En el mundo se calcula
que existen más de 22 millones
de refugiados y 30 millones de desplazados
dentro de las fronteras de sus estados.
Dentro de estas estadísticas,
los gobiernos no tienen oficialmente
en cuenta una categoría de refugiados
poco convencional: los refugiados
ambientales. En 1998 los desastres
naturales produjeron, por primera vez
en la historia, más refugiados
que las guerras y los conflictos armados.
Aunque las estimaciones varían
enormemente, se calculan en 25 millones
las personas desplazadas forzosamente
de sus hogares por sequías, desertificación,
erosión de los suelos, accidentes
industriales y otras causas medioambientales.
En el año 2010 se estima que
podrían ser ya 50 millones.
El deterioro ecológico (sequía,
plagas, desastres naturales, accidentes
industriales y nucleares) acompaña
a las hambrunas y a los conflictos
armados que además tienen unas
repercusiones medioambientales de
enorme gravedad (bombardeos, destrucción
de cosechas, utilización de
armas químicas, etc.). Además,
el impacto humano en el medio ambiente
está agravando la intensidad
de los desastres naturales y son los
pobres quienes más sufren las
consecuencias. Un estudio de la ONU
de 1998 estimó que el 96% de
las muertes causadas por desastres
ocurren en el 66% de la población
de los países más pobres
del mundo. Combatir la pobreza es
el mejor medio para reducir el número
de cadáveres que habrá
que sacar de entre los escombros,
el barro, las crecidas o la sequía.
Pero los refugiados ambientales no
sólo son víctimas de
los desastres naturales. Muchas veces
es la mano del hombre la culpable
de los éxodos ambientales,
cuyos damnificados no suelen recibir
ayudas y mucho menos indemnizaciones.
El 3 de diciembre de 1984 en Bhopal
(India), una fuga de gas venenoso
en la planta química de pesticidas
de la compañía estadounidense
Union Carbide provocó la muerte
por envenenamiento de 30.000 personas
y la migración forzosa de otros
cientos de miles ante la imposibilidad
de la vida en la zona. En Bangladesh
en 1998, se produjo una explosión
en una planta de la petrolera estadounidense
Occidental Petroleum. 50 kilómetros
a la redonda fueron totalmente calcinados
por el fuego. Cientos de personas
murieron. El 20 por ciento de Bangladesh
fue aislado durante seis meses del
resto del país a causa de esa
explosión, mientras el gas,
durante ese tiempo, continuaba filtrándose
al medio ambiente sin control alguno.
Detrás de estos accidentes
de gran relevancia que logran conmocionar
a la comunidad internacional, se encuentran
casos cotidianos de destrucción
medioambiental que obligan a miles
de personas a desplazarse de sus lugares
de origen. Son habituales los vertidos
de petróleo o sustancias químicas
a ríos o costas que afectan
a la supervivencia de los habitantes,
destrozan su hábitat, su modo
de alimentación básica
y se ven convertidos en refugiados.
La deforestación de los bosques
o la desertificación también
obliga a muchas comunidades y familias
a dejar sus hogares y los convierte
en campesinos sin tierra errantes
en busca de un lugar habitable. La
labor irresponsable de algunas multinacionales,
en busca del mayor beneficio a toda
costa, está generando un gran
número de refugiados invisibles.
Desde la aprobación de la Convención
de Ginebra en 1951 como marco jurídico
para los refugiados, el panorama,
las características y la procedencia
de los refugiados ha cambiado de forma
radical. Un refugiado ya no es sólo
el que huye de regímenes políticos
represivos o de conflictos armados.
Es necesario renovar los marcos jurídicos
y hacerlos acordes con los problemas
actuales.
Una de las medidas que puede reducir
el número de refugiados medioambientales
es una mayor concienciación
del hombre como responsable directo
de la degradación del medio
ambiente y del empeoramiento de las
condiciones de vida en el planeta.
Se hace necesaria además la
planificación de estrategias
para reducir la vulnerabilidad de
las zonas expuestas a amenazas ambientales
conocidas y previsibles.
Como ya señaló el Secretario
General de Naciones Unidas, Kofi Annan,
"el edificar una cultura de prevención
no es fácil. En tanto que los
costos de la prevención deben
pagarse ahora, sus dividendos se hallan
en el futuro remoto. Además,
los beneficios no son tangibles: son
los desastres que no sucedieron."
Ser ecológicamente responsable
no es rentable. Esta es,
a menudo, la razón subyacente
de que muchos gobiernos y empresas
se resistan en invertir en la prevención
de accidentes industriales o en medidas
para reducir la vulnerabilidad de
las zonas. Pero cuanto mayor sea la
responsabilidad ecológica humana,
menor será la vulnerabilidad
a los desastres. Cambiar esta actitud
requiere pensar a largo plazo, puesto
que es tan sólo con el paso
del tiempo con el que la prevención
puede ahorrar dinero y -lo que es
más importante- reducir el
sufrimiento humano, ése que
ni la ayuda humanitaria más
generosa puede compensar.
Jacobo Quintanilla
Periodista
Centro de Colaboraciones Solidarias
jacoboquintanilla@hotmail.com
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