BABEL
Desde hace ya muchos
años los humanos tratamos de
interpretar el sonido de los delfines,
convencidos de que ese variado repertorio
de diferentes combinaciones de chillidos,
pitidos, gruñidos, chasquidos,
tableteos y gemidos debe significar
algo mucho más profundo que
un simple llamado o un alerta ante
un peligro inminente. Sabemos hoy
que un chasquido de un delfín
contiene más información
que una frase humana pero aún
somos incapaces de descifrarlo.
Muchos experimentos
similares han demostrado que estos
inteligentes mamíferos pueden
intercambiar datos importantes entre
sí. En varias ocasiones se
colocaron a dos delfines, que vivían
en cautiverio, en dos piletas separadas
pero unidas por un canal de agua que
les impidiera verse pero no escucharse.
Se entrenó entonces a uno de
los delfines para que, activando un
complejo mecanismo de émbolos,
pudiera obtener comida. Casi inmediatamente
el otro delfín, que no había
sido entrenado lograba obtener alimento
activando un mecanismo similar en
su habitáculo. A pesar de que
había distintos émbolos
el delfín acudía directamente
al correcto. Durante todo el tiempo
los delfines habían estado
emitiendo sonidos. Sonidos que sin
duda significaban algo importante.
Estudios realizados
con orcas que, aunque no lo parezcan
también son delfines, han demostrado
que las distintas familias residentes
de diferentes zonas del planeta incluso
utilizan un idioma particular
y diferente, al punto tal de poder
distinguir la zona de origen de una
orca capturada por la emisión
de sus particulares sonidos.
Un sistema de comunicación
eficiente significa la posibilidad
de aprendizaje, un aprendizaje mucho
más complejo que el que se
logra por la simple imitación.
Después de todo fue la comunicación
y el uso de un lenguaje fluido la
principal razón que alejó
a los humanos del resto de los animales.
De nada hubiera servido la inteligencia
si las experiencias no se hubieran
podido transmitir de generación
en generación. Tomando en cuenta
que los delfines tienen un cerebro
mucho más desarrollado que
el cerebro humano y que habitan nuestro
planeta varios millones de años
antes de que nosotros aprendiéramos
a hablar, el poder comunicarnos con
ellos nos podría ocasionar
una sorpresa mayúscula.
No me resigno a
creer que tan sofisticado sistema
de comunicación, utilizado
por animales obviamente inteligentes,
sólo significa hay sardinas
en esa dirección o cuidado
con ese tiburón. Entre
los delfines y nosotros existe una
frontera intangible, la frontera del
desentendimiento, el abismo de la
ignorancia, la necesidad de saber
lo que ellos saben y nosotros no.
Sólo que tiemblo en pensar
lo que los humanos haríamos
con esa información.
"No
se puede defender lo que no se ama
y no se puede amar lo que no se conoce"
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