EL
JARDÍN DE LA OSTRA GIGANTE
Todos escuchamos alguna vez la aberrante
historia de un nadador cuyo brazo
o pierna fue hecho presa de una ostra
gigante que, al cerrar las valvas
le deparó una muerte lenta
y horrible. Pero esta historia jamás
pasó en realidad.
Las tridacnas son una especie de ostras
gigantes que pueden alcanzar la media
tonelada de peso y, como todos los
gigantes, es sumamente lenta a la
hora de reaccionar. Se cierra con
tal lentitud que sería imposible
que atrapara a un nadador desprevenido
o algún tipo de pez. Es más,
si lo hiciera, la tridacna no sabría
qué hacer con él ya
que su alimentación está
muy lejos de ser carnívora.
Este tipo de ostras gigantes se alimentan
de una gran cantidad de algas que
crecen en su interior, protegidas
por su manto de carne azul y la dureza
de sus valvas. Se podría decir
que la tridacna cultiva su propio
jardín y lo protege de los
depredadores, si observamos con cuidado
podremos notar sobre su manto de carne
violáceo unos puntos brillantes,
se trata de minúsculas lentes
que permiten que la luz solar penetre
profundamente en los tejidos e ilumine
el interior de la ostra permitiendo
a las plantas unicelulares realizar
la fotosíntesis.
Las pequeñas algas prosperan
en el interior del molusco fabricando
sustancias que, directamente por vía
sanguínea son transferidas
a la masa visceral de su anfitrión.
A su vez las algas reciben de la ostra
sustancias que les son útiles
como anhídrido carbónico,
fosfatos y nitratos que son sustancias
de deshecho de los moluscos. Por lo
que las algas funcionan, además,
como auténticos sistemas excretores,
convirtiendo los excrementos de las
tridacnas en oxígeno, carbohidratos
y grasas.
La leyenda que la nombra "devoradora
de hombres" olvida mencionar
que durante años la gran ostra
fue víctima indefensa de ellos.
Residente de lugares de escasa profundidad
resultaba fácil de alcanzar
por los indígenas del Pacífico
Sur que buscaban su sabrosa carne.
Pero como sacar a una tridacna de
500 kilogramos del agua era una tarea
titánica simplemente se contentaban
con descender acompañados de
un cuchillo y cortar un pedazo de
carne del animal vivo. La llegada
de la civilización europea
no la trató mucho mejor, prueba
de ello es la gran cantidad de valvas
de tridacnas que se encuentran en
las iglesias del viejo mundo, convertidas
en pilas bautismales. Hoy son un lujoso
objeto de colección de aquellos
hombres que nunca entendieron la belleza
de tan pacífico animal.
"No
se puede defender lo que no se ama
y no se puede amar lo que no se conoce"
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