INMUNES
A LAS MORDIDAS
El fondo del mar
no parece ser un lugar muy seguro
para un pequeño pez. Se asemeja
más a un lugar lleno de trampas
donde todos sus habitantes tienen
un apetito continuo e incontrolable.
Sin embargo esto no parece importarle
al pez cofre que se pasea despreocupadamente
por el arrecife impulsado por sus
débiles aletas caudal y pectoral
que lo dotan de una velocidad casi
ridícula para el medio en el
que vive. Su boca, más que
un arma defensiva parece la emisora
de un beso permanente. Llevado por
su gran curiosidad, suele acercarse
a los submarinistas permaneciendo
a poca distancia de éstos.
El secreto de tanta tranquilidad se
basa en un sistema defensivo realmente
eficiente. Los peces cofre están
recubiertos por un esqueleto en forma
de coraza, una especie de carrocería
ósea sobre la cual se posa
la piel. Esta coraza sólo posee
unos pequeños agujeros que
permiten el paso de los ojos, boca
y aletas. Además sus fuertes
colores fanéricos se asemejan
a un cartel luminoso que dice "no
intenten comerme, soy venenoso".
De hecho la toxicidad de su carne
lo mantiene alejado del círculo
de "amigos" de los más
salvajes predadores, incluido el hombre.
Cuando llega la noche, cansado de
tanto pasear por el arrecife simplemente
se apoya en el fondo para dormir.
Su sueño es tan profundo que
un buzo que esté realizando
una visita nocturna al fondo del mar
puede tomarlo en sus manos durante
varios segundos sin que despierte.
Un motivo más que justifica
una visita al fondo del mar.
"No
se puede defender lo que no se ama
y no se puede amar lo que no se conoce"
|