El patrimonio natural
africano corre serio peligro. La conservación
de especies y parajes únicos
en el mundo se ve seriamente amenazada
por la caza furtiva, la degradación
de la tierra, la pérdida de hábitat
y, la falta de inversiones y de planificación.
La situación exige una rápida
respuesta, pero los gobiernos tienen
otras prioridades que atender en África.
Una compañía privada se
ha ofrecido a gestionar la riqueza más
preciada que atesora el continente,
su vida salvaje.
Paul van Vlissingen, conservacionista
y multimillonario holandés,
se entrevistó con Nelson Mandela
en 1998 para expresarle su preocupación
por el estado en que se encontraban
muchos parques naturales africanos.
El histórico líder de
la lucha contra el apartheid le explicó
al neerlandés que en África,
después de invertir en educación,
servicios sociales y la lucha contra
el SIDA/VIH, quedan pocos recursos
para proteger la naturaleza. Van Vlissingen
le propuso traspasar a manos privadas
la gestión de las reservas
naturales surafricanas.
Con el visto bueno del ex-presidente
de Suráfrica puso en marcha
un proyecto piloto en el año
2001. Adquirió 16 granjas abandonadas
en los límites del Parque Nacional
de Mara-kele, previo pago de 25 millones
de dólares. Reconvirtió
las granjas en áreas salvajes
en las que introdujo diversas especies
para caza mayor. Derribó las
barreras que le separaban del parque
y negoció un contrato de Ecoturismo.
En virtud del acuerdo SANParks, el
organismo público que se encarga
de la protección de los parques
en Suráfrica, conservó
una opción de compra sobre
estas 22.000 hectáreas durante
30 años.
Su exitosa, según
el holandés, experiencia surafricana
le ha animado ahora a extender su
proyecto al resto del continente.
Para ello ha creado una empresa, la
African Parks Management and Finance
Company, de la que participarán
recursos públicos y privados.
El estado ha explicado
a la cadena BBC- podría aportar
expertos, científicos, animales
de otros parques naturales y tierra.
Yo aportaría expertos en gestión,
y el mando para llevarlo adelante.
Sam Robson, presidente del imperio
Walmart ha invertido en el proyecto.
El Departamento de Estado norteamericano
y el príncipe Bernhard de Holanda
también se han mostrado interesados.
El propio Van Vlissingen ha presentado
su plan al Banco Mundial.
African Parks ha firmado un contrato
por 25 años para ocuparse de
la reserva estatal de Majete, en Malawi,
y negocia nuevos contratos en Mozambique,
Uganda y Kenia. En Zambia ha llegado
a un acuerdo para hacerse cargo de
dos parques, Sioma Ngwezi y Liuwa
Plains. La firma, de momento, es sólo
por un año después de
que varios diputados regionales denunciaran
el acuerdo inicial previsto para 20
años. No estaban dispuestos
a que ninguna compañía
ostentara derechos absolutos
sobre los recursos naturales, a menos
que su propiedad perteneciera a las
comunidades locales al 100%. El Gobierno
central les acusó de bloquear
unas inversiones que podrían
crear puestos de trabajo y aumentar
la atracción turística
de la zona.
El controvertido plan de Van Vlissingen
ha desatado un debate en todo el continente.
El turismo es una fuente de riqueza
muy importante para los países
africanos, por lo general, muy necesitados
de divisa extranjera. La mayor o menor
afluencia de turistas depende en buena
medida de la conservación de
los parques y muchos estados parecen
estar dispuestos a dejar esta responsabilidad
en manos privadas. Una medida que
no encuentra una buena acogida entre
las comunidades locales limítrofes.
Es habitual que los parques en situación
de abandono estén ubicados
en las regiones más deprimidas
de sus respectivos países.
Lo normal es que quienes habitan estas
áreas no hayan disfrutado jamás
de los ingresos que genera el turismo.
Para ellos los animales salvajes a
menudo no son más que una fuente
añadida de problemas. Cualquier
día un elefante puede destrozar
sus cultivos y para proteger el sustento
de sus familias se ven obligados en
ocasiones a disparar contra especies
protegidas. Las autoridades tratan
de evitarlo, pero no hay elecciones
posibles cuando se trata de una cuestión
de supervivencia.
El auge de la industria turística
y el crecimiento de la población
ahondan en el conflicto entre las
comunidades locales y los animales
salvajes. El celo conservacionista
que exhiben algunos estados despierta
resquemor a nivel local. Parecen más
preocupados por proteger la vida salvaje
que la vida de sus propios ciudadanos.
Esa sensación se acrecienta
al comprobar que la protección
de la naturaleza pasa a un segundo
plano cuando el que dispara tiene
el bolsillo lleno de dólares.
La caza controlada deja importantes
beneficios en las arcas públicas
africanas. Un dinero que en principio
va destinado a la conservación
de los ecosistemas y la vida salvaje.
El año pasado, 9.000 turistas
extranjeros cazaron 34.000 animales
en Sudáfrica. Más de
100 millones de dólares pasaron
a engrosar las cuentas del estado.
Por el mismo concepto y en el mismo
periodo de tiempo, Zimbabue ingresó
30 millones de dólares y Tanzania
casi 10 millones.
Para conciliar los intereses del
Estado y los de las comunidades locales,
la solución, aseguran los expertos,
pasaría por integrar a estas
últimas en el negocio turístico.
Así lo contempla el plan de
Van Vlissingen, pero resulta complicado
convencer a sus potenciales beneficiarios.
No es la primera vez que un blanco
llega a África con un saco
lleno de promesas. En el subconsciente
colectivo africano todavía
permanecen gravadas las cicatrices
de anteriores visitas. Sería
aventurado poner en duda las buenas
intenciones del multimillonario holandés,
pero existen soluciones alternativas
a su plan que no suponen hipotecar
el patrimonio natural africano, ni
aplicar la lógica empresarial
de máximo beneficio a la protección
de la naturaleza. Swazilandia es un
ejemplo. Allí, en aquellos
parques en los que los miembros de
la comunidad son sus propietarios
el nivel de vida ha experimentado
una notable mejora.
Íñigo
Herraiz
Periodista
Agencia de Información Solidaria
inigoherraiz@hotmailcom
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