La historia ambiental
de las zonas andinas (incluyendo las
de nuestro país) se inicia con
una seria catástrofe ecológica:
la destrucción del sistema incaico
de agricultura en terrazas, llevada
a cabo por los conquistadores. Esta
destrucción ambiental fue la
principal herramienta utilizada para
consolidar una conquista que, de otro
modo, hubiera resultado políticamente
inestable. Porque la única manera
que tenía un puñado de
hombres de hacer perdurable su dominio
sobre un pueblo entero era destruyendo
los medios de subsistencia de esa población.
Cómo se hizo
Para ello, se repartieron las tierras
indígenas y sometieron a los
pobladores. Introdujeron el ganado
y el cultivo de la alfalfa, del trigo
y de la vid, de la única forma
practicable en una región donde
las tierras eran tan escasas: trasladando
los aborígenes y sustituyéndolos
por el ganado, e iniciando los cultivos
comerciales. Para el español,
no sólo las innovaciones eran
lucrativas sino que la propia despoblación
no representaba mayor inconveniente,
ya que había gente de sobra
para compensar tal pérdida.
El sistema establecido debilitaba,
como se quería, a los pueblos
dominados; expulsaba del campo a los
contingentes necesarios para explotar
las minas y edificar nuevas iglesias,
palacios y casas, enganchados como
mitayos. También permitía
emplear a los nativos en el servicio
doméstico (yanaconazgo) u obtener
esclavos para las haciendas del Altiplano
y de la costa.
Algunas consecuencias
Desorganizado el sistema de protección
social de una población cuya
iniciativa se había congelado
después de siglos de dominación
autoritaria incaica, se sucedieron
las hambrunas y el número de
habitantes se redujo drásticamente.
La red de riego quedó casi
paralizada por falta de mantenimiento.
Las terrazas y acueductos fueron abandonados.
Al mismo tiempo, la introducción
del arado por los españoles
en zona andina ocasiona un verdadero
retroceso en la agricultura, al menos
en los índices de producción.
En efecto, el arado era una tecnología
adaptada a condiciones ambientales
diferentes, en las cuales la escasa
pendiente del terreno era determinante.
Al utilizarlo en la región
andina se desarticularon los delicados
equilibrios ecológicos que
sustentaban el sistema de cultivos
incaicos y, en poco tiempo, los surcos
del arado se transformaron en cárcavas
de erosión, por lo que gran
cantidad de áreas de cultivo
debieron ser completamente abandonadas.
Este fenómeno es paralelo
al proceso de desertificación
de amplias zonas explotadas por los
incas. Se abandonó la estrategia
de manejo de cuencas hídricas,
y en áreas de escasez de leña
se cortaron los árboles que
protegían las nacientes de
los arroyos. Así, los cursos
de agua se secaron y disminuyeron
las posibilidades de sustentar población
en esas tierras. Por ese motivo, en
la Quebrada de Humahuaca, el agua
ha ido disminuyendo a través
de los tiempos; por ello los campos
regados fueron reduciéndose
en superficie y las acequias rebajando
su altura a medida que era necesario
abandonar las terrazas más
elevadas.
Un panorama desde Tilcara
Al observar el actual paisaje que
rodea el Pucará de Tilcara,
en Jujuy, nos impresiona el desierto
que rodea esa ciudad fortificada.
¿De qué se alimentaba
la gente en esos lugares donde hoy
sólo crece el cactus? Está
claro que el entorno de su ciudad
era muy distinto y mucho más
fértil que el de hoy.
Este ataque a los naturales del país
alcanzó también a animales
y plantas; se comenzó a matar
sin límite las llamas, alpacas
y vicuñas para aprovechar su
lana y su carne. Los conquistadores
utilizaron muy pocas de las plantas
cultivadas en América. Algunas,
como el maíz, el tomate y la
papa modificaron la dieta europea.
Otras, como el tabaco, causaron en
Europa una mortandad equivalente a
la de los primeros tiempos de la conquista.
Las demás fueron olvidadas,
desplazadas por el trigo, la cebada,
el algodón, el desierto...
Vegetales que existen hoy
Algunas de estas plantas se extinguieron,
otras perdieron sus variedades más
productivas, que provenían
de una cuidadosa selección
efectuada durante muchos siglos. Otras
subsisten como curiosidad, convertidas
en "plantas de pobres",
sin que se haya intentado utilizarlas
en una escala distinta de la economía
de autosubsistencia.
Una lista incompleta de estos vegetales
incluye: la quinoa, un cereal de hojas
y granos comestibles; puede cultivarse
en las peores condiciones de altura
y sequedad de la Puna, y aún
forma parte de la dieta del Altiplano;
el tarwi, una leguminosa que tiene
tanto aceite como la soja, y mucha
más proteína; el madi,
una oleaginosa cuyo aceite se compara
con el de oliva; el amaranto, que
usado como los cereales permite amasar
un pan con delicado aroma a nuez;
la ajipa, con una raíz carnosa
como la de la remolacha; el yacon,
con raíces gruesas, carnosas
y comestibles; la oca, de tubérculos
amarillos, con gusto a castañas;
el ulluco, también llamado
"papa lisa", semejante a
este tubérculo. Además,
también se consumen la achira
y el jamaichepeque, ambos con gruesos
rizomas comestibles.
Así, el destino de los dominios
fue sufrido por los hombres y por
su ambiente: las poblaciones dispersadas
y hambreadas; los templos demolidos;
las terrazas y acueductos abandonados;
la tierra erosionada, secos los arroyos,
muertos los animales, olvidadas sus
plantas.
14 de marzo de 2003
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