Frecuentemente se confunde a las rayas grandes con mantarrayas a pesar que las diferencias entre ambas son sustanciales. En principio se podría decir que es una cuestión de tamaño, mientras que una raya grande puede medir dos metros de punta a punta de las aletas pectorales la mantarraya puede alcanzar los nueve metros. Según un registro hecho sobre una mantarraya capturada en las Bahamas, la misma tenía cinco metros de envergadura y pesaba 1.360 kilogramos pero incluso las rayas más grandes raramente superan los 400 kilogramos.
Además, la forma de su cuerpo varía muchísimo: las rayas tienen la boca en la parte inferior del cuerpo y de esta manera la pegan al piso del cual extraen su alimento por lo que se puede deducir que tienen hábitos bentónicos (benthos – fondo), en tanto las mantarrayas tienen una boca mucho mayor y ubicada en la parte delantera del cuerpo; a los costados de la boca presenta dos lóbulos cefálicos, uno a cada lado, que le permiten direccionar la entrada de plancton, base de su alimentación. Así como es frecuente ver a una raya posada en el fondo, es igualmente frecuente ver a una mantarraya nadando a media agua o cerca de la superficie filtrando el agua para obtener de ella su pequeño y preciado alimento. Otra diferencia radica en que la raya necesita dientes modificados (aplanados) para triturar los crustáceos en tanto que la mantarraya no posee dientes ni tampoco aguijón en la cola.
Se podría decir que la mantarraya pertenece, junto con el tiburón ballena, a un grupo de «gigantes buenos» del mar que por su tamaño y la dureza de su piel no tiene enemigos naturales (salvo el hombre). Y, como animal comedor de plancton, es sumamente lento. Esto hace que los buzos la alcancen con facilidad y que el animal no se preocupe por el contacto de ellos sobre su cuerpo. La mantarraya se encuentra en todos los mares tropicales del mundo, vive en las aguas litorales cerca de la costa y también en mar abierto. En las décadas del ’30 al ’50 los cazadores submarinos consideraban a la mantarraya una presa excepcional. Los buzos de hoy, con una mayor conciencia ecologista soñamos con un encuentro donde poder acariciar a este extraño pez que aprendió a volar bajo las olas.
«No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce»