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Las golondrinas están en casa

Los especialistas creen que estos pájaros siempre vinieron a la ciudad, pero que recién en los últimos años su presencia tomó notoriedad en la opinión pública. Cómo viven, qué hacen y por qué llegan desde tan lejos.

El vuelo azulino inaugura una y otra vez su trazo acostumbrado sobre el aire, una hazaña capaz de provocar un arrebato de envidia a cualquier humano, por naturaleza condenado a una existencia bípeda. Tanto en la elevación, el planeo o el descenso fugaz, las plumas se arremolinan pero la elegancia gana de tal forma que cautivan la mirada. En ese instante, cualquier ojo sensible sucumbe a perseguirlas. Tal vez ese sea el secreto de la golondrinas, aquel enigma que atesoraron por cientos de miles de años y que les otorgó un lugar privilegiado en la literatura, la música y el pensamiento que transita más allá de la ciencia. También ese misterio que encierran sus migraciones –aún no absolutamente descifradas por el hombre–, llega hasta Rosario y puebla las costas, el Parque España, las plazas, los árboles; anuncia que, a pesar de todo, las golondrinas adoptaron la ciudad para perpetuar su ciclo de ir y venir.

Los estudios que refieren al comportamiento de estas aves en la zona del Gran Rosario se remontan a sólo cinco años. Para los especialistas resulta complicado determinar si las colonias o bandadas que transitan por la ciudad son más o menos numerosas que décadas pasadas. De todas formas, los ornitólogos se inclinan por pensar que las distintas especies “estuvieron” durante todo este tiempo, con la diferencia de que pasaron desapercibidas hasta que se produjeron algunos arribos estentóreos, como en Alsina al 2000, cuando miles de ellas se apoderaron de un árbol ofreciendo un espectáculo asombroso. Un ejemplo de cómo el fenómeno se instaló en la opinión pública.

Pero más allá de la grandilocuencia de esos sucesos aislados, las golondrinas continúan despertando un misterio insondable, tal vez por su costumbre de migrar. Esa característica instalada en su mapa genético les permite trasladarse en multitudinarios grupos en búsqueda del clima cálido, el horizonte más benévolo, el lugar más apto para que la vida perdure.

Justamente el libro “El dominio del aire”, escrito por los mexicanos Adolfo Navarro y Hesiquio Benítez se refiere a esa costumbre que desde épocas remotas adquirieron ciertas aves, golondrinas incluidas. “Las causas de la migración en un sentido evolutivo son todavía materia de especulación entre los ornitólogos. Algunos han propuesto, y tal vez estén en lo cierto, que la migración se originó como una adaptación a ambientes extremos, cuando algunas poblaciones sobrevivían al mudarse de lugar durante las etapas de mayor escasez de alimento y clima más riguroso”.

Para el ornitólogo de Esperanza –autor de varios libros sobre las aves de Santa Fe–, Martín de la Peña, la mayoría de las especies de golondrinas que pueden observarse en Rosario durante la primavera y el verano, arriban luego de un largo recorrido que comienza en Paraguay, sur de Brasil y el noroeste argentino.

Ese es el caso de la golondrina doméstica, o progne chalybea, que en estos días es factible avistar en el Parque España y otras zonas ribereñas; también la acompañan la Tachycineta leucorrhoa o ceja blanca y la Phaeoprogne tapera o golondrina parda, especies que cada año repiten el primitivo ritual de conquistar el aire hasta Rosario para reproducirse.

Otras que se observan en la zona, como la Riparia riparia o zapadora , forman bandadas que generalmente cubren travesías de más de 10 o 12 mil kilómetros entre puntos muy lejanos como California, sobre la costa oeste de Estados Unidos, hasta América del Sur; pero a diferencia de las que remontan trayectos menos distantes, no se reproducen en la ciudad.

Cuando el reloj biológico les advierte la proximidad del otoño incrementan su caudal alimentario durante algunos días, transitan por un período de inquietud y finalmente levantan vuelo para continuar con su ciclo intermitente.

De la Peña alterna la investigación científica con la actividad docente, tarea que también asume con la coordinación de grupos de aficionados que se caracterizan por ser una rara variedad voyeur cuyo centro de atención no es la desnudez si no las plumas, entre otros signos intrínsecos a las aves.

Martín Manassero es uno esos apasionados que recorre asiduamente parques y playas rosarinas con el fin de inmiscuirse entre esas vidas colmadas de trinos. “Durante estos días se pueden observar ejemplares de golondrinas domésticas nidificando en huecos de los paredones del parque España”, dijo, intentando contagiar su entusiasmo. Y luego aconsejó: “Para poder identificar estos pájaros o cualquier otra ave silvestre, se precisa un largavista para distinguir los detalles, además de una guía de aves”.

En los últimos veranos en Rosario, aparecieron muchos ejemplares en zonas costeras, quizás por la existencia de adecuados sitios para nidificar en las barrancas y por la abundancia de los insectos de los cuales se alimentan. Según estimó la ex directora del desaparecido zoológico local, María Esther Linaro, “es una bendición que aún persistan y continúen arribando a una ciudad que no siempre las supo cobijar”. El comentario aduce a anécdotas en que vecinos derribaron árboles para que los pájaros no ensucien las veredas, una actitud que –según opina la militante ecologista– “se asocia con la falta de sensibilidad”.

Alas urbanas

Según contabiliza Martín Manassero –quien es miembro de un grupo que observa aves en el sur santafesino– en el departamento Rosario hay 180 especies de pájaros, de las mil registradas en todo el país. De ese total solamente 14 o 15 se animan a permanecer en el centro de la ciudad, del que huyen a raíz del ruido, la polución y otros aspectos negativos de la dinámica urbana. De todas formas, no todo es apocalíptico a la hora de hablar de convivencia porque hay algunas especies que son muy resistentes y suelen adaptarse: horneros, tacuaritas, colibríes, venteveos, cardenillas y calandrias.

2 de febrero de 2003

Fuente: El Ciudadano & la región

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