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Jugando a las escondidas

Pez trompeta

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Pocos animales hay en el fondo tan simpáticos como el pez trompeta. Curioso con los buzos, se acerca precavidamente moviendo su cuerpo con tímidos movimientos. Pero detrás de esa apariencia inofensiva hay un implacable depredador de peces pequeños.

A falta de un eficiente arsenal defensivo el pez trompeta aprendió a esconderse, su cuerpo toma el color de las ramas alargadas de los corales blandos del arrecife copiándolas a la perfección. Cuando no quiere ser visto se pega a ellas, boca abajo, suspendido en el agua y es necesario aguzar muchísimo la vista para descubrir el engaño, tal como se ve en la foto inferior.

No está mal como método de defensa pero, la posición del cuerpo prácticamente lo inhabilita para cazar. Si observamos el tamaño de la cola, que es la base de su propulsión, notaremos que el pez trompeta no es un pez veloz y por otro lado, los vivos colores que debe presentar para camuflarse lo hacen sumamente visible ante sus presas que huyen despavoridas incluso antes de que él pueda verlas. Deberá entonces acudir a la astucia para ganarse el sustento diario.

Cuando llega la hora de comer el pez trompeta sale a recorrer el arrecife en busca de pequeños peces pero, para que no lo vean se monta al lomo de otro pez, en realidad se sitúa encima del otro pez al que no toca en ningún momento y va copiando cada uno de sus movimientos como si fuera su propia sombra. No elige un pez cualquiera si no que se pega a un pez que esté en la búsqueda de presas diferentes a las que el busca. En la foto superior lo vemos montado sobre un pez globo que es un comedor de coral y pequeños crustáceos por lo que la compañía del pez trompeta no lo afecta en absoluto.

Los pequeños peces del arrecife, cuya timidez los lleva a vivir pegados al coral, ven desde abajo a un pez globo que se acerca, como no es su depredador habitual no desconfían de él, por lo que no se dan a la fuga. Al pasar junto a ellos, el pez trompeta se desmonta rápidamente de su «transporte» y ataca a los pequeños peces a los que encuentra totalmente desprevenidos. Su boca alargada no les brinda mayores opciones de escape ya que sirve como una pequeña bomba aspirante: en milésimas de segundo el pez pequeño se encuentra encerrado dentro de tubo del que ya no puede escapar.

Cuando la naturaleza no les da herramientas para sobrevivir, los animales deberán acudir al ingenio y la astucia. El juego de la vida es implacable, la mesa se sirve cada día y si no comes hoy, mañana estarás más débil para conseguir una presa. Se trata entonces de no fallar, comer y regresar a esconderse junto a la rama de un coral blando desplegando ese aire inocente que sólo caracteriza a los depredadores más astutos. Después de todo… aquí no ha pasado nada.

«No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce»