
A
principio de la era cristiana, la población mundial llegaba a 250
millones; a lo largo de los 1800 años posteriores asciende apenas hasta
1000 millones, mientras que en los siguientes 145 años trepa a 2300
millones. Pero en los 60 años que van entre 1945 y 2005 aumenta hasta
6500 millones de habitantes, es decir, un incremento de nada menos que
4200 millones.
Hacia mediados del siglo XXI seremos más de 9000 millones de personas
habitando nuestra tierra. El desarrollo de las fuerzas productivas ha
sido extraordinario en el siglo XX, con un progreso tecnológico que
enterró a la profecía malthusiana, que nos condenaba a no poder mejorar
nuestro nivel de vida. El crecimiento económico de la centuria pasada
supera a todo el crecimiento acumulado anteriormente: el PBI mundial se
multiplica nada menos que 20 veces, mientras que en los 400 años
previos apenas había crecido 7 veces.
Pero enfrentamos ahora un desafío planetario, ya que las condiciones
ambientales se han deteriorado por el crecimiento de la población y del
PBI y seguirán empeorando si continúan las tendencias actuales. El
cambio climático es un problema global, porque los gases con efecto
invernadero se mezclan en la atmósfera, no importa dónde se emitan.
Antes de la Revolución Industrial (1750-1850) el nivel de gases
invernadero era de 280 partes por millón; en la actualidad, se ubica en
430 y trepa más de 2 partes por millón cada año. Esto explica por qué
la Tierra ya ha experimentado un calentamiento de 0,7 ºC en los últimos
cien años y se prevé un calentamiento adicional en los próximos años.
Los resultados serán precipitaciones más variables y una mayor
incidencia de fenómenos meteorológicos extremos. Ello, junto a la
elevación del nivel del mar, afectará negativamente la agricultura, los
recursos hídricos, los asentamientos humanos, la salud humana y los
ecosistemas.
La buena noticia es que aún es posible evitar los peores efectos
previsibles para el cambio climático si se actúa ahora, con decisión de
escala internacional. Los costos adicionales para actuar ahora y no
mañana son inferiores a los beneficios adicionales generados por las
acciones inmediatas. Según el informe publicado por el gobierno del
Reino Unido en octubre ( Stern Review: The economics of climate change
), los costos totales por el cambio climático equivalen a perder el 5%
del PBI mundial, ahora y por siempre. Pero existe el riesgo de que este
costo trepe nada menos que hasta el 20% de PBI mundial. Evitar estos
costos potenciales constituye el beneficio económico del esfuerzo que
hagamos ahora. La valorización de los costos adicionales por actuar
ahora para reducir las emisiones de gases con efecto invernadero se
estiman en el 1% del PBI mundial cada año. Como se ve, los beneficios
quintuplican a los costos.
Las inversiones ambientales que se hagan en las próximas dos décadas
tendrán profundos efectos sobre el clima en la segunda mitad de este
siglo y en el próximo. No actuar ya implicaría -según el informe Stern-
"costos equivalentes a las Guerras Mundiales y a la Gran Depresión de
la década del 30". Si no se actúa ya, la contaminación de gases en la
atmósfera se duplicará con respecto al nivel anterior a la Revolución
Industrial y causará un significativo aumento en la temperatura.
Las emisiones contaminantes pueden ser reducidas mediante la difusión
de nuevas tecnologías energéticas y en transporte, más una modificación
en la demanda de bienes y servicios. El sector eléctrico debería
reducir sus emisiones contaminantes por la utilización de combustibles
fósiles en por lo menos un 60%. Nuevas opciones de transporte colectivo
serían necesarias para abatir la contaminación automovilística. Las
energías renovables y limpias tendrán que desempeñar un papel central
para abatir la contaminación atmosférica. También deberán reducirse las
emisiones de los sectores no energéticos, como la agricultura, la
disposición final de residuos y los procesos industriales. Deberá
alentarse la forestación y evitar la deforestación, para lo cual habrá
que reconocer bonos "verdes" a quienes preserven el bosque. Si el
objetivo es estabilizar las emisiones, estos bonos deberían valorizarse
en alrededor de 30 dólares por tonelada de CO2. Este valor monetario
impulsaría a grandes inversiones en los países en vías de desarrollo
aptas para abatir las emisiones.
Históricamente, la acumulación de gases ahora existentes en nuestra
atmósfera fue provocada por los grandes países desarrollados desde los
inicios de la Revolución Industrial. Europa y América del Norte
representan apenas el 12% de la población mundial, pero son
responsables de nada menos que del 70% de los gases acumulados. Por
estas razones, es meritoria la propuesta de Jagdish Bhagwati de crear
un fondo internacional, financiado por impuestos a las emisiones
contaminantes en los países industrializados, destinados a ayudar a los
países en vías de desarrollo a aplicar tecnologías limpias. Este sería
un paso positivo hacia una globalización más equitativa y menos
contaminante.
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