Página 1 de 2 La
relación del hombre con la naturaleza ha cambiado de manera
considerable desde la revolución industrial, hasta el punto de que las
actividades humanas han llegado a modificar un frágil equilibrio
climático donde solo imperaban los acontecimientos naturales.
Hoy los datos que evidencian el aumento de la temperatura en nuestro
planeta son mucho más fiables y precisos, gracias a los satélites y
modelos estadísticos fiables. Por ejemplo, a partir de 1861 se registra
anualmente la temperatura media en la superficie terrestre. Desde
entonces, la Tierra se ha calentado alrededor de 0,6 grados. El siglo
pasado fue el más tórrido, y 1998 el año más caliente. Empero, en 2002
se superó la temperatura registrada en 1998.
El aumento de temperaturas acarrea consecuencias también mesurables.
Los glaciares retroceden y la extensión y grosor de la cobertura de
hielo y nieve disminuye de manera considerable. El efecto inmediato
deviene aumento del nivel del mar —de 20 a 25 cm durante la última
centuria.
De continuar las tendencias actuales, la temperatura promedio podría
aumentar entre 1 y 2,5º C en los próximos 50 años, y de 2 a 5° C para
finales del siglo XXI.
La idea de que la temperatura global va en aumento es unánime entre los
científicos; las causas, sin embargo, pueden encontrarse en múltiples
orígenes e interaccionar entre sí. Los últimos informes confirman que
la influencia humana es cada vez más notoria y puede diferenciarse de
las naturales, como la irradiación solar, las erupciones volcánicas o
la variabilidad interna del clima, entre otras.
El motor climático del planeta es la energía solar. Cuando las
radiaciones alcanzan a la atmósfera, una pequeña parte de ellas se
refleja y se pierde en el espacio; el resto llega a la superficie
terrestre que, a su vez, absorbe una fracción y refleja el resto, pero
con una diferencia: las radiaciones han cambiado sus características
físicas al entrar en la atmósfera y aunque han penetrado sin
dificultad, ya no se les permite salir y son absorbidas.
Este fenómeno, conocido como efecto invernadero, es causado por los
gases que componen la atmósfera. El vapor de agua, el dióxido de
carbono, el metano, el óxido nitroso y otros gases de origen industrial
son los principales responsables de la retención del calor.
Imprescindible… en dosis exactas
El efecto invernadero en sí es un fenómeno natural e imprescindible
para mantener una temperatura relativamente alta y constante que
permita la vida en el Planeta. Sin la concentración natural de estos
gases en la atmósfera, el nivel promedio en la superficie de la Tierra
sería similar a la de la luna, -18º C.
Desde la Revolución Industrial a nuestros días, la concentración de los
gases que se producen se ha disparado peligrosamente. Actividades
humanas, en especial la quema de combustibles fósiles, la deforestación
y determinadas prácticas agrícolas han convertido el dióxido de carbono
en el principal gas de efecto invernadero, con un aumento del 31% desde
1750. Otros gases como los CFCs ni tan siquiera existirían en la
atmósfera de no ser por las actividades industriales.
El dióxido de carbono es incoloro e inodoro. Se encuentra en la
atmósfera en un 0,033 %. Es un fluido muy común; los animales y las
plantas lo producimos en la respiración y también aparece a
consecuencia de la combustión. No es un gas venenoso y sus efectos son
nocivos cuando está concentrado debido a la falta de oxígeno,
produciendo asfixia.
Al combinarse el carbono con el oxígeno se produce dióxido de carbono.
El hombre ha modificado el ciclo del carbono al talar los árboles, lo
que disminuye las plantas disponibles al quemar carburantes fósiles. El
problema se agrava porque al disminuir la superficie arbolada,
disminuye también la capacidad de la atmósfera para eliminar el exceso
de dióxido de carbono atmosférico. El efecto neto del aumento de la
combustión y la deforestación es un incremento del nivel atmosférico de
dióxido de carbono.
¡Pare!
Entre los efectos previsibles de las tendencias actuales se encuentra
una posible elevación del nivel del mar de unos 20 centímetros en los
próximos 40 años, y de 60 centímetros a finales del siglo XXI. Las
consecuencias sobre las zonas costeras son catastróficas. Amenaza la
seguridad de un tercio de la población humana que reside en ellas.
Asimismo los patrones de las lluvias, enfermedades y los ciclos de la
agricultura se modificarían de forma negativa, acentuándose tanto la
intensidad como la frecuencia de huracanes y ciclones en la zona
tropical, e incluso extendiéndose a latitudes hoy poco afectadas por de
tales fenómenos.
También surgirían efectos impredecibles sobre la estructura de los
bosques tropicales y su diversidad biológica, debido al elevado grado
de vulnerabilidad y adaptabilidad a cambios en el equilibrio ambiental.
Una variación de 2 ó 3º C en la temperatura promedio del planeta podría
"disparar" la pluviosidad en áreas de alta precipitación tropicales,
afectando los ciclos agrícolas y agravando las inundaciones y la
erosión de los suelos. Puede también causar una menor precipitación en
épocas de sequía, con considerables efectos sobre la agricultura, así
como sobre el suministro de agua y alimentos a zonas pobladas.
Las mismas causas de origen humano que ayudan al cambio climático son
las que deben ser atajadas. Rebajar la concentración de gases con
efecto invernadero es lo sensato y puede llevarse a cabo, o bien
reduciendo las emisiones o elevando su absorción, aunque esta última
medida por si sola sea insuficiente.
Para reducir las emisiones en menester introducir nuevas tecnologías
más eficientes y menos contaminantes, especialmente a nivel energético,
con la sustitución progresiva de los actuales combustibles (carbón,
petróleo o gas natural) por otros con tasas de emisión más bajas y la
potenciación de fuentes de energía renovables. La protección de los
bosques y las nuevas plantaciones permitirían potenciar la capacidad de
los vegetales de absorber el dióxido de carbono.
Además de las acciones políticas impostergables a nivel local, la
acción internacional es ineludible, pues se trata de un problema de
repercusiones globales. Los primeros acuerdos llegaron en 1992, con la
cumbre de Río de Janeiro. Los diferentes países firmantes reconocieron
que debían emprender acciones para estabilizar la concentración de los
gases con efecto invernadero hasta que los niveles no comprometieran
los sistemas climáticos.
En 1997 se produce un acuerdo internacional para reducir las emisiones
a la atmósfera de gases de efecto invernadero en el llamado protocolo
de Kyoto. Estipula que los 39 países desarrollados se comprometen a
reducir sus emisiones en un 5,2% de media respecto a los niveles de
1990 y 1995, entre 2008 y 2010.
El acuerdo afecta a seis gases: dióxido de carbono, metano, óxido
nitroso, hidrofluorocarbono, perfluorocarbonos y hexafluoruro de
carbono. Las cuotas fijadas para cada país contemplan una reducción del
8% para los 15 miembros de la Unión Europea, Suiza y varios países
europeos; del 7% para EE. UU. y Canadá, y del 6 % para Japón. Rusia,
Nueva Zelanda y Ucrania, estando además obligados a estabilizar sus
emisiones en el mismo tiempo.
USA, la nota discordante
La Conferencia de las Partes en La Haya, en octubre de 2000, debía
alcanzar un acuerdo definitivo para poner en práctica el Protocolo.
Pero las discrepancias entre los estados miembros impidió que se
llegara al consenso y hasta el momento, las medidas de Kyoto siguen en
el aire.
Por ejemplo, comprar a los países menos contaminantes sus derechos de
emisión, los proyectos para transferir tecnologías más eficientes a
naciones en desarrollo y contabilizar los sumideros de CO² (como
bosques y zonas húmedas que consumen dióxido de carbono), son
dispocisiones ecológicamente beneficiosas, pero que intentan
neutralizar la aplicación de mecanismos para reducir de inmediato la
emisión de gases. Allí Estados Unidos llevó la voz cantante y otros
países le hicieron coro, pero la Unión Europea no estuvo de acuerdo.
Basado en una economía de energía y combustibles baratos, Estados
Unidos no está dispuesto a emprender una reestructuración de sus
empresas con tecnologías menos contaminantes o a aumentar la presión
fiscal sobre los transportes (con tasas sobre las actividades más
contaminantes, por ejemplo). Como resultado, es el principal emisor de
gases de efecto invernadero.
La comunidad europea, en cambio, está interesada en potenciar una
renovación, asumiendo los costes que a corto plazo va a significar la
búsqueda de combustibles más limpios, mientras que los llamados "en
vías de desarrollo" aspiran a marchar hacia las nuevas tecnologías no
emisoras de gases de efecto invernadero, aunque con toda justicia
reclaman que los países ricos colaboren en la financiación de los
proyectos.
En definitiva, los países más pobres, y paradójicamente los que menos
contribuyen al cambio climático, van a ser los que con más pujanza
sufrirán las consecuencias negativas dada su posición en el mapa
económico. Carecen de medios para combatirlas y mucho menos para
evitarlas.
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Crisis climática Escrito por Benito A. de la Morena el 2005-11-19 15:31:16 Creo que el artículo presenta una correcta descripción del problema y sus interlocutores principales, pero no olvidemos que tampoco afecta el Protocolo de Kyoto a países que, como China y la India, pretenden también incorporarse a la élite de los países industrializados en el menor tiempo posible, y no con sistemas de energías alternativas precisamente. China pretende desarrollar la energía nuclear y se habla de más de quince centrales en la próxima década, para atender a una población de más de mil quinientos millones de chinos, que unidos a de la India y Pakistan, conforman un tercio de la población del planeta. Bienvenida las medidas europeas, pero recordemos que Europa también intentará vender tecnología "no limpia", civil y militar, para desarrollar al mundo asiático. No vivimos en un mundo de "buenos" y "malos", todos somos "regularcillos" Benito A. de la Morena (Huelva-España) | |