factorías: los jefes son hombres y quienes allí trabajan mujeres. Los maltratos y las violaciones y todo tipo de abusos sexuales son cotidianos. Poco pueden hacer las víctimas.

El flujo unidireccional de capitales desde las potencias occidentales a los países pobres -globalización lo llaman- acentúa la desigualdad y las situaciones de extrema pobreza. No puede existir, en esas condiciones, ningún tipo de competencia. Las empresas multinacionales, en ocasiones con un PIB superior al de los países en los que se instalan, imponen las condiciones. Quienes no las aceptan quedan excluidos del juego.

Quienes deciden aceptar, en el mejor de los casos condenan a sus poblaciones a la esclavitud a cambio de participar de la lógica del máximo beneficio. Su desarrollo macroeconómico será expuesto como modelo por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Mientras, su población seguirá muriendo de hambre, falta de asistencia médica, sida, ausencia de servicios de saneamiento, guerras, esclavitud, explotación.

Poco le importa a la estúpida frivolidad de quienes compiten por ser los más ricos de la tierra y a los voceros que cantan sus hazañas. Fortune publicó el mes pasado una lista de los hombres más ricos del mundo: el primero es el dueño de Wall-Mart.

Atroz.

Juan Carlos Galindo
Centro de Colaboraciones Solidarias

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