El ritmo extraordinario de los descubrimientos en genética,
principalmente como resultado de la tecnología del ADN recombinante,
llevó al desarrollo de nuevas ramas de la biología, como la tan
cuestionada biotecnología. ¿Pero en qué se basa esta rama de las
ciencias biológicas?
El ADN de los diferentes organismos (tanto de plantas como de animales
o microorganismos) está formado esencialmente por los mismos elementos.
El avance en la investigación científica ha permitido descubrir cómo
transferir una porción de ADN de un organismo a otro.
Para lograr esta transferencia se "corta" un segmento de ADN de un
organismo con el gen deseado y se lo inserta en un plásmido (pequeña
molécula de ADN circular), éste es utilizado luego para introducir el
gen de interés en otro organismo. A este último organismo, que ha
incorporado el gen extraño, se lo denomina transgénico.
Así se han desarrollado muchos organismos transgénicos vegetales, ya
que la biotecnología, permitiendo la transferencia de un carácter
específico de una clase o especie de planta a otra, permite el
mejoramiento de plantas, haciéndolas resistentes a un insecto, virus o
herbicida particular sin modificar las características generales de la
especie vegetal en cuestión.
Los caracteres agronómicos incorporados por biotecnología (tales como
resistencia a insectos o a herbicidas) incrementan el valor agrícola de
los cultivos al permitir aumentar la producción.
Hasta ahora todo parece muy lindo, pero ¿al servicio de quién están los
científicos que desarrollan plantas transgénicas?, o mejor dicho,
¿realmente han sido un beneficio las plantaciones de transgénicos en
nuestro país?
Un poco de historia
En 1996, Felipe Solá, el Secretario de Agricultura en ese entonces,
autoriza la siembra en nuestro país de la primera semilla de soja RR,
un transgénico inventado por los científicos de la empresa Monsanto (la
empresa norteamericana que desarrolló el 2-4-5-T, el famoso Agente
Naranja, durante la guerra de Vietnam, un poderoso arboricida). El
término RR significa resistente a Round-up, que es la marca comercial
de herbicida glifosato, también inventado por Monsanto.
Al mismo tiempo se imponía en nuestro país la siembra directa que, a
diferencia de la labranza convencional, en lugar de dar vuelta toda la
tierra sólo remueve un surco donde se deposita la semilla y el
fertilizante. El sistema de siembra directa deja al suelo cubierto del
rastrojo del cultivo previo, impidiendo la erosión por el viento o el
agua.
El proceso de sojización en la Argentina se dió rápidamente gracias a
la combinación de la soja RR, la siembra directa y el herbicida
glifosato. Debido a que el costo de todo el cultivo era de alrededor de
un 30% menos, ya que se usa sólo el herbicida glifosato (que elimina
todo menos la soja RR) en lugar de varios herbicidas selectivos para
cada maleza; y además se usa una sola máquina (la de siembra directa)
teniedo un costo menor en combustible.
¿Qué sucede en la actualidad?
Hoy en día, la gran cantidad de tierra que se utiliza para plantar soja
llevó al desmonte de áreas de recreo, forestales, frutales y se ha
llegado a un punto tal que las empresas sojeras expulsan a los pueblos
originarios y a los campesinos que laboran y viven en sus tierras desde
hace varias generaciones (hecho de amplio conocimiento por su difusión
a través de los medios de comunicación).
La gran diversidad de producción agrícola en nuestro país está
cambiando hacia el monocultivo de soja transgénica. Pero eso no es lo
peor, antes los chacareros eran libres no sólo de plantar la más
variada cantidad de alimentos, sino que eran dueños de la semilla para
sembrar de un año a otro, es decir el campesino guardaba una parte de
la simiente para sembrar en la temporada siguiente. Esto hoy ya no
sucede, porque la semilla es ahora propiedad de la empresa que la
produjo, que la tiene patentada. De esta forma, temporada tras
temporada, los campesinos se ven obligados a comprarla.
El INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) durante décadas
desarrolló variedades agrícolas para el cultivo en la Argentina, pero
en 1991 entregó su colección de germoplasma a los semilleros
multinacionales, apropiándose éstos de los secretos de la producción
nacional. Desde entonces, el control y la exportación de granos quedó
en manos de las compañías cerealeras (como Monsanto) por destruirse la
Junta Nacional de Granos; además, un organismo nacional como el INTA
quedó al servicio de estas compañías.
Todo esto privó a los agricultores de las semillas de germoplasma
nacional realizadas para las condiciones de cultivo en las diferentes
regiones del país. Así llegamos al momento actual donde han
desaparecido variedades de lentejas, arvejas, maíz, trigo, lino,
girasol, batata, etc., que habían sido desarrolladas por el INTA y
sembradas durante décadas en el país.
Pero previo a la instalación de este modelo productivo, hubo captación
de intelectuales y de científicos, subordinando los ejes de
investigación a los intereses de las trasnacionales.
La sojización en nuestro país ha reducido el número de cabezas de
ganado vacuno de 65 millones a 48,6 millones y el lanar de 60 millones
de cabezas en 1970 a 12,5 millones ahora. Nos encontramos ante una
situación en la cual exportamos proteínas baratas de origen vegetal
para que otros países produzcan carne barata.
Lo peor del cultivo de la soja RR, es la acción de su monocultivo
continuado, ya que afecta la estructura y fertilidad del suelo, sumado
al sistema de cultivo que se utiliza.
Como la soja RR crece bajo pulverizaciones de glifosato, se la cultiva
por el método de siembra directa, es decir, sobre los rastrojos del
cultivo anterior, previa aplicación de herbicida. Posteriormente se
aplica glifosato y los plaguicidas necesarios mediante fumigaciones
aéreas o con equipos especiales.
Cuando comenzó este sistema de cultivo, sus defensores destacaron el
menor uso de agroquímicos, el no laboreo del suelo y de costo que
implicaba como grandes beneficios.
Si bien la siembra directa desacelera la degradación del suelo,
resolviendo el problema de la erosión, es funcional a la penetración de
empresas como Monsanto, ya que son necesarios de herbicidas para el
control de las malezas tanto antes como después de la siembra.
Hoy en día, luego de muchos años, la sojización en nuestro país ha
producido una desertificación biológica de los suelos. La no roturación
del suelo terminó generando acumulación de residuos orgánicos que no
pueden ser mineralizados. Además destruye la biodiversidad del
ecosistema por modificar la microflora y microfauna del suelo, ya que
el uso de herbicida de forma continua elimina las bacterias del suelo,
modificando la mineralización de la materia orgánica haciendo que el
suelo sea infértil. La macrofauna también se ve afectada por la
contaminación del suelo.
Por otro lado, el uso continuado de herbicidas sobre el suelo produce
también la aparición de malezas resistentes al mismo (por los
mecanismos biológicos de selección y mutación), esto obliga a aumentar
las dosis del herbicida o a usar otros más fuertes en su mayoría
cancerígenos, que terminarán contaminando el suelo y las napas de agua.
Las pulverizaciones de estos productos herbicidas (la mayoría
restringidos en sus países de origen) destruyeron montes frutales y
forestales, cinturones verdes que rodeaban ciudades y pueblos,
produciendo emigración de pequeños productores a las villas de
emergencia de las ciudades y una mayor concentración de la tierra. En
Ituzaingó, ciudad de Córdoba, se han encontrado restos de agrotóxicos
en los análisis del agua de las viviendas y hay afecciones alérgicas y
pulmonares en niños, los días que hay fumigación aérea de los mismos.
¿Qué hacemos ante estos problemas?
La respuesta de los organismos de ciencia y técnica a esta preocupante
situación es escasa. La comunidad científica parece sorda a las
necesidades de nuestro país y nuestro pueblo. Los pocos que salen a
denunciar el grave impacto ambiental que trae aparejado el monocultivo
de soja son callados o no son escuchados.
Pero estaría mal decir que la biotecnología no sirve, porque ese no es
el problema, está claro que los organismos transgénicos permiten
obtener una mayor y mejor producción. El problema reside en que los
adelantos científicos en organismos transgénicos no se encuentran al
servicio del pueblo, sino de las empresas multinacionales que explotan
el suelo haciendo oídos sordos a los estudios de impacto ambiental y
arrasando con lo que se les tope por el camino.
Hoy, más que nunca, hace falta en nuestro país, la independencia de los
organismos de ciencia y técnica de los intereses de las
multinacionales, y que estos organismos tengan una influencia real en
las políticas que el gobierno se da hacia las empresas que practican el
cultivo de soja en la Argentina.
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