El llamado enfoque
de género se aplica desde los
años 80 en las políticas
del desarrollo y medioambientales. Las
mujeres de los países en desarrollo,
ya no son objeto sino que, de alguna
manera, hacen cosas, se contabiliza
y se tiene en cuenta lo que hacen. Y
se ha pasado a hablar de género.
En los países empobrecidos
se empieza a considerar y a valorar
que las mujeres, tanto en estratos
rurales como urbano-marginales, tienen
un extenso conocimiento de los recursos
naturales y su gestión. Pero
muy a pesar de esto parece ser que,
al aplicar políticas relacionadas
con el medio ambiente y el género,
lo que se ha hecho no ha sido sino
utilizar ese conocimiento y esos saberes
para optimizar su labor. Se ha utilizado
su saber, tutorizándolas, para
que lo hagan mejor. Se ha considerado
a las mujeres de manera paternalista
o se les ha presentado como víctimas,
como personas que tienen una gran
carga de trabajo, como las grandes
sufrientes.
Efectivamente, las mujeres de los
países empobrecidos trabajan
muchísimo, pero... los hombres
también. Por lo tanto no se
entiende esa victimización.
No se ha llegado a considerar a las
mujeres como sujetos-agentes; agentes
políticos y agentes en posición
de igualdad con sus compañeros.
Hasta el día de hoy se responsabiliza
a las mujeres, como madres, de poner
remedio a todo lo que pueda pasar
con el agua y con los alimentos, se
les carga con la tutela de velar por
la seguridad alimentaria y en numerosas
ocasiones deben ser las responsables
de trasladar estos elementos hasta
sus hogares.
Se busca que ellas sigan realizando
estos trabajos, sigan teniendo esta
carga de responsabilidad, pero que
lo hagan, también, más
eficientemente. No se ha planteado
que quizá sus compañeros
están queriendo aprender y
formarse en temas como la seguridad
alimentaria o el manejo de otro tipo
de recursos naturales.
En el terreno de la salud en los
países en desarrollo, el peso
del control de la reproducción
está exclusivamente sobre las
espaldas de las mujeres. En cuanto
a la salud sexual nos encontramos
que, nuevamente, es la mujer la que
debe chequearse periódicamente.
Raramente los hombres son controlados
sobre su salud sexual, ni siquiera
a raíz de la pandemia del sida.
Igualmente son ellas las responsables
de aprender a cuidar de los menores
ya que, a su vez, son las que tienen
que tratar con ellos. Pero, ¿queremos
que siempre sea así?. No sabemos
si, tal vez, sus compañeros
quisieran estar aprendiendo cómo
hay que tratar al bebé o cómo
se le educa. Acaso muchos de ellos
estarían dispuestos. Hay una
brecha que no se ha cubierto: el trabajo
con los hombres en materia de salud
sexual, de capacitación sobre
salud reproductiva y de educación
infantil. De alguna manera se entiende
que los hombres están en el
trabajo, y las mujeres no. Lógicamente,
las mujeres trabajan dentro y fuera
de la casa, pero se entiende que estas
tienen un manejo del tiempo más
flexible.
El llamado enfoque de género,
en el desarrollo y en el manejo de
la política ambiental, se ha
despolitizado. Hay que ver también
que la participación de las
mujeres hay que valorarla y darles
paso en los órganos de gestión
y no sólo considerarlas como
objeto de actuación. Muchos
de los proyectos que se llevan a cabo
en países en desarrollo, con
comunidades rurales y urbano-marginales,
en cuanto a capacitación, formación...
tienden a cargar esas responsabilidades
sobre ellas. Las mujeres en esos países,
en la mayoría de los casos,
son madres. Pero además de
ser madres son sujetos políticos,
tienen su voz propia y ya están
vindicando estar en los órganos
de decisión, ser ellas las
que hagan las políticas, las
que digan dónde se destinan
los recursos y ejercer de interlocutoras,
coordinadoras y hablar.
Hace tiempo que lo están pidiendo,
pero no siempre las instituciones
están preparadas para ver esto.
Paloma Fernández
Rasines
Analista de la ONG Medicus Mundi
Antropóloga de la Universidad
Pública de Navarra
Agencia de Información Solidaria
prensa@medicusmundi.es
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