La capacidad de los océanos para absorber el carbono está disminuyendo. A esta conclusión ha llegado un grupo de científicos de la Universidad de Hawái (EE.UU.) tras trece años de estudio del norte del Pacífico. En un artículo publicado en la revista científica «Nature», los investigadores concluyen que, en contra de lo que se pensaba, los cambios en las precipitaciones y la evaporación están alterando el proceso por el cual el agua salada almacena el dióxido de carbono de la atmósfera.
La importancia de este descubrimiento radica en su influencia en el cumplimiento del protocolo de Kyoto para combatir el cambio climático, firmado en 1997. Este acuerdo obligó a los Estados a limitar a partir de 2008 sus emisiones de gases de efecto invernadero en torno a un 5,2 por ciento respecto a las cifras de 1990.
Las conclusiones del señalado estudio ponen en entredicho un mecanismo que ampara el Protocolo: los denominados “sumideros” que son medios naturales de absorción de CO2, como los bosques y los océanos. La cantidad retenida por los mismos puede restarse de la cifra de emisiones contaminantes de un país. Una “caja de Pandora” que abrió Japón en la Cumbre de Bonn de julio de 2001 y que los Estados del llamado “grupo paraguas” (Rusia, Australia, Canadá, Japón y Estados Unidos, entre otros) defendieron hasta ganar la batalla, a pesar de las múltiples incógnitas que presenta este mecanismo.
La principal “laguna” es el desconocimiento de la capacidad real de absorción de CO2 que tienen los sumideros, particularmente en aquellos ecosistemas naturales de difícil acceso. Hace 15 años se pensaba que los océanos eran capaces de hacer de sumidero de casi todo el dióxido de carbono emitido por la quema de combustibles fósiles, pero actualmente se estima que 2.000 de los 7.000 millones de toneladas de CO2 que producen anualmente las industrias y la actividad humana van a parar a los océanos, según explica Melchor González, profesor de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria (España). Es decir, los Estados justifican en unos cálculos de escasa fiabilidad su ausencia de compromiso con una auténtica reducción de emisiones.
Al igual que los científicos no saben cuánto CO2 absorbe una hectárea de bosque, tampoco pueden precisar cuánto se pierde con la tala, los incendios u otras actividades. Al arder, un bosque puede devolver rápidamente a la atmósfera buena parte del carbono almacenado en los tejidos de sus árboles. En el mismo sentido, el CO2 retenido en un suelo como consecuencia de la siembra directa puede pasar rápidamente a la atmósfera si ese mismo suelo se trabaja.
Es posible asimismo que, en un futuro, la cantidad absorbida se libere de forma natural ya que no hay garantías de que el carbono “secuestrado” hasta 2012 vaya a permanecer de esta forma más adelante. O puede que los sumideros alcancen rápidamente una saturación de su capacidad de almacenaje. «En el pasado, el intercambio de CO2 entre la atmósfera y los océanos estaba en equilibrio, pero ahora hay un desequilibrio por culpa de la actividad industrial”, considera el científico alemán Ludger Mintrop.
Por último, los ecologistas sostienen que los sumideros estimulan la plantación de grandes extensiones de especies forestales de rápido crecimiento y muy absorbentes, como el eucalipto, en detrimento de las especies autóctonas, que requieren de un mayor número de años para crecer. «Se fomenta la devastación de la selva tropical en beneficio de plantaciones ajenas al hábitat con tal de cuadrar la cuenta de las emisiones”, asegura la ONG Ecologistas en Acción.
Como es habitual, los países del sur son los más perjudicados con estas prácticas. Allí “los árboles crecen mucho más rápido, siendo entonces más eficiente la captura de carbono”, dice Ricardo Carrere, coordinador del Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales. “Al mismo tiempo, las plantaciones son mucho más baratas que si se instalaran en países industrializados, en los que el trabajo y la tierra son más caros, y reciben todo el apoyo necesario, incluyendo la represión de la población local, de parte de gobiernos del sur desesperados por aceptar cualquier inversión que deje algo de dinero, aunque sea muy poco, en el país».
Según Ecologistas en Acción, varias empresas eléctricas están financiando proyectos de reforestación en países del tercer mundo como Costa Rica o Uganda. El caso japonés es ilustrativo: desde 1998, compañías como Toyota, Kansai Electric Power, Oji Paper y Tokyo Electric Power han puesto en marcha al menos 23 proyectos de plantaciones, en su mayoría de eucaliptos, en seis países. La jugada es perfecta: estas empresas se presentan a la opinión pública como concienciadas defensoras del medio ambiente que dedican sus ingresos a la reforestación mientras acaban con la biodiversidad en la zona y alteran el hábitat natural de las comunidades indígenas.
En resumen, la contabilización de los sumideros no facilita, sino choca frontalmente con el auténtico objetivo del protocolo de Kyoto: la reducción de las emisiones. El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) calcula que este mecanismo hará que la rebaja real sea de un 1,8% en vez del 5,2% que contempla el Protocolo y retrasará la adopción de medidas para la extensión de la industria no contaminante. Como afirma Miguel Ángel Soto, responsable de la campaña de bosques de Greenpeace España: «La necesaria conservación de los bosques no debería emplearse como excusa para eludir la responsabilidad de reducir las fuentes de emisión de CO2».
Antonio Pita
Agencia de Información Solidaria