El actual sistema
de transporte basado en el automóvil
es insostenible. En los últimos
veinte años el número
de vehículos ha crecido, en
términos porcentuales, en mayor
medida que la población mundial.
Más allá de soluciones
técnicas, es el momento de
fomentar el uso de otros medios de
transporte alternativos, más
respetuosos con el medio ambiente.
Desde distintos puntos del planeta
se han puesto en marcha planes muy
diversos para tratar de atajar este
problema global.
El último
y más polémico se ha
aplicado en Londres. Desde hace varias
semanas, viajar en coche por el centro
de la capital inglesa cuesta 5 libras
(8 dólares). El dinero que
se recaude se invertirá en
reforzar el transporte público.
Así, una minoría que
conduce su vehículo particular
hasta el corazón de Londres,
financiará a través
del impuesto la mejora del servicio
de autobús y metro que utilizan
el 85% de los trabajadores de la zona
centro.
La medida ha recibido
el respaldo de un 60% de los ciudadanos,
según una encuesta de la BBC,
aunque sus detractores sostienen que
discrimina a los trabajadores con
menor poder adquisitivo. Esta crítica
no coincide con los estudios, anteriores
a la imposición de la tasa,
que concluyeron que menos de un 5%
de los trabajadores con bajos ingresos
acudían a su trabajo en el
centro de la capital en su vehículo
particular.
Desde un buen número
de ciudades europeas se sigue con
atención la evolución
de la iniciativa londinense. De resultar
efectiva, más de un ayuntamiento
tiene en mente seguir los pasos británicos.
Más allá del desahogo
del tráfico urbano, no cabe
esperar, sin embargo, un impacto inmediato
sobre las condiciones ambientales,
pues la "Tasa por atasco"
se aplica en una zona muy limitada.
Sí, en cambio, puede tener
un efecto positivo a largo plazo,
como instrumento de sensibilización.
Entre otras cosas, servirá
para promover un cambio en los hábitos
de transporte de los ciudadanos, fomentando
el uso del transporte público
y de la bicicleta.
Más difícil
parece convencer a un ciudadano estadounidense
para que deje su coche en casa. En
ningún otro lugar del mundo
está tan arraigada la "cultura
del automóvil" como en
EE.UU. Sus ciudades están hechas
a la medida del coche y, a diferencia
de lo que sucede en la mayoría
de países europeos, carecen
de un eficiente y extendido servicio
de transporte público.
Para el americano
medio a menudo no queda otra opción
que usar el coche. Según el
Texas Transportation Institute (TTI),
cada estadounidense pasa 62 horas
al año detenido en un atasco
y la factura anual de la congestión
urbana asciende a 68.000 millones
de dólares, equivalente a 3.600
millones de horas de trabajo perdidas
y 5.700 millones de barriles de petróleo
desperdiciados. En el año 2000,
los más de 200 millones de
vehículos que circulan por
las carreteras de EE.UU, expulsaron
a la atmósfera del orden de
300 millones de toneladas de dióxido
de carbono. Las emisiones de CO2 de
los automóviles estadounidenses
fueron superiores al total de las
registradas en el resto del planeta
si exceptuamos a China, Rusia y Japón.
Pero esto no parece preocupar a las
autoridades, cuya respuesta ha sido
más inversión en infraestructuras
viarias, que aún así,
siguen sin acoger el incesante crecimiento
de la flota de vehículos.
Este desfase es
todavía mayor en los países
en vías de desarrollo. Aunque
la densidad de vehículos es
todavía muy inferior a la que
se registra en los países del
Norte, algunas ciudades de América
Latina, por ejemplo, han experimentado
en las últimas décadas
una rápida expansión
del parque automovilístico,
que encuentra difícil acomodo
en su caótica y deteriorada
vialidad. Un informe de la CEPAL señala
que el denso tráfico urbano
se ha convertido además en
una fuente de "inequidad social",
en la medida en que los vehículos
particulares perjudican a los viajeros
de los autobuses, generalmente con
ingresos más bajos. También
la polución distingue entre
ricos y pobres. La Organización
Mundial de la Salud (OMS) estima que
las emisiones contaminantes de los
vehículos son las responsables
de 200 mil muertes anuales en la región,
la mayoría entre los menos
favorecidos.
En medio de este
panorama desolador, Bogotá
se ha convertido en un modelo de referencia
a nivel mundial. En la capital colombiana
se ha pretendido que los ciudadanos
recuperen su espacio público
frente a la hegemonía del coche.
Se ha restringido la circulación
de automóviles, se han abierto
110 km de ciclorutas y se ha construido
la avenida peatonal más larga
del mundo (17km). Paralelamente se
ha puesto en marcha la red de autobuses
Transmilenio, con capacidad para transportar
a 40.000 viajeros por hora. Bogotá
ha demostrado que una gran urbe de
más de 7 millones de habitantes
puede ser un lugar habitable.
Millones de vehículos
inundan a diario las calles de ciudades
de medio mundo. Los efectos de la
congestión del tránsito
urbano se hacen sentir en la economía,
el medio ambiente y la calidad de
vida de los ciudadanos. Si se quiere
conservar el planeta ha llegado la
hora de demostrarlo tomando medidas
para evitar su uso desmedido e irracional.
Íñigo Herraiz
Periodista
Agencia de Información Solidaria
inigoherraiz@hotmail.com |