RECUERDOS
DEL PASADO
La palabra "naufragio"
tiene gusto a fracaso y olor a misterio.
Las historias que rodean a la historia
de un barco hundido suelen ser tenebrosas
y tapizadas de leyendas y coincidencias
que desafían la imaginación.
Simplemente no hay mares sin sal,
ni naufragios sin misterios.
Corría el
siglo XVII y América sangraba
oro, plata y joyas preciosas que abultaban
las repletas arcas de los reyes de
España. Las siluetas de los
galeones se recortaban amenazantes
en los atardeceres del Mar Caribe.
Su misión era transportar el
producto por aguas colmadas de peligrosos
y desconocidos escollos. Los tripulantes
se debatían entre la ambición
y la carga máxima que un barco
de la época podía transportar.
La ambición solía ganar.
El 4 septiembre
de 1622 una flota de 28 embarcaciones
partían desde La Habana hacia
España, en sus bodegas rebosantes
se apiñaba plata de Perú
y México, oro y esmeraldas
de Colombia, perlas de Venezuela,
los tesoros de un imperio que se hundía
con la conquista. Pero no todos los
barcos llegarían a destino.
El 6 de septiembre la flota sería
alcanzada por un feroz huracán
que asesinaría a ocho de sus
embarcaciones, entre ellas Nuestra
Señora de Atocha que se fue
al fondo llevando consigo 265 almas.
Sólo lograron salvarse del
violento naufragio tres marineros
y dos esclavos. Un segundo huracán
ocurrido un mes después esparciría
aún más los restos de
la nave y su preciosa carga. Pese
a los esfuerzos españoles por
recuperar el botín, parecía
que el Atocha había sido definitivamente
tragado por el mar y había
desaparecido para siempre.
Mel Fisher no era
sólo un buscador de tesoros,
ni un buzo avezado, era además
un hombre obsesivo y persistente.
Decidido a encontrar los restos del
Atocha empleó 16 años
de su vida en los que formó
un equipo de buzos para desanudar
la historia. La férrea voluntad
de Fisher finalmente dio sus frutos.
El 20 de julio 1985 el detector de
metales del barco de Fisher enloqueció.
Dos buzos bajaron a investigar y sólo
se encontraron con un arrecife en
forma de pirámide alargada,
rasparon una de las "piedras"
y descubrieron que se trataba de barras
de plata apiladas. El galeón
de madera había desaparecido
por completo y el tesoro quedaba expuesto
a pocos metros por debajo de las transparentes
aguas. El Atocha había sido
encontrado después de permanecer
cautivo del mar por 363 años.
Lo que siguió
fue el rescate de un fantástico
tesoro conformado por 1.041 barras
de plata, 77 lingotes y discos de
oro, varias cajas con 3.000 monedas
de oro cada una, 3.000 esmeraldas
colombianas y 85.000 objetos preciosos
como cadenas y crucifijos de oro.
Se trataba, nada menos, que del tesoro
rescatado más grande de la
historia después del descubrimiento
de la tumba de Tutankamon. Impresionante
si se tiene en cuenta que el Atocha
era apenas una de las 28 naves de
la flota...
Entre los objetos
había una copa hecha en oro
contra conjuros a la que se le atribuía
el poder de absorber los venenos que
tuviera la bebida. Sin duda cada uno
de los artículos rescatados
tenía su propia historia de
misterio y leyenda y no sólo
habían tomado la vida de los
265 marineros si no la de miles de
nativos que se emplearon para su extracción
y fabricación. Ni siquiera
Mel Fisher quedó fuera de la
carga de misterios y coincidencias,
ya que su nacimiento se produjo el
21 de agosto de 1922, apenas 16 días
antes de cumplirse exactamente 300
años del naufragio. Curiosamente,
un día por cada año
que le demandó la búsqueda.
Hay quienes aseguran
que aún quedan riquezas del
Atocha esparcidas en el fondo y quienes
aún están buscando los
restos de las otras siete naves hundidas.
Pero hay más, muchas más.
El mar, ambicioso
al fin, esconde los tesoros más
fantásticos en la colección
naval más grande con la que
se pueda soñar. Entre sus aguas
duerme pacientemente la historia de
la humanidad, esperando por siglos
en el fondo de coral a aquel que se
anime a arrebatársela y la
regrese a la superficie rodeada de
leyendas y misterios.
"No
se puede defender lo que no se ama
y no se puede amar lo que no se conoce"
|