HUÉSPED
Desplazarse en un
medio tan denso como el agua supone
un gasto de energía muy importante
para un pez. Ese gasto tendrá
que ser repuesto por una mayor cantidad
de alimento. Pero resulta que para
conseguir una mayor cantidad de alimento
hay que moverse y a veces hasta emigrar
a otras zonas donde el sustento sea
más abundante.
Las rémoras resolvieron este
problema al modificar su primera aleta
dorsal hasta convertirla en una perfecta
ventosa que le permite adherirse a
la piel de los tiburones y las rayas
sin que éstos puedan hacer
nada para evitarlo. La ventosa está
formada por discos laminados transversales
localizados en la cabeza del pez y
se asemejan mucho a los dibujos de
la suela de una bota. Como la lámina
del disco de succión se vuelve
hacia atrás, la succión
aumentará cuanto más
rápido nade el tiburón
pero bastará solamente un golpe
de la aleta caudal de la rémora,
impulsando al animal hacia adelante,
para que se despegue con facilidad.
Mientras que son
jóvenes, las rémoras
se alimentan de cuanto parásito
encuentran en la piel de sus anfitriones,
y por lo tanto también los
benefician. Los juveniles muchas veces
no sólo encuentran alimento
si no que además disponen de
un lugar seguro. En la foto pequeña
se pueden ver ocho rémoras
asomándose curiosas para ver
al fotógrafo submarino desde
el conducto anal de un tiburón
ballena.
Pero las bocas de las rémoras
adultas son demasiado grandes para
tomar los pequeños parásitos.
La mayoría de las ocho especies,
en estado adulto suelen abandonar
velozmente el cuerpo de sus anfitriones
para dirigirse como una flecha contra
los cardúmenes de peces, obtienen
el alimento necesario para volver
luego a la seguridad y comodidad que
le proporcionan los escualos. Las
rémoras adultas no sólo
no son de mucha utilidad para quién
les brinda amparo sino que, por el
contrario, como es evidente en la
fotografía grande, el disco
de succión ha causado una efusión
masiva de sangre en la piel de la
mantaraya.
Es común ver varias rémoras
prendidas al casco de un barco cazador
de tiburones después de un
día de matanza ya que las rémoras
abandonan a su anfitrión cuando
los pescadores pretenden sacarlo del
agua y se pegan a lo primero que encuentran:
la parte sumergida del casco. Los
antiguos griegos ya las conocían
bien, creían que estos peces
poseían el misterioso poder
de hacer más lentos sus barcos
o incluso detenerlos por completo.
Por supuesto que nada de esto era
cierto, ellas sólo pretendían
viajar sin fatigarse.
"No
se puede defender lo que no se ama
y no se puede amar lo que no se conoce"
|