Día de
la Tierra: el planeta, bajo la presión
de las actividades humanas. En el
país, los escasos avances logrados
en la protección del medio
ambiente están quedando sin
efecto. La deforestación y
la desaparición de la biodiversidad
son rampantes. La Argentina perdió
el 12,8% de sus bosques. Las pesquerías
están colapsadas.
Calentamiento global,
agua dulce en continuo descenso, destrucción
de los bosques y selvas, sobreexplotación
de las pesquerías, contaminación
creciente, extinción masiva
de especies vegetales y animales,
agotamiento de combustibles fósiles.
Los signos vitales
del planeta en este nuevo Día
de la Tierra - a sólo cuatro
meses de la Cumbre Mundial de Johanesburgo,
donde rrepresentantes de todos los
países del mundo harán
un balance ambiental de los últimos
treinta años- no son, por cierto,
tranquilizadores.
Las consecuencias
están a la vista
Según datos
del Instituto Worldwatch, la atmósfera
terráquea se está calentando
a un ritmo nunca antes registrado
en la historia y se anticipa que esta
tendencia provocará extensos
daños a los bosques, la agricultura
y los ecosistemas marinos.
La contaminación
invade la tierra, el agua y el aire
debido a la acumulación de
materiales (madera, plástico
y minerales) que se utilizan sólo
una vez y se descartan.
La familia humana
creció más que nunca
en los últimos 50 años
y, para el fin de esta década,
más de la mitad de la población
vivirá en las ciudades, donde
la quema de combustibles genera tres
cuartos de las emisiones globales
de monóxido de carbono.
En muchas regiones,
las napas de agua subterránea
están siendo bombeadas tan
rápido que no alcanzan a reabastecerse.
Bajo la presión
de la agricultura y del creciente
consumo de madera, en el siglo XX
el mundo perdió gran parte
de sus áreas boscosas.
La deforestación,
las obras hídricas y la incorrecta
ubicación de las ciudades nos
volvieron más vulnerables que
nunca a los desastres naturales. Durante
la última década, las
pérdidas económicas
por esta causa fueron más grandes
que en las cuatro décadas anteriores
combinadas.
Once de las 15 pesquerías
más importantes y el 70% de
los peces comerciales se sobreexplotan.
La pérdida
de hábitat naturales, la introducción
de especies exóticas, el comercio
y el turismo están produciendo
una dramática declinación
de la biodiversidad.
Défault
ecológico
En el país,
y en medio de un caos económico
institucional sin precedente, la situación
no resulta más alentadora.
Según la
Fundación Vida Silvestre, uno
de los ejemplos del capital que se
encuentra en el debe del balance ecológico
es el colapso de la merluza, una especie
de alto valor comercial. Otro problema
poco conocido de nuestro mar es la
invasión de especies exóticas.
En la Argentina se identificaron mareas
rojas tóxicas originadas por
microorganismos típicos del
Japón y accidentalmente liberados
por barcos de transporte.
Buenos Aires, por
otro lado, es la novena megaciudad
del mundo, con 11,8 millones de personas,
y -como sucede con otros gigantescos
centros urbanos- succiona cada vez
más energía eléctrica,
agua, madera y otros insumos de los
ecosistemas que la rodean. La capital
ostenta también un récord
peligroso: al concentrar el 41% de
la población total de la Argentina
es, junto con Lima, la segunda megaciudad
del mundo más desequilibrada
en su relación con el espacio
rural del país. Esta cifra
sólo es superada por Bangkok.
En 1989, el nivel
de dióxido de azufre liberado
en Buenos Aires fue de unas 35 toneladas
anuales y el nivel de monóxido
de carbono, de 240 t. En 1999, la
ciudad ocupó el puesto 73°
en el ranking mundial de calidad de
vida urbana.
Los bosques y selvas
autóctonos de la Argentina
perdieron, a lo largo del siglo XX,
dos tercios de la superficie que ocupaban:
en la época colonial, abarcaban
160 millones de hectáreas;
el primer censo forestal (1914) registró
105 millones; en 1956 sólo
había 59 millones, y se estima
que quedan entre 45 y 28 millones
de hectáreas.
Pero, además,
la crisis está poniendo en
riesgo incluso los pocos avances que
se habían logrado.
"En este momento,
los pequeños avances normativos
con que se contaba se están
abandonando -dice Juan Carlos Villalonga,
de Greenpeace-. El año último,
el presupuesto del Fondo de Energía
Eólica fue capturado por el
Tesoro de la Nación. La conexión
eléctrica con la Patagonia
quedó completamente colapsada.
Incluso prohibiciones que tienen rango
constitucional, como la de ingreso
de residuos radiactivos, se dejan
de lado en aras de un beneficio económico
de corto plazo. Y hasta es posible
que vuelvan a utilizarse agroquímicos
que ya estaban prohibidos. El Estado
ya no tiene poder de policía
para controlar las agresiones al medio
ambiente."
Y, más adelante,
agrega: "Si algo se logró
con el debate sobre la sobrepesca,
fue un cierto ordenamiento regional
para las distintas flotas. Los pesqueros
fresqueros, que tenían base
en Mar del Plata, poseían una
libertad de operación amplia,
mientras que los congeladores estaban
más al Sur. Eso había
permitido una muy leve recuperación
de la merluza. Ahora, se firmó
una regulación que elimina
esa zonificación. Si uno deja
subir a los congeladores se produce
una sobrecaptación, por lo
que se está poniendo en riesgo
una industria que produce entre 800
y 1000 millones de dólares
anuales".
22 de abril de 2002
Fuente:
|