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Caricias prohibidas

Ballena franca austral

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Durante siglos los seres humanos hostigamos a las ballenas reduciendo sus poblaciones mundiales a un diez por ciento de lo que eran hace cien años. A pesar de ello las ballenas se siguen acercando a nosotros y a nuestras embarcaciones. La ballena franca, sobre todo, es un animal altamente sociable y muy curioso. Es normal verla acercarse a las embarcaciones y a los buzos; rozarlos con su cuerpo e incluso, jugar con ellos.

Es curioso entonces que muchos países hayan creado leyes que prohíben a los seres humanos tomar contacto con estos animales. Inclusive, teniendo en cuenta un principio lógico de la naturaleza que dice que cuando dos animales, uno de 40 toneladas y el otro de 80 kilos (obviamente desarmado) toman contacto, quien podría correr peligro sería el animal más pequeño. Pero mucho más curioso es el hecho de que cuando se promulgan este tipo de leyes son confeccionadas por políticos o funcionarios públicos que no sólo no consultan a los biólogos especializados sino que ni siquiera conocen los trabajos científicos publicados por éstos acerca del tema.

Roger Payne, uno de los mayores especialistas en cetáceos del mundo, resume su obra en un libro titulado «Entre ballenas» donde expone textualmente: «Se corre el peligro que en nuestro celo por proteger a las ballenas las estemos sobreprotegiendo. Si esto sucediera, estaríamos reprimiendo la clase de relación amistosa que, en caso contrario, se establecería entre seres humanos y ballenas. Una ley que mantenga separada a la gente de las ballenas, que sea ciega a esta clase de rédito (y las que existen en la actualidad sin duda lo son) privará al mundo de lo que, de otro modo, podría resultar ser una relación de confianza y amistad mutuas entre nuestra especie y las ballenas, una relación que podría cambiar nuestra vida en forma grandiosa e inesperada. Y, de paso, asegurar un futuro mucho mejor para las ballenas»

Sin duda alguna los seres humanos nos tenemos que replantear nuestra relación con el resto de los animales que habitan el planeta y hacer un necesario balance de nuestras acciones. Ya que, aunque parezca increíble, luego de cazarlas, sangrarlas y casi exterminarlas, luego de atestar los océanos con contaminación sónica, luego de contaminar los mares con manchas de petróleo, pesticidas y otros químicos y mientras miramos imperturbables a los japoneses destrozarlas sin ningún control, nos rasgamos las vestiduras y creamos leyes para protegerlas cuando un ser humano se acerca a una ballena con el simple deseo de acariciar su lomo.

«No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce»