Alta tecnología
"made in Argentina": para
el secado de alimentos. Permite tratar
frutas y hortalizas, y conservarlas
indefinidamente sin necesidad de la
cadena de frío. La liofilización
posibilita aumentar 12 veces el valor
de los alimentos. La técnica
fue inventada por incas y vikingos.
Invap desarrolló una ingeniería
original.
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Ambientes
de máxima asepsia
en la nueva planta de liofilización
(secado por sublimación),
en Chubut. |
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En el gris de la estepa patagónica,
el valle inferior del río Chubut
y su corredor de chacras y cipresales
esconden un as de espadas para el
campo y la industria criollos. La
novedad es una planta de liofilización
(secado por sublimación) para
alimentos. Pertenece a la empresa
Nutripac SA, y su ingeniería,
por ahora única en el planeta,
fue desarrollada por la firma nuclear
y espacial Invap SE de Río
Negro gracias a créditos del
Fondo Nacional de Tecnología
(Fontar) y avales de la provincia
de Chubut.
.
La liofilización, poco conocida
en la mesa local, no altera la estructura
físico-química del material
original crudo, pero permite su conservación
indefinida sin cadena de frío.
A diferencia de lo que pasa en el
secado por calor, con la liofilización
el aspecto, la textura, el sabor y
el aroma del alimento crudo no se
pierden. Por el contrario, se intensifican.
El proyecto tuvo prioridad nacional
y provincial porque supone dos apuestas
simultáneas: el país
puede mejorar mucho su performance
de exportador frutihortícola,
pero además podría vender
fábricas de liofilizados "llave
en mano" aprovechando que tiene
la planta más avanzada del
mundo, una que vale la mitad, consume
la mitad de energía y prácticamente
no se rompe.
Si para un tecnólogo en alimentos
liofilizar es extraer más del
95 por ciento de agua, para un transportista
significa llevar diez veces más
mercancía, pero sin unidad
frigorífica a cuestas; para
un supermercadista, stocks de frutas
y hortalizas sin gastos de conservación,
y para un economista, valor agregado
local para nuestras exportaciones.
Pero mucho valor agregado: el proceso
permite transformar un kilogramo de
frutillas frescas, que vale 20 centavos
de dólar, en 70 gramos. Sólo
que cuando se junta un kilogramo de
liofilizado (a partir de 13 kilogramos
de material crudo) el valor del producto
terminado no es, como indican las
razones y proporciones, de 2,6 dólares.
Es de 30 dólares. Casi 12 veces
más.
Aunque la liofilización es
compleja, su física es simple:
previamente congelado y trozado, el
alimento va a una cámara hermética
donde soporta un alto vacío
como sólo lo conocen los astronautas:
de los 1025 milibares típicos
a nivel del mar, la presión
de aire cae debajo de 1 milibar, lo
que supone una zambullida igualmente
brutal de la temperatura.
El agua está petrificada como
hielo, que en alto vacío "sublima",
es decir, pasa directamente de sólido
a gas, evaporándose despacio
de los tejidos, que siguen intactos.
Por eso, una frutilla liofilizada
parece seriamente una frutilla y no
una pasa, aunque pesa menos que el
telgopor.
El gusto, sin embargo, no es de telgopor.
El tecnólogo logra que la sublimación
no arrastre los aceites aromáticos
livianos del alimento. Por ende, sabor
y olor no sólo permanecen intactos,
sino que se concentran en la superficie
del material. El resultado es que
una frutilla liofilizada tiene, aunque
parezca raro, más gusto a frutilla
que una fresca. Y es crocante. Y lo
mismo vale para la carne, la papa,
la pera, la zanahoria...
"Para poner en cifras el potencial
del producto -explica el doctor Jorge
Yanovsky, de Nutripac, rarísima
mezcla de biólogo molecular
y empresario-, digamos que si la Argentina
dedicara no las actuales 800 mil hectáreas
de tierra a frutas y verduras, sino
dos millones, y además exportara
todo ese producto liofilizado, estaría
generando un millón de puestos
nuevos de trabajo. Y nuevos ingresos
por 30 mil millones de dólares."
La especulación de Yanovsky
impresiona cuando se piensa que todo
lo que genera en la Argentina el poroto
de soja anda por los seis mil millones
de dólares por año.
Con frutas y verduras liofilizadas
se lograría el mismo resultado
económico... pero en sólo
400.000 hectáreas y con 400.000
nuevos puestos de trabajo, mitad en
las chacras y mitad en el segmento
industrial. Son números que
apabullan.
El liofilizado surgió de la
necesidad, inventado por incas y vikingos
que necesitaban comida hipercalórica,
ultraliviana e imputrescible para
sus raids militares. Los incas aprovechaban
el altiplano, con sus noches glaciales
y su insolación diurna, para
transformar la papa en chuño
y la carne de llama en charqui, los
primeros liofilizados de la historia.
Los vikingos, con montañas
más bajas y sol más
oblicuo, liofilizaron el arenque con
menos perfección.
Pero aunque hoy los sobres con sopas,
guisos y otros liofilizados son más
cosa de astronautas, montañistas
y comandos militares que del comensal
común, hay otro mercado más
interesante: son las firmas alimentarias
que descubrieron los liofilizados
por su sabor intenso, su consistencia
crocante y su carácter novedoso.
Una constante en la antropología
alimentaria muestra que lo que empieza
como tecnología de conservación
la cultura lo transforma en capricho
del paladar. Nadie piensa hoy en pimientas,
ahumados o fermentación como
modos de evitar la pérdida
de carnes o lácteos, pero hace
milenios su origen fue ése.
"Más que en el terreno
de la necesidad, en el del gusto hay
un mercado de límites desconocidos,
todo a crear y conquistar", resume
Yanovsky.
Invap: del uranio a las frutillas
La tecnología de liofilización
deriva de otra francamente vetusta:
la de refrigeración. Al hacer
vacío en una masa de gas, una
bomba genera frío. En el caso
de una heladera, el frío es
lo importante, y en el caso de un
liofilizador, un subproducto, pero
la idea de base es la misma desde
más o menos 1870.
En Gaiman hay otra idea mejor: en
lugar de bombear trabajosamente el
aire hacia afuera de la cámara
de vacío se lo puede aspirar
con un chorro hipersónico de
vapor. Este pasa rugiendo a cinco
veces la velocidad del sonido por
una tobera anexa conectada con la
cámara mediante un empalme
en T.
El teorema de Bernouilli garantiza
que en el vapor hipersónico
habrá zonas de presión
bajísima que "chuparán"
el aire de la cámara hasta
expulsarlo casi enteramente. Sólo
que sin enormes, costosas y frágiles
bombas llenas de piezas móviles
y sellos, y con la mitad del gasto
de energía. Sencillo, cuesta
la mitad, a la medida de un país
rico en gas (sirve para generar vapor),
y funciona.
Opina al respecto el ingeniero Horacio
Bóccoli: "Si el Invap
no hubiera hecho en 1983 la instalación
de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu,
en Río Negro, lo de Gaiman
habría sido difícil.
Pero aunque Nutripac y Pilcaniyeu
son plantas con finalidades muy distintas,
tienen tres asuntos en común:
ambientes de alto vacío, sustancias
que subliman sin atravesar una fase
líquida y difusión de
gases a través de superficies
porosas. Lo que Invap aprendió
con el uranio tal vez ahora le permita
ganar plata al país con tomates,
frutillas, manzanas... Las vueltas
de la tecnología son notables.
Tenemos la mejor herramienta. La ingeniería
de Gaiman resulta tan barata, económica
y durable, comparada con todo lo actual,
que en medio año de funcionamiento
esta planta ya generó más
de 30 pedidos de informes en tres
continentes".
Muchos vienen de gigantes mundiales
de la alimentación.
3 de febrero de 2003
Fuente:
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