En
medio de la evidente distracción que representó el bárbaro ataque
terrorista en el sistema de transporte de Londres, el grupo del G-8
trató de llegar a algún acuerdo constructivo sobre el importante tema
del cambio climático, que estaba en segundo lugar en la agenda del
anfitrión, Tony Blair, en la exclusiva “conferencia de los ricos” de
Escocia. Sin embargo, a pesar de los avances en el tema de la ayuda a
los países pobres, y especialmente al continente africano, el acuerdo
sobre el calentamiento global representó, a juicio de los ecologistas,
la mayor decepción de la cumbre de mandatarios, mayormente gracias a la
renuencia del presidente Bush en aceptar límites obligatorios para
frenar ese nocivo fenómeno.
En efecto, en el comunicado final del G-8 resultó en una mera
declaración retórica al reconocer que el cambio climático es apenas un
“reto a largo plazo”, negando una realidad inmediata y evidente para
todos los terrícolas, mientras enfrentan cada año más calor,
inundaciones y desastres ecológicos. Aparentemente la inflexibilidad
del mandatario en ese punto trabó cualquier acuerdo constructivo para
encarar el problema de inmediato con medidas más efectivas.
Sin embargo no todo fue negativo para la ecología en la cumbre, pues el
comunicado del G-8 comprometió a las ocho naciones a trabajar
conjuntamente con los países en desarrollo para reducir los gases de
invernadero. Este punto es importante por cuanto países muy populosos
como Brasil, India, China, y México y Sudáfrica (miembros del llamado
G-5) estaban excluidos en el cumplimiento de los objetivos del
protocolo de Kioto en razón de que son naciones subdesarrolladas, a
pesar de que contribuyen a una parte significativa de los gases
contaminantes, ya que constituyen cerca del 40% de la población
mundial.
Por otro lado, los analistas opinan que, al concederle menos
importancia a los países latinoamericanos, el G-8 está agudizando en
forma indirecta el problema ambiental, especialmente el de la
deforestación, en vista del desastre que representa la destrucción de
las selvas tropicales en la cuenca del Amazonas y otros importantes
ríos de Latinoamérica, que suplen la tercera parte del oxígeno del
planeta. Por lo tanto, buscar estrategias económicas de apoyo que
abarquen a más naciones latinoamericanas, debió hacer sido un punto
importante en la agenda del G – 8, especialmente con la presencia en la
cumbre de mandatarios como Lula da Silva y Vicente Fox.
Pero quizás el punto conceptual más importante del acuerdo del G-8 en
materia ecológica es el reconocimiento de que el calentamiento global
es un hecho, o sea que está ocurriendo cada vez con mayor intensidad, a
diferencia de las disquisiciones teóricas de algunos científicos, que
alegaban la falta pruebas contundente de que el cambio climático se
relacione con la actividad humana. Así, las naciones del G-8 se
comprometieron –aunque sea teóricamente, a “estabilizar los gases de
invernadero en la atmósfera a niveles adecuados para prevenir una
catástrofe ambiental”.
Sin embargo, acostumbrados al lenguaje retórico y ambiguo de estas
cumbres, algunos ecólogos comentaron que se deja a la interpretación lo
que es una “catástrofe ambiental”, aunque cada año estén ocurriendo en
todas partes del mundo –sin discriminar países ricos o pobres- toda una
serie de fenómenos meteorológicos que atestiguan que el efecto
invernadero se está produciendo seriamente, afectando la vida y la
economía de muchas naciones y con más crudeza a las pobres, con menos
recursos para reponerse de estos desastres.
Faltó esta vez, a pesar de los esfuerzos de Tony Blair, disposiciones
específicas sobre un sistema comercial que mitigara los costos de
cumplir con Kyoto, un compromiso formal para desarrollar e implementar
nuevas tecnologías alternas y normas para medir y lograr una mayor
eficiencia energética. Pero al menos hay signos alentadores, pues
mientras Bush permite –en aras del sacrosanto nivel de vida- más
plantas nucleares y liberaliza la exploración y producción de petróleo
en Alaska, algunos mandatarios regionales y congresistas de su país,
están tratando de imponer normas más restrictivas en cuanto a
emisiones, a pesar de que Washington siga sin ratificar el protocolo de
Kyoto.
Mientras tanto, las demás naciones no pueden hacer otra cosa que
cumplir, aunque sea imperfectamente con el vapuleado protocolo de
Kioto, que los compromete a reducir para el 2012 las emisiones
contaminantes a los niveles de 1990, algo que se ve cada vez más
difícil a medida que se avanza en esa materia y crece el desarrollo
industrial. Así, aunque poco ha cambiado desde el mes pasado, cuando
existía esperanzas de acuerdos más contundentes y obligantes, al menos
la cumbre del G-8 dejó como consuelo, una sensación de que hay más
conciencia sobre el tema del cambio climático causado por el
calentamiento global y que más gente cree que hay que hacer algo…y
pronto, antes de que el problema sea irreversible y todos suframos sus
nefastas consecuencias.
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