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El club de la pelea

Pelea entre elefantes marinos

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Los elefantes marinos pasan casi toda su vida en el mar en busca de su alimento. Alejados de la costa, cerca del límite de la plataforma continental, bucean hasta los 1.500 metros de profundidad, cazando a sus presas en la oscuridad más absoluta.

Pero, con la predictibilidad de la primavera y siguiendo un designio ancestral, llegan a las playas de Península Valdés, la única elefantería continental del mundo. Las primeras hembras, vienen a parir después de un año de preñez y a intentar quedar preñadas nuevamente. A medida que van llegando se van distribuyendo a lo largo de la costa en pequeñas agrupaciones que darán origen a un harem de hasta 130 hembras. La llegada de los machos se produce un poco después, aprovechándose ellos de monopolizar el harem ya formado. Las diferencias son obvias, una hembra pesa unos 500 kilos mientras que los machos alcanzan las tres toneladas. Pero para ambos su temporada terrestre representa un gran sacrificio, desplazarse unos pocos metros es un esfuerzo físico tremendo y, por otro lado, mientras estén en tierra estarán ayunando.

Obviamente hay menos harenes que machos reproductivos, entonces los juveniles y los menos fuertes quedan apartados del grupo de hembras, pero ellos no piensan dejar en paz al macho dominante. Las demostraciones de fuerza, amenazas y las luchas cuerpo a cuerpo son constantes, los golpes que se aplican los machos trabados en lucha, se escuchan con claridad por toda la playa, día y noche. Los dientes, cortos pero fuertes, desgarran la piel de los adversarios y la sangre fluye de heridas abiertas, que se convertirán en cicatrices profundas.

Llegada la primera semana de octubre las hembras producirán el parto de un pequeño cachorro de unos 40 kilogramos que tendrá una lactancia de sólo tres semanas durante las cuales triplicará su peso. Pocos días después del parto la hembra entra en celo y vuelve a ser copulada y queda preñada una vez más. En estos días la playa se torna más violenta, el macho es incapaz de cubrir totalmente la frontera del harem y los «solteros» tratarán de ayudarlo en sus servicios maritales.

Casi el 50 % de los cachorros nunca llegarán a su primer aniversario de vida. Incluso, cientos de ellos morirán a los pocos días de nacer al ser aplastados por su padre en una pelea en defensa del harem.

Tres semanas después del parto, las hembras se dirigirán nuevamente a mar abierto a alimentarse después de un ayuno prolongado. El cachorro no las acompañará, permanecerá aún un mes más en la playa, ayunando, hasta que se sienta confiado en las olas y parta hacia el mar a conseguir su propio alimento. Los machos se quedarán en la costa unos días más, cicatrizando sus heridas al sol.

Todos abandonaran las violentas playas para volver al mar donde un nuevo peligro les espera. Las orcas, también puntuales, ya habrán arribado a la Península Valdés. Pero esa es otra historia…

«No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce»