En los últimos
meses han tenido lugar dos hechos
que reflejan a la perfección
la cara y la cruz de la salud
del Protocolo de Kyoto. Por
un lado, Nueva Zelanda y Canadá
lo han ratificado. Por otro,
esta semana la Agencia Europea
de Medio Ambiente reveló
que la Unión Europea
aumentó sus emisiones
de gases de efecto invernadero
por segundo año consecutivo.
El Protocolo
de Kyoto de 1997 contiene objetivos
legalmente obligatorios para
que los países industrializados
disminuyan las emisiones de
los seis gases (el principal
el dióxido de carbono)
que provocan el calentamiento
global. El objetivo es reducir
para el periodo 2008-2012 estos
niveles en un 5,2% respecto
a las cifras de 1990.
El Protocolo
no se encuentra todavía
en vigor. Lo estará 90
días después de
que lo ratifiquen al menos 55
países que sumen el 55%
de las emisiones de gases de
efecto invernadero.
Tras el apoyo
de Nueva Zelanda y Canadá,
ya son 99 Estados, responsables
del 40,9% de estos gases. La
entrada en vigor será
una realidad con la ratificación
de Rusia, país que genera
el 17,4% de las emisiones globales,
anunciada por su presidente
Putin,
En esta situación,
Estados Unidos y Australia quedan
aún más aislados
en su estrategia de no ratificar
el convenio. La Casa Blanca
considera que su aplicación
será muy costosa para
la industria de su país,
que genera una cuarta parte
del total mundial de gases de
efecto invernadero. Washington
no está dispuesto a tocar
su industria energética,
absolutamente dependiente de
los combustibles fósiles,
en detrimento de las energías
renovables.
La cruz corrió
a cargo de la Unión Europea.
El año pasado incrementó
su emisión de gases de
efecto invernadero en un 1%
con relación a 2001.
Para cumplir los criterios de
Kyoto, la UE debe reducir un
8% sus emisiones respecto a
1990. Actualmente, sólo
lo ha logrado en un 2,3%.
La necesidad
de reducir estos gases reside
en sus consecuencias para el
medio ambiente, ya que son responsables
del calentamiento global. El
llamado "efecto invernadero"
está produciendo una
importante modificación
del clima, según el informe
2001 del Grupo Intergubernamental
sobre la Evolución del
Clima (GIEC). Mientras la temperatura
del Planeta apenas varió
unas décimas de grado
desde el año 1000, se
calcula que en 2100 será
de un 2,2% a un 6,6% superior
a la registrada en el siglo
XVIII. De momento, los tres
años más cálidos
de la Historia han tenido lugar
en el último quinquenio.
Además,
el calentamiento global está
provocando la fusión
de los polos. La propia NASA
y la Oficina Meteorológica
del Reino Unido reconocen que
"las posibilidades de que
los cambios observados en el
casquete del hielo ártico
durante los últimos cuarenta
años sean debidos a la
influencia humana son del 99,9
%". Concretamente, a la
acumulación de gases
de efecto invernadero procedentes
de la quema de carbón,
petróleo y gas natural.
Estos cambios son trágicos:
el espesor del hielo ártico
ha disminuido en más
de un 40% en los últimos
40 años. La extensión
del paquete de hielo de más
de un año de antigüedad,
un 14% desde 1980.
La elevación
del nivel de aguas que supondrá
este deshielo no pasaría
de un metro hasta 2100, si se
cumplen las previsiones. Sin
embargo, "sería
suficiente para borrar del mapa
a varios Estados insulares e
inundar múltiples regiones
costeras, con el consiguiente
éxodo de 150 millones
de personas para 2050",
en palabras de Frederic Durand,
director de conferencias en
geografía de la Universidad
Toulouse-Il- Le Mirail.
Otra de las
consecuencias es el aumento
de las precipitaciones y tormentas;
así como la exacerbación
de fenómenos climáticos,
como el famoso Niño,
causante de inundaciones en
Sudamérica y sequías
e incendios en el Sudeste Asiático.
El calentamiento global no provoca
estos desastres naturales, pero
sí reduce su periodicidad
y aumenta su fuerza. Los bosques
y praderas podrían actuar
como corrector de esta tragedia
ya que absorben dióxido
de carbono. Pero la dinámica
es la opuesta: cada vez se emplean
más combustibles fósiles
y se destruyen más espacios
naturales.
"La importancia
estratégica del Protocolo
no es la cantidad en que pretende
reducir las emisiones, sino
que asigna a cada país
límites de obligatorio
cumplimiento", recuerda
la ONG ecologista Greenpeace.
Por ello, resulta trágico
que los países industrializados
no sean capaces siquiera de
cumplir unos objetivos que apenas
suponen el 3% del esfuerzo que
se requiere para detener este
proceso.
La realidad
del Protocolo es una paradoja
que refleja la hipócrita
actitud de muchos Estados ante
el mismo: cada vez se encuentra
más cerca de su entrada
en vigor pero más lejos
de su cumplimiento.
Antonio Pita
Periodista
Agencia de Información
Solidaria
pitajim@terra.es
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