De acuerdo con las
conclusiones de un reciente trabajo
científico, referido a la amenaza
que pesa sobre la vida de las especies
vegetales, se ha estimado que ese
riesgo de extinción afecta
a una franja ubicada entre el 22 y
el 47 por ciento. La diferencia es
el resultado de distintos cálculos
que partieron de estimaciones recientes
y diversas en cuanto al número
de las especies existentes. Las cifras
resultantes de la investigación
emprendida por Nigel Pitman y Peter
Jorgensen, de la Universidad de Duke,
Estados Unidos, superan con amplitud
la anterior evaluación del
13%, tenida hasta ahora como la más
aproximada a la realidad. Aunque el
cálculo de la gradual desaparición
de la flora mundial pueda ser materia
controvertible en su exactitud, el
acercamiento cada vez más inquietante
a la verdad del riesgo aludido tiene
que contribuir a reafirmar propósitos
de reducir las causas que producen
el deterioro de la vida vegetal.
Es oportuno recordar
que un libro de Richard Carson, denominado
La primavera silenciosa , aparecido
en la década de 1960, aludía
a los efectos destructores del empleo
extensivo de los plaguicidas que,
al ir contaminando la cadena alimentaria
de las aves, provocaba su muerte.
Así se llegaría finalmente
a una primavera sin cantos de pájaros.
Una imagen equivalente podría
traerse a colación ahora: si
no se reducen los determinantes de
la extinción de la flora, el
color de la primavera se perdería.
Importa insistir
en que entre el mundo natural y el
mundo cultural que ha ido construyendo
el hombre a través del tiempo
se establece una relación de
condicionamiento y necesidad. Por
eso no puede concebirse que el deterioro
de uno deje de dañar al otro
y, consecuentemente, toda alteración
del equilibrio ambiental también
alterará el ámbito en
el cual el ser humano es creador y
habitante. En suma, admitir el riesgo
que hoy agrede a la supervivencia
de tantas especies vegetales es, a
la vez, el reconocimiento de un peligro
que directamente alcanza al hombre
y su mundo.
Mucho es lo que
se va perdiendo al reducirse la flora.
Generalmente se concede mayor significación
a la destrucción de masas boscosas
por el esencial papel que cumplen
en la renovación del oxígeno.
Ocurre que, de muchas especies vegetales,
todavía no se ha logrado suficiente
información sobre sus funciones
y efectos ambientales. Sin embargo,
los especialistas aconsejan la constitución
de bancos de semillas y redes de conservación
a fin de asegurar el mantenimiento
y recuperación de los vegetales.
Las tareas que derivan
de la severidad del problema considerado
son múltiples. Incluyen, por
ejemplo, la reunión de toda
la información acerca de las
especies existentes, tarea que debe
desarrollarse en muchas regiones del
planeta -incluido nuestro país-
y de manera integrada. Asimismo, tiene
que avanzar el conocimiento de los
factores que concretamente van destruyendo
la vida vegetal y el modo de combatir
o neutralizar a los agentes del deterioro.
El cuidado ambiental
reclama cada vez más una educación
que debe formarse tempranamente y
en la que deben colaborar padres,
maestros, comunidades. Lamentablemente,
los mayores enemigos de la flora han
sido muchas de las obras humanas.
El proceso debe ser invertido. Los
recursos de la cultura y los medios
científicos y tecnológicos
tienen que servir a la reparación
y recuperación de la naturaleza.
11 de noviembre de
2002
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