Pero a diez años, la realidad es otra: la frontera agrícola avanzó
sobre los bosques nativos, se concentró la tenencia de la tierra, se
aumentó considerablemente el uso de agroquímicos, perdimos soberanía
alimentaria y nuestras exportaciones sólo alimentan al ganado europeo y
chino.
Corría el año 1996 y la por entonces secretaria de Medio Ambiente,
María Julia Alsogaray, aseguraba que con la introducción de la soja
transgénica se reduciría el consumo de agroquímicos, que además
ayudaría a reducir el avance de la frontera agropecuaria, y que
entraríamos al desafío de una agricultura capaz de proveer de alimentos
a una creciente población mundial.
Diez años después, la realidad es otra: la frontera agrícola avanzó
sobre los bosques nativos, se aumentó considerablemente el uso de
agroquímicos y nuestras exportaciones sólo alimentan los pollos y los
cerdos de Europa y China.
La soja RR, Randup Ready, de Monsanto (resistente al herbicida
glifosato, también de Monsanto) ha cambiado drásticamente el perfil
productivo, social y ambiental de la Argentina. Y estos cambios se han
visto facilitados por la acción del mundo corporativo, la adopción
intensa de tecnologías insumo-dependientes, una coyuntura internacional
y paridad cambiaria favorable, y un Estado virtualmente ausente que
permitió la instalación y difusión de la soja transgénica, favorecida
por el modelo de labranza conocido como Siembra Directa, en un amplio
espacio del país.
En esa época, productores desesperados por la crisis del campo fueron
ganados a fuerza de campañas publicitarias y marketing para que acepten
las nuevas semillas genéticamente modificadas y nuevas tecnologías para
la agricultura, a través de ejércitos de consultores y lobbistas.
Avanzando sobre los bosques nativos
La importante adaptación del cultivo está produciendo un fuerte impacto
ambiental sobre millones de hectáreas (cientos de miles por año) que
son transformadas para la siembra. El país está perdiendo rápidamente
su diversidad biológica y su diversificación social y cultural sobre la
mitad de la superficie.
La tremenda tasa de transformación de nuestros bosques nativos en el
norte de Argentina para la ampliación de la superficie agrícola (en la
mayoría de los casos para el monocultivo de soja transgénica) no tiene
precedentes en la historia.
La Selva de Yungas, el Parque Chaqueño, el Monte y la Mesopotamia están
directamente amenazados y bajo una enorme presión de transformación que
para el caso de las Yungas Pedemontanas de hecho, al ritmo actual de
desmonte, podrían llevarlas a la extinción en poco tiempo.
Se calcula que en Argentina, por año, se desmontan más de 250.000
hectáreas de bosque nativo, principalmente en el Chaco Seco, donde se
produce el 70% de la deforestación por la expansión agrícola. En los
últimos años, Salta, Santiago del Estero y Chaco, son las provincias
más afectadas por la altísima tasa de deforestación impulsada por el
boom de la soja.
Con este fenómeno cientos de campesinos e indígenas son constantemente
desalojados por las topadoras y en muchos casos las provincias otorgan
permisos para desmontar en zonas tradicionalmente habitadas.
Los bosques juegan un papel fundamental en la regulación climática, el
mantenimiento de las fuentes y caudales de agua y la conservación de
los suelos. Y de éstos obtenemos una serie de bienes y servicios
indispensables para nuestra supervivencia: alimentos vegetales y
animales, maderas y medicamentos.
El reciente desastre ambiental en Tartagal y las inundaciones de Santa
Fe, nos muestran algunas de las consecuencias de la desaparición de la
superficie forestal en la zona: pérdida de biodiversidad,
desertificación e inundaciones.
Actualmente el monocultivo de soja transgénica representa cerca del 54%
de la producción agrícola argentina: unas 43 millones de toneladas
anuales. Pero los grandes productores y el Gobierno Nacional pretenden
llevar la producción de granos a 100 millones de toneladas, lo que
implicaría un avance de la frontera agrícola que destruiría a la mitad
de los bosques nativos existentes. Con la introducción de la soja
transgénica, sólo entre 1998 y 2002 el área forestal se redujo en más
de 900.000 hectáreas.
Llenando de químicos a la tierra
La soja transgénica es el principal responsable del crecimiento del
consumo de agroquímicos en Argentina. El cultivo demanda alrededor del
46% del total de pesticidas utilizados por los agricultores.
El masivo uso del glifosato en soja, ha favorecido la aparición de
malezas tolerantes (que ya suman aproximadamente diez y continúan
apareciendo) y que estarían indicando el punto de inflexión, de
quiebre, en la aparente imposibilidad de existencia – según afirmaban
enfáticamente las empresas – de una tolerancia al herbicida. Al
utilizarlo de forma continua en el ecosistema, lo que han favorecido es
un importante cambio en el patrón de uso del glifosato, cuyos impactos
comienzan a detectarse en Argentina.
El riesgo relativo de contaminación por agroquímicos, se concentra
claramente en las áreas donde los cultivos anuales de cosecha como la
soja se expandieron con mayor intensidad.
Otro aspecto vinculado directamente con la fuerte implantación del
modelo sojero-exportador es la pérdida de nutrientes, de estructura y
la estabilidad de los elementos constitutivos del suelo. Argentina
extrae y exporta junto con sus granos alrededor de 3.500.000 toneladas
de nutrientes que, dadas las prácticas intensivas de la agricultura, ya
no puede reponer bajo su clásico sistema de rotaciones agrícola
ganaderas, abonos verdes y largos períodos de descanso, que facilitaban
una reposición importante y mantenían el balance por los nutrientes
perdidos.
Más tierra para menos hombres
El ingreso de este cultivo representó una fuerte pérdida de nuestra
diversidad productiva y produjo una fuerte concentración de la tierra.
Se calcula que la producción de soja transgénica da trabajo a sólo una
persona cada 500 hectáreas, lo implica la pérdida de cuatro de cada
cinco puestos de trabajo en la agricultura. De la mano de este
fenómeno, desaparecieron más de 180.000 productores agropecuarios y hoy
sólo el 10% de la población nacional pertenece de alguna manera al
sector agropecuario.
El modelo transgénico también ha producido importantes impactos
sociales: Mientras en el país hay 127.565 familias de pobres rurales,
el proceso de acumulación rentista y concentradora, con búsqueda de
nuevas tierras, crece tanto en la región pampeana como extrapampeana.
Muchos capitales extranjeros se instalan esporádicamente para acelerar
el circuito extractivo de ganancias y otros tantos se utilizan en
“fondos de inversión”, que desplazando al productor tradicional
arrendan (alquilan) campos en ciclos muy cortos, de menos de un año,
que no hacen más que acelerar el proceso de destrucción del suelo.
Todos los sectores, salvo la soja que crece, se vieron afectados: en el
sector lácteo desaparecieron casi el 30% de los tambos, y el consumo
promedio de leche bajó también de 230 a 180 litros. Además, el cultivo
de arroz se redujo en más del 44%, el de maíz un 26%, el de girasol un
34%, y 12 veces la producción de algodón.
Los pequeños y medianos agricultores ven constantemente amenazada su
permanencia o el acceso a la tierra, a la estabilidad de la familia
rural y a su economía regional. El modelo actual lleva directamente a
una agricultura industrial y sintética, sin agricultores.
Son estos mismos excluidos los que terminan viviendo en las periferias
de las ciudades y sobreviven con planes asistenciales, y a quienes
luego se pretende alimentarlos con los productos derivados de la soja
transgénica o directamente con los granos, en planes promovidos por las
grandes corporaciones impulsoras de los transgénicos, como el
irresponsable plan de promoción conocido como “Soja Solidaria” durante
la crisis económica de 2002.
Hacia una agricultura sustentable
Es claro entonces, lo importante que debió haber sido para la Argentina
evaluar antes todos estos impactos derivados de un paquete tecnológico
de alta intensidad. No es suficiente analizar sólo meros formalismos
técnicos a pocos factores ambientales sin realizar una evaluación de
impacto ambiental integrado en cada uno de los ecosistemas de las
diferentes ecorregiones que Argentina posee. Además el Estado y las
empresas promotoras fueron claramente advertidos de estos impactos por
investigadores independientes y organizaciones no gubernamentales tanto
del país como del exterior. Lamentablemente, para el ambiente y la
sociedad argentina, claramente impactada luego de diez años de soja
transgénica, los daños y efectos directos e indirectos son una cuestión
tangible e incontrastable.
Es claro que en materia agropecuaria y de desarrollo social, Argentina
ha perdido el rumbo de protección y fortalecimiento de su soberanía
alimentaria. Pero puede decidir cambiar y recuperar el camino perdido
apuntando al desarrollo de una agricultura familiar sustentable.
La Argentina, rica aún en recursos naturales y recursos humanos, cuenta
con todos los elementos para recuperarse. Lamentablemente, el modelo de
la soja transgénica, ante la falta de las regulaciones oficiales, esta
reduciendo literalmente la rica diversidad productiva del país.
Para todos, el lamentable ejemplo argentino de reconversión y
especialización monoproductiva de los ´90 es un riesgoso modelo a no
ser seguido, dados los importantes daños ambientales, sociales y
culturales que el país ha sufrido y del que debe salirse rápidamente,
promoviendo una verdadera política de promoción de desarrollo
agropecuario sustentable, y por ende, con inclusión social.
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Muy interesante Escrito por Vanessa Medina el 2007-09-18 19:31:45 Me parece interesante este documento, ya que el problema del hambre en Argentina no es de escasez de alimentos, sino de reparto de tierra y semillas. El aumento de la producción que promete la revolución biotecnológica no conduce a alimentar a las poblaciones más necesitadas y sí a despojarlas de sus tierras. Muchas gracias por permitir publicar mi comentario. |