El impacto de los biocarburantes en el cambio climático está mal evaluado. Los protocolos internacionales sobre estos combustibles verdes ignoran la mayor parte de las emisiones causadas por los propios cultivos destinados a producirlos. Incluso la rigurosa contabilidad que rige el mercado mundial del carbono -donde los países ricos venden su exceso de emisiones a los pobres- indulta a ese CO2 de sus balances, lo que será pronto un poderoso incentivo económico a la deforestación del Tercer Mundo.
Conscientes del peso que tendrán las posturas mejor avaladas por la evidencia en las negociaciones del clima, este diciembre en Copenhague, los científicos -y sus principales revistas- están apurando a fondo la recta final para revisar algunas ideas, y casi todos los cálculos.
Las nuevas conclusiones sobre los biocarburantes, que empeoran radicalmente la posición de salida de estos productos, se presentan en la revista Science, en dos trabajos firmados por 20 científicos y economistas de las universidades de Princeton y California en Berkeley, el Massachusetts Institute of Technology (MIT), el Laboratorio de Biología Marina de Woods Hole, el International Institute for Applied Systems Analysis de Laxenburg, en Austria, la Universidad de Sao Paulo (Brasil) y la School of Public Administration de Zhejiang (China).
Cualquier proyecto global de estímulo a los biocarburantes tendrá el efecto de aumentar las emisiones de CO2 y otros gases peores, concluyen los científicos. Esto no sólo es cierto de los actuales biocarburantes primarios -basados en maíz, soja y otros granos alimentarios desviados al uso energético-, sino también de los futuros combustibles derivados de la paja (o celulósicos), como los cultivos de plantas herbáceas sin valor alimentario. La razón en ambos casos es la recalificación de bosques como parcelas agrícolas.
La tierra firme del planeta mide 133 millones de kilómetros cuadrados, y 42 de esos millones (el 32%) son ya de uso agrícola, repartidos así: 16 de cultivos y 26 de pastos. Los modelos predicen que al final de este siglo la tierra dedicada a producir biofuel superará a todos los cultivos alimentarios del mundo (luego ocupará más de 16 millones de kilómetros cuadrados nuevos, que ahora son de bosque). Los campos agrícolas secuestran menos CO2 que los bosques.
"En vísperas de la negociación del tratado del clima más importante de la historia, es vital que las tecnologías propuestas como soluciones al calentamiento global, como los biocarburantes, sean evaluadas correctamente", dice uno de los autores, Daniel Kammen, director del Centro de Investigación en Transporte Sostenible de la Universidad de California. "Nuestro trabajo aclara cómo debería hacerse la contabilidad de los biocarburantes". Esa forma no es la actual.
Una vez en el depósito del coche, los biocarburantes emiten tanto CO2 como la gasolina. Pero ese CO2 es sólo una parte del que los cultivos tomaron de la atmósfera para fabricar el biocarburante, o su materia prima. El balance neto es beneficioso, y esto es lo que justifica el apoyo institucional unánime a estos combustibles, desde el protocolo de Kioto hasta el mercado de carbono de la Unión Europea o la ley del clima recién aprobada por el Congreso norteamericano.
Pero todos esos protocolos eximen -o dejan impune- el CO2
emitido para producir biocarburante, incluso cuando ello implica quemar un bosque para convertirlo en cultivos energéticos. O reconvertir los cultivos alimentarios en energéticos, que acaba teniendo el mismo efecto, según revela el nuevo análisis.
Si los cultivos destinados a biocarburantes desplazan a los alimentarios, las emisiones directas no aumentan. Pero aumentan las indirectas, porque la operación implica ganar nuevas tierras al bosque para sembrar los alimentos y los pastos perdidos, ya que la demanda de comida sigue siendo la misma.
Los científicos han usado modelos económicos y geoquímicos combinados que predicen el impacto sobre el calentamiento que tendría a lo largo de este siglo un programa global de biocarburantes, como el que se baraja ante la cumbre de Copenhague. Este trabajo ha sido dirigido por Jerry Melillo, del Laboratorio de Biología Marina de Woods Hole.
Según los nuevos modelos, las emisiones de CO2 indirectas duplican a las directas. Y hasta ahora no se han contado. Además, el uso redoblado de fertilizantes (que contienen nitrógeno en forma de nitratos) aumentará las emisiones de óxido nitroso (N2O), otro gas de efecto invernadero que, hacia final de siglo, superará en importancia al propio CO2 como agente de calentamiento. Estas emisiones tampoco se cuentan ahora.
Los científicos aconsejan racionalizar el uso de fertilizantes. La principal medida es no añadirlos por sistema, sino sincronizarlos con las necesidades de nitrógeno de la planta.
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