TAINHA
En las noches de la víspera
de junio la playa permanece a oscuras,
silenciosa, intocable. En las sombras
un joven pescador hace guardia. Es
probable que su abuelo haya escudriñado
el mar desde el mismo punto, varias
decenas de años antes. Está
esperando y con él espera un
pueblo, él conoce de su ancestral
responsabilidad, él sabe de
la importancia de su vigilia. Espera
por la tainha, ruega por su regreso.
Por la mañana
otro joven parado sobre una piedra
de la playa observa el mar. La señal
es inequívoca, la superficie
cobra vida, se asegura y lanza al
aire un silbido fuerte y claro. Un
par de botes de madera cierran apresuradamente
la boca de la gran bahía. Tienden
una red de varios cientos de metros.
En Bombas, cerca de Porto Belo los
comerciantes cierran los negocios,
los empleados de los hoteles se descalzan.
La playa comienza a poblarse de personas.
Todos toman los extremos de la red
y comienzan a sacarla con gran esfuerzo
del mar.
Es una pesca ancestral
de un tiempo sin memoria que vuelve
a repetirse cada año, es la
fiesta de la tainha. Con cada tirón
de la red cientos de peces saltan
por los aires, majestuosos y potentes,
resistiéndose a ser atrapados.
Un turista de habla hispana reconoce
inmediatamente al pez, es lo que nosotros
llamamos "lisa". Todos participan,
hombres, mujeres, hasta niños
tiran de la red que se pone más
pesada al acercarse a la costa. Por
momentos amenaza con romperse, el
peso se hace intolerable y alguien
comienza a gritar. Un grupo de turistas
posesionados por la escena se agregan
a la soga. Todos tiran, al mismo tiempo,
poniendo el alma en la red.
Poco tiempo después
miles de peces se debaten en la playa,
es hora de repartir. A cada uno lo
suyo, cada esfuerzo será recompensado.
En el pasado los peces eran llevados
a las casas y salados para asegurar
las necesarias proteínas de
todo el año. Hace apenas diez
días extrajeron con la red
19.000 peces que hoy abarrotan los
freezers domésticos con el
mismo fin. Cada año, desde
que el hombre pobló esas costas
dependió de las lisas para
su subsistencia. Ellas entran a la
bahía en un frenesí
reproductivo y ahí fecundan
sus huevos. Ellos tratarán
de atraparlas en una fina red que
permite a los huevos fecundados escapar
para que vuelvan a la misma bahía
el año entrante, asegurando
la subsistencia de ambos.
Es pesca artesanal,
pesca pura, sin máquinas ni
motores, es un animal subsistiendo
en base a otro animal. Ese tipo de
pesca que nunca exterminó a
los peces. Es un pueblo en busca de
alimento. Un pueblo que, en el pasado,
no hubiera podido subsistir sin la
tainha y que ha educado a sus hijos
en el respeto hacia ese fantástico
animal. Un pueblo que podía
haber mecanizado y comercializado
esta pesca hace muchos años
pero que decidió mantenerla
así.
He visto a los hombres
tirar de la red, me maravillé
con la vista de todo un pueblo unido
en el beneficio común. He visto
a quien no necesitaba peces, tirar
de la red para ayudar a alimentar
a los hijos de su vecino. Los vi repartirse
los peces con el respeto y la admiración
que sólo demuestran quienes
cuidan la vida, quienes realmente
aman el mar. Los he visto, en la playa
al atardecer, agradeciéndole
al mar por la tainha.
"No
se puede defender lo que no se ama
y no se puede amar lo que no se conoce"
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