Los empresarios tienen que lidiar con demandas contrapuestas; también
los políticos. Pero cuando se trata de cuestiones globales, que son los
mayores desafíos que enfrenta el planeta, no priorizamos bien.
El cambiante foco mediático es el que dicta qué merece nuestra atención.
Escuchamos a expertos advertir sobre los problemas del calentamiento
global; otros nos hablan sobre el VIH/SIDA o sobre los problemas de los
niños que no reciben educación escolar.
En un mundo ideal, tendríamos los recursos y la capacidad necesarios
para resolver todos estos problemas de una vez. Lamentablemente, no
vivimos en un mundo así.
Como consecuencia, necesitamos hacernos la difícil pregunta: ¿qué hacemos primero?
Mayor resultado por menor precio
Esta es la simple idea detrás del llamado Consenso de Copenhagen, un
proyecto creado en Dinamarca cuyo objetivo es priorizar la agenda de
los líderes del mundo.
Les pedimos a los principales expertos mundiales que nos brindaran
información sobre la escala y amenaza que representan problemas como el
cambio climático, las enfermedades contagiosas, los conflictos armados
y la falta de educación.
Luego les preguntamos: ¿cuál es la mejor manera de resolver cada problema?
Cada uno de los expertos dio lo que consideraba era la mejor solución
para su tema determinado, identificó los costos y señaló los beneficios
de la solución.
Los expertos nos informaron, por ejemplo, sobre el costo de proveer
mosquiteros para proteger a la gente contra la malaria y los
excepcionales beneficios que traería.
También nos mostraron la mejor forma para asegurar que todos tuvieran acceso a agua potable.
Pero no es suficiente hablar con los expertos.
Si uno le pregunta a un climatólogo, éste le dirá que el cambio climático es la principal amenaza que enfrenta el mundo.
Si se le pregunta a un experto en malaria, dirá en cambio que es la malaria.
Entonces, en el proyecto del Consenso de Copenhagen les pedimos a los
principales economistas del mundo que escucharan todos estos
argumentos, comparasen las diferentes "soluciones" -cada una de las
cuales le haría algún bien al mundo-, evaluaran los costos y los
beneficios, y luego armaran su propia lista de prioridades que generara
los mayores resultados por el menor precio posible.
Romper el círculo
Nuestro grupo, que incluía ganadores del Premio Nóbel, puso al tope de su lista de prioridades la lucha contra el VIH/SIDA.
Un programa exhaustivo costaría U$S 14.000 millones, pero su potencial beneficio sería enorme.
Para el 2010 solamente, el programa habría evitado más de 28 millones
de nuevos casos de VIH/SIDA, lo cual lo convierte en la mejor inversión
que podría realizar el mundo.
Por cada U$S 1,90 invertidos se generaría un beneficio de U$S 76; es decir, los beneficios superarían a los costos por 40 a 1.
Últimos en la lista figuraban los métodos vigentes para combatir el
cambio climático, como el Protocolo de Kyoto, que cuestan más que el
bien que son capaces de generar.
Enormes problemas en espacios chicos
El Protocolo de Kyoto costaría U$S 152 millones al año por el resto del
siglo, pero sólo lograría posponer el calentamiento global por seis
años en el 2100.
Por cada U$S 1,90 invertidos en Kyoto, sólo se generarían U$S 3,80 centavos de beneficios.
La principal amenaza medioambiental que enfrenta el mundo hoy es la contaminación del aire en espacios interiores.
Según Naciones Unidas, cada año mueren 2,8 millones de personas por
esta causa, un número similar a las muertes causadas por el VIH/SIDA.
La contaminación del aire en espacios interiores se da en viviendas
pobres, donde la gente cocina y se calienta quemando cartones y
estiércol.
La solución no pasa por una cuestión de medioambiente (regular el
estiércol), sino por un tema económico: que todos tengan suficiente
dinero para comprar querosén.
De
la misma manera, los huracanes causan miles de muertes en Haití y
Honduras, pero pocas en Florida, porque los haitianos son pobres y no
pueden protegerse.
Romper el círculo de la pobreza atacando temas como las enfermedades,
el hambre y la contaminación del agua no sólo le hará un bien al mundo,
sino que ayudará a que la gente sea menos vulnerable al cambio
climático.
El hecho de que no se hable de prioridades no significa que la necesidad de priorizar haya desaparecido.
Al no hacerlo sólo se logra que las opciones sean menos claras, democráticas y eficientes.
Mucho mejor es adoptar la siguiente máxima: En vez de cuestionar el
hecho de priorizar, deberíamos preguntarnos qué debemos hacer primero.