Estos, en su estado primigenio, presentaban escasa propensión a la
erosión hídrica. A pesar de la existencia de las lomadas que
caracterizan a la región, estaban muy bien protegidos por la
vegetación, y el ecosistema se mantenía en perfecto equilibrio natural.
Hacia fines del siglo XIX se produjo un hecho fundamental que cambiaría
para siempre la fisonomía del lugar. Un grupo de colonos alemanes
provenientes de las llanuras rusas del río Volga fundaron, el 4 de
junio de 1887, un poblado al que llamaron Aldea Santa María.
El primer gran obstáculo con el que se encontraron fue la falta de
agua, de modo tal que debieron echar mano a las palas para cavar pozos
que les permitieran acceder al vital elemento. Más adelante fueron
levantando algunas viviendas y luego comenzó la dura tarea de sacar el
monte para convertirlo en tierras de labranza. El terreno que iba
apareciendo tenía pendientes pronunciadas que antes habían estado
disimuladas por el monte; pero a los ojos de los nuevos colonos eso
parecía no revestir ninguna importancia. Lo único que contaba era la
excelente presencia de una buena cantidad de humus en el suelo. Las
primeras siembras se hicieron en 1888 y las herramien-tas de laboreo
que se utilizaron fueron muy rústicas y precarias. Es muy probable que
desde aquellos tiempos se hayan comenzado a labrar los campos sin tener
en cuenta que los surcos muchas veces seguían la dirección de la
pendiente del terreno, con lo cual empezó a desencadenar- se lentamente
el proceso de la erosión hídrica de los suelos.
Durante varias décadas el desmonte permitió un lento pero constante
avance de la frontera agrícola. Al desconocimiento absoluto de técnicas
de labranza conservacionista se sumó, a partir de 1916, la fuerte
expansión de la agricultura basada en labranzas con arado de reja y
vertedera, sistema que aceleró el proceso de degradación.
Las nuevas tierras que iban ganándose al poco monte que aún quedaba,
producían muy buenos rindes en las cosechas. En cambio las más
antiguas, en este caso las más cercanas a Aldea Santa María, mostraban
cada vez una mayor pérdida de rendimiento. Evidentemente se estaba
haciendo un muy mal manejo del ambiente productivo en general.
En un principio, el elevado contenido de materia orgánica y una
agricultura que no había llegado a su etapa de expansión, permitieron
mantener los suelos productivos, con procesos degradatorios incipientes
o localizados. Pero la forma de labranza que aplicaban los colonos
había sufrido un cambio propiciado por el avance en la tecnología. Y si
bien se utilizaban arados más nuevos, seguían ignorándose algunas
técnicas fundamentales de conservación que debían aplicarse en suelos
por demás propensos a la erosión. Los campos producían menos y, en
algunos casos, se habían transformado en propiedades invendibles
atravesadas por inmensas cárcavas.
Es muy común que el proceso de la erosión causada por el agua de lluvia
pase a veces desapercibido y el agricultor no se de cuenta de ese tipo
de pérdida de suelo hasta que los resultados son netamente visibles. De
hecho el reemplazo de una agricultura tradicional o convencional como
la que habían venido aplicando los ruso-alemanes requeriría de un gran
esfuerzo que no estaría limitado exclusivamente a los aspectos
tecnológicos. Todo sistema de producción, para que fuera sustentable,
necesitaba de una debida planificación y de una continui- dad temporal.
Tanto la conservación de los suelos como de los recursos naturales y
del medio ambiente en general, requieren de una fuerte participación
del área educativa. Estas temáticas fueron interesando cada vez más a
los nietos de los ruso-alemanes. Aprendieron que existían varias
alternativas técnicas para controlar la erosión hídrica y que las
mismas podían aplicarse individualmente o en forma combinada.
Fue así como lentamente comenzaron a observarse hacia fines de los '60
algunas superficies sembradas cortando la pendiente, para luego
comenzar a combinar fajas de cultivos de invierno con fajas de cultivo
de verano, de manera tal que el suelo permaneciese con cultivos en
distinto grado de crecimiento durante la mayor parte del año. Más
adelante se efectuaron las primeras obras de terracería perpendiculares
a las pendientes del terreno, para frenar y conducir el excedente
hídrico hacia canales de desagüe vegetados ubicados en los bajos
naturales del campo.
En 1970 los suelos de Aldea Santa María no escaparon a la
extraordinaria transformación de la actividad agrícola que se
caracterizó por el gran aumento de la producción, la adopción de
tecnología moderna, el desarrollo de nuevas formas organizativas de la
producción y un aceleradísimo proceso de agriculturización. Muchos
jóvenes asistían por entonces a escuelas rura- les donde se les
enseñaban los conocimientos necesarios para desarrollar un nuevo tipo
de agricultura que era, fundamentalmente, respetuosa del ambiente. No
por esto dejaba de ser económicamente rentable, razón por la que
comenzó a ser aceptada moral y socialmente. Existían nuevos
fertilizantes, herbicidas y máquinas agrícolas y se disponía de un
cúmulo de nuevos conocimientos acerca del suelo y de cómo variaba y qué
necesitaba éste para conservar y aumentar su fertilidad sin dejar por
eso de dar una producción máxima. Se sentían capacitados para trabajar
la tierra y obtener cosechas en forma insospechada hasta hacía unos
años.
El concepto de calidad del suelo que implicaba una visión global iba
mucho más allá del cuidado de su integridad física, y alcanzaba también
a las funciones del mismo.
Estas nociones se integraron y plasmaron en el sistema de siembra
directa. Entonces los impulsores del cambio a nivel local decidieron
doblar su apuesta. Empezaron a imaginar que si el desarrollo de una
agricultura productiva, rentable y sustentable ambientalmente era uno
de los grandes desafíos de la humanidad para el siglo XXI, bien podrían
comenzar a transmitir de alguna manera todo ese cúmulo de nuevas
experiencias.
Fue así como en el año 1989 un grupo de docentes y alumnos de Aldea
Santa María organizaron una serie de actividades cuyo objetivo
primordial fue la divulgación de la problemática de la degradación de
los suelos, las medidas que se habían tomado al respecto y los
resultados obtenidos, sentando las bases de lo que hoy es la Fiesta
Provincial de la Conservación del Suelo.
Cuando los colonos ruso-alemanes se asentaron en diversos puntos de
nuestro territorio su meta principal fue la de trabajar las tierras,
razón que justificaba plenamente las tareas de desmonte que debieron
realizar. Y fue doblemente importante: les aseguraba la provisión de
leña, único combustible utilizado en sus viviendas, y la ampliación
constante de los campos para sembrar. Tanto las técnicas de cultivo
como la tecnología disponible fueron prácticamente las mismas que
habían estado utilizando durante mucho tiempo en Rusia. Lo mismo el
tipo de suelo, que era muy similar al de las márgenes del río Volga,
pero que difería muchísimo en cuanto a la proclividad a la erosión.
La degradación de los suelos se ha producido como consecuencia de una
multicausalidad, como el resultado de un proceso desencadenado a partir
del desmonte iniciado en toda la zona. Así, a la proclividad de los
suelos a la erosión, habría de sumársele la inocente ignorancia por
parte de los colonos de métodos de labranza conservacionistas y el uso
de herramientas inadecuadas. En muy poco tiempo sustituyeron el
ecosistema por un sistema agrícola que desarticuló los procesos
naturales de regulación existentes.
Fue necesario que la productividad de la tierra cayera a valores
alarmantes para que pudiese operar un cambio en el modelo de
agricultura que se estaba llevando adelante. Y así como en su momento
la sociedad produjo un efecto sumamente negativo sobre el espacio,
fueron los integrantes de esa misma sociedad quienes se propusieron
empezar a trabajar muy en serio en la implementación de medidas
tendientes a lograr la detención eficaz del problema. Una nueva
estrategia se puso en marcha: la exitosa estrategia de la conservación
del suelo. Una vital perspectiva que los habitantes de Aldea Santa
María abrazaron como propia.