El archipiélago de las Islas Feroe fue durante muchos años cuna de cazadores de ballenas. Estas islas situadas a media distancia entre Islandia y Escocia, en el umbral que separa el Atlántico del Mar Glaciar Ártico hoy están unidas políticamente a Dinamarca y su población posee un ingreso por cápita medio. Este ingreso se basa esencialmente en la pesca de arenque y bacalao.
Pero los habitantes de las islas, antiguos cazadores de ballenas, se niegan a perder esta tradición. Así que durante varios días al año organizan verdaderas festividades donde los padres enseñan a cazar ballenas a sus hijos.
Las víctimas escogidas son los calderones (cetáceos de hasta 6 metros de largo) que son conducidos a playas arenosas por pescadores en lanchas en batidas ruidosas que suelen durar varias horas.
Todos los animales, incluyendo hembras preñadas y lactantes, son arrastrados a tierra con garfios de acero incrustados en sus cabezas. Son sacrificados en verdaderas orgías de sangre y la carne repartida entre los habitantes. En el último período de 287 años se han matado más de 250.000 calderones y la media durante la última década es de 1.200 ejemplares al año.
A pesar de que este tipo de caza no es económicamente necesaria, hoy los habitantes de las Feroe sostienen que es tradición de la isla que los padres enseñen a cazar ballenas a sus hijos. Esta costumbre tiene una relación muy importante con el concepto de «machismo» en esta sociedad.
Es por eso que es habitual ver niños pequeños festejar, empapados en sangre, por haber matado a su primera ballena. Sin duda alguna, las tradiciones son muy importantes y deben ser respetadas. Pero ¿debería la sociedad mundial soportar este tipo de demostraciones?. En el mismo marco de las tradiciones ¿no deberíamos permitir que los cazadores de cabezas del Amazonas siguieran adelante con sus prácticas para que sus hijos no pierdan las raíces?.
Los hombres de todo el planeta deberíamos entender que el saber matar no va a hacer a nuestros hijos más hombres, sólo más imbéciles. Que el valor verdadero se demuestra respetando y enseñando lo que debería ser la más antigua de las tradiciones humanas: el respeto por la vida.
«No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce»