El
cultivo masivo de esta planta modificada con tecnología genética deja
fuera de la carrera a los pequeños campesinos y destruye el medio
ambiente. En Argentina, la soja se ha convertido literalmente en una
plaga, pese a que representa el 40% de las ganancias por exportaciones.
En los últimos años en Argentina se ha producido un verdadero boom de
la soja, al extremo que ya son 14 millones las hectáreas cultivadas con
este producto manipulado genéticamente. La situación es tal que se
puede afirmar que es demasiado tarde para revertir esta tendencia.
"El tren ya ha partido", la situación es prácticamente irreversible,
lamentó Tina Goethe en la conferencia "Argentina - Los negocios de la
agronomía y la tecnología genética ponen en peligro la soberanía
alimentaria", celebrada esta semana.
Esta conferencia, organizada por la Asociación Latinoamérica-Suiza
(ALAS) en el Käfigturm de Berna, es parte de la serie de exposiciones
bajo el título "Sin derecho a la tierra no hay desarrollo, la cuestión
de la tierra en América Latina".
Con argumentos y cifras difícilmente refutables, Goethe dejó en claro
por qué el cultivo de soja manipulada genéticamente es tan nocivo para
el hombre y la naturaleza. "Quienes primero sienten los estragos de
este proceso son los pequeños agricultores", señaló la responsable de
Política de Desarrollo de la ONG Swissaid.
Una agricultura sin campesinos
Casi el 100% de la soja argentina se produce con semillas transgénicas.
Esa producción, basada en grandes inversiones y el despliegue de
tecnología a gran escala - maquinaria agrícola sofisticada, aviones
para fumigar, etc.- ha dejado a los pequeños agricultores argentinos
fuera de competencia y al borde de la desaparición.
"El cultivo de soja ha desplazado directa o indirectamente a 150.000
pequeños campesinos, en un país donde sólo el 1% de la población se
dedica a la agricultura. Crecen los agronegocios, se produce soja para
la exportación, en lugar de alimentos para la población. No es de
extrañar que en las grandes ciudades argentinas azote el hambre",
criticó Goethe.
Según cifras citadas por la socióloga, el aumento de la superficie
cultivada con soja- de 6 a 14 millones de hectáreas entre 1994 y 2004 –
ha ocurrido a costa de la producción de otros alimentos como maíz,
trigo, arroz, frijoles, y de cultivos como melaza, girasol y algodón.
Además, el ganado vacuno ha perdido una superficie de pastoreo del 27%.
Catástrofe ambiental es una realidad
El cultivo de soja tiene, además, consecuencias fatales para el
medioambiente. "Sin duda, la primera causa de pérdida de los bosques en
Argentina es la transformación de la selva en áreas de cultivo de
soja", señaló Goethe.
Asimismo la soja entraña un riesgo ambiental por tratarse de un
monocultivo. No sólo ha desplazado a otras especies comestibles, sino
que las semillas manipuladas por tecnología genética son incultivables
sin herbicidas.
"Sobre los campos de soja llueven anualmente 150 millones de litros,
más de 100 litros por hectárea del nocivo químico. Pero como hay hierbas que se
han vuelto resistentes a este glifosato, se utilizan otros herbicidas
como Paraquat, prohibido en Suiza y probadamente dañino para la salud
humana", puntualizó Goethe.
Intoxicaciones y muertes por herbecidas
Los suelos regados con potentes cócteles de herbicidas quedan
empobrecidos, contaminados, erosionados. La misma soja, por el uso
indiscriminado de agroquímicos, se ha vuelto una maleza incontrolable
en los pocos terrenos libres de ella.
Los herbicidas hacen que la producción masiva sea más práctica y más
barata, pero han dejado a los campesinos sin trabajo o como simple mano
de obra barata. Y no pocas veces han causado intoxicaciones y muertes.
Los pequeños agricultores han intentado impedir la importación de esos
productos, hasta hoy infructuosamente.
La situación en Argentina amenaza con expandirse a Brasil, Paraguay,
Bolivia, a donde llegan las semillas manipuladas genéticamente por
contrabando, advirtió Goethe, quien trabajó un año en Perú apoyando a
pequeños empresarios, por encargo de la ONG Swisscontact.
Control absoluto del mercado
La socióloga aclaró por qué las semillas transgénicas de soja y los
herbicidas son inseparables. Y es que detrás de todo está el monopolio
de las multinacionales agroquímicas.
"La soja es uno de los peores ejemplos en lo que concierne a la
tecnología genética", señaló, al tiempo que mostraba un mapa mundial de
las zonas donde se cultiva este producto. "Más de la mitad de la soja
que se comercializa en el mundo – una parte se destina al consumo
humano y otra es alimento de animales – proviene de semillas
manipuladas".
La mayoría de esas plantas están fabricadas para resistir malezas y
tolerar herbicidas. Estas cualidades han sido aprovechadas por las
multinacionales de agroquímicos, que entre 1994 y el 2004 se fusionaron
para controlar el mercado mundial.
Quedaron la suiza Syngenta, las alemanas Bayer y Basf, y la
estadounidense Monsanto como las principales vendedoras de
agroquímicos; y DuPont , Pioneer, Monsanto y Syngenta como las más
importantes proveedoras de semillas manipuladas genéticamente.
"Mediante contratos y pactos, estas multinacionales negocian las
licencias y determinan los precios, precisó Goethe.
Lo que llevó al boom de la soja
Las semillas de soja que se cultivan en Argentina son vendidas por
Monsanto, transnacional con sede en Missouri, Estados Unidos. Antes del
boom de la soja, los argentinos podían comprar este producto por la
mitad del precio que pagaban los campesinos norteamericanos.
Y las cosechas de soja argentinas se vendían bien en el mercado
mundial, porque la sequía había afectado la producción en los Estados
Unidos y China había aumentado sus importaciones.
Mientras en el 2002 una tonelada de soja costaba 150 dólares, en el
2004 se vendía a 198 dólares. La soja se convirtió entonces en la
principal materia prima proveedora de divisas, y hoy representa el 40%
de las ganancias por exportación argentinas.
Agricultura biológica, una alternativa
Hay alternativas para evitar el caso argentino. "Una de ellas es la
agricultura biológica, y aquí se tiene que seguir investigando, pues
aún no hay respuestas a todo, precisó Goethe en conversación con
swissinfo. Además, debería haber una investigación y una política
agrarias que respondan a esa agricultura, agregó.
El 27 de noviembre próximo los suizos votarán la iniciativa popular
Alimentos libres de tecnología genética. Según Goethe, "hay mucha
presión contra esta iniciativa, y sus detractores afirman que atenta
contra la investigación y destruye puestos de trabajos, pero eso es
tergiversar los hechos".
La iniciativa, agregó, no está contra la investigación antes de la
moratoria de cinco años. "Debe continuarse con la investigación
genética con plantas y animales para poder saber cuáles son las
consecuencias para la salud o los riesgos ecológicos".
Como representante de Swissaid, que apoya la iniciativa "porque una
agricultura libre de esa tecnología en Suiza sería una señal importante
para los países en desarrollo", Goethe aseguró que los consumidores
helvéticos no quieren alimentos manipulados genéticamente. "Por eso,
confiamos que la iniciativa será aprobada", concluyó.
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