La Cumbre Mundial
de la Alimentación en Roma
concluía con una clara apuesta
por la biotecnología: "Estamos
resueltos -decía la declaración
final- a estudiar, compartir y facilitar
el uso responsable de la biotecnología
con miras a hacer frente a las necesidades
de desarrollo".
Pero, ese "uso
responsable" se había
puesto en entredicho en el transcurso
de la Cumbre. Las delegaciones de
distintas ONG sacaron a relucir la
presencia de alimentos transgénicos
prohibidos en los envíos de
ayuda humanitaria a América
Latina. Un informe del Instituto Genetic
ID, un laboratorio independiente de
Iowa (EEUU), confirmó la presencia
de distintas variedades de maíz
modificado genéticamente, considerado
no apto para el consumo humano, entre
la ayuda distribuida por el Programa
Mundial de Alimentos (PMA) y la Agencia
Internacional Estadounidense para
el Desarrollo (USAID) en Bolivia,
Guatemala y Nicaragua.
Las contradicciones
entre ambos sucesos, pueden servir
para ilustrar el intenso debate generado
en todo el mundo en torno a los Organismos
Modificados Genéticamente (OMG).
En los últimos años,
se ha forjado el mito de los cultivos
transgénicos: mayor rendimiento,
aumento de resistencia a enfermedades
y condiciones ambientales, incorporación
de valores nutritivos adicionales...
Propiedades que, con la generalización
de este tipo de cultivos, solucionarían
el problema del hambre en el mundo.
Sin embargo, y al
margen del vértigo colectivo
que suelen provocar este tipo de descubrimientos
científicos, experiencias recientes
demuestran que la gravedad de las
consecuencias que pueden acarrear
los cultivos transgénicos,
según su concepción
actual, eclipsa ampliamente sus supuestas
bondades, a la vez que ponen de manifiesto
sus limitaciones a la hora de solucionar
el problema del hambre en el mundo.
Sirva de ejemplo
el caso mencionado de la presencia
de transgénicos prohibidos
en la ayuda humanitaria. Entre los
productos encontrados en Bolivia figuraba
el maíz "Starlink",
que había sido protagonista
en el año 2000 del mayor escándalo
conocido en Estados Unidos relacionado
con los OMG. Esta variedad del maíz,
fue encontrada en tacos manufacturados
por Kraft, a raíz de una investigación
realizada por Amigos de la Tierra
y la Coalición de Alerta de
Alimentos Modificados Genéticamente.
El maíz "Starlink",
según había estipulado
la Agencia Ambiental Estadounidense
(EPA), no era apto para el consumo
humano por contener características
de alergénicos conocidos.
A nadie se le escapa
a estas alturas que los países
del Norte son proclives a utilizar
a los del Sur como banco de pruebas,
cuando no como simple vertedero. Pero,
este caso podría constituir
también un ejemplo de las funestas
consecuencias de la contaminación
genética. Los OMG, como seres
vivos que son, pueden transmitir sus
trasgenes a otros organismos, desde
cultivos convencionales hasta plantas
o animales silvestres. Un estudio
reciente realizado en Estados Unidos
sobre veinte productos que se comercializaban
como libres de ingredientes transgénicos,
reveló que once de ellos tenían
trazas de dichos ingredientes, y cinco
los contenían en cantidades
significativas.
No se puede descartar
que algo parecido haya sucedido en
el caso de la ayuda humanitaria. Lo
que significa además, tras
afirmar los organismos implicados
(PMA y USAID) que sus programas de
ayuda no incluyen transgénicos,
que la falta de mecanismos de regulación
y control de los OMG pueden suponer
una grave amenaza para la biodiversidad,
al poner en peligro las especies autóctonas,
y también, como en el caso
que nos ocupa, para la salud pública.
¿Acaso lo
que se presenta como una garantía
para la "seguridad alimentaria"
del planeta terminará generando
más inseguridad? Entre los
riesgos para la salud que pueden entrañar
los alimentos transgénicos
figura la aparición de nuevas
alergias o de resistencias a los antibióticos.
Como norma general, ¿quién
se encarga de controlar estos alimentos?
Esta responsabilidad recae habitualmente
sobre la propia empresa de biotecnología,
que se encarga de valorar, a través
de estudios científicos de
inocuidad, la seguridad de sus propios
productos. No se exige, en ningún
momento, la realización de
estudios independientes. Nuestra salud
queda en manos de las empresas.
La necesidad de
amortizar los abultados costos que
suponen las investigaciones genéticas
ha precipitado, fruto de la presión
de las grandes corporaciones que las
financian para adueñarse de
las patentes, la introducción
de los OMG antes de que se hayan calibrado
sus efectos sobre los ecosistemas
y la salud pública a medio
y largo plazo. Hoy todavía,
los riesgos potenciales que se asocian
a la ingeniería genética
no compensan los difícilmente
apreciables beneficios para agricultores
y consumidores. Sí, en cambio,
representa un fructífero campo
de acción para las grandes
multinacionales y sus más que
dudosas intenciones de acabar con
el hambre en el mundo.
La empresa Monsanto
comercializa el 86% de las semillas
transgénicas en el mundo, con
ventas anuales netas por valor de
más de 5.000 millones de dólares.
El precio de esas semillas es superior
al de las convencionales y su cultivo
se encarece aun más con el
pago de la licencia de la patente.
Los preciados frutos van acompañados
además, según advierte
Greenpeace, de contratos con cláusulas
leoninas: Monsanto exige por contrato
que los agricultores que cultiven
su soja RRS se comprometan a no utilizar
otro herbicida que no sea el aconsejado
por la multinacional, no intercambiar
ni quedarse con parte de las semillas,
permitir la entrada de inspectores
de la empresa y estar sujetos a un
sistema de multas por incumplimiento
de lo acordado. Sucede entonces, como
ya aconteciera con la denominada "revolución
verde", que los pequeños
agricultores de quienes todavía
depende la alimentación de
1500 millones de personas, no pueden
afrontar los elevados costes derivados
del pago de las semillas anualmente
y sus correspondientes agroquímicos.
Al no poder competir en igualdad de
condiciones podrían terminar
perdiendo su tierra y con ella el
único sustento de la familia,
lo que terminaría agravando
el problema del hambre en el mundo.
En definitiva, en
torno a los OMG confluyen algunos
de los debates más relevantes
de este comienzo de siglo: incrementar
la producción de alimentos
o apostar por su redistribución;
promover el acceso a los avances de
la ciencia o patentarlos (ponerlos
al servicio de la humanidad o de las
empresas); desarrollo sostenible o
inhumano; seguridad alimentaria o
beneficio inmediato. Afrontar o eludir
la responsabilidad política:
amparar a la ciudadanía o dejarla
a merced de los intereses empresariales.
Iñigo Herráiz
Periodista
Centro de Colaboraciones Solidarias
inigoherraiz@hotmail.es |