El primer paso de la supervivencia consiste en conseguir el alimento diario. En el mar son tantas las especies animales como tan variadas las formas de conseguir el sustento. Se requiere entonces, de una estrategia espectacular para tener éxito y no perecer por inanición.
De las 2000 clases de estrellas de mar conocidas en la actualidad hay una que sorprende por su belleza sin igual y su originalidad a la hora de alimentarse. Es la «estrella canasta», sin duda alguna un animal muy particular.
Esta pequeña estrella que tiene un cuerpo de diez centímetros de diámetro y brazos de treinta centímetros, pasa todo el día escondida, con sus brazos retraídos, entre las rajaduras del fondo. Cuando se estrena la noche, ayudada por sus cientos de pies tubulares, la pequeña estrella se trepa a los corales hasta alcanzar las ramas más altas. Al llegar a la posición elegida despliega sus brazos multirramificados en toda su extensión. Una vez extendidos hacia arriba, las puntas de los brazos se unen tocándose entre si dándole el aspecto de una bellísima canasta.
Estos brazos son en realidad una complicada red de pesca; las puntas de las ramas más pequeñas poseen diminutas cilias pegajosas que adhieren al microscópico plancton que las toca. Así, a medida que transcurre la noche, las cilias se van llenando de plancton completando la carga de la intrincada red. Una vez saturada la pequeña rama, transfiere el alimento a los surcos de la cara ventral plagados de pies-ventosas que lo hacen llegar a la boca del animal, dotada de cinco mandíbulas. Al llegar el amanecer los brazos se retraen y la estrella retorna al escondite diurno donde permanece inmóvil.
El alimento no es mucho en volumen pero tampoco es mucho el gasto de energía del pequeño animal. Si las estrellas canasta extendieran su red durante el día, el plancton atrapado les sería robado por pequeños peces y crustáceos sin que la estrella pudiera defenderse. Por eso sólo pesca de noche cuando estos animales duermen y nadie interrumpe su trabajo. En la punta de cada brazo tiene un pequeño órgano almohadillado que posee un conjunto de ojos sencillos que no pueden ver como los nuestros pero si pueden distinguir luces y sombras, suficiente para informar al primitivo cerebro que se hizo de noche o que el amanecer se asoma. Ojos sencillos pero atentos que no se dejan engañar por la luz de nuestras linternas.
El mar asombra cada día a quienes se sumergen en él, con un despliegue increíble de belleza y variedad de formas y colores, brindándonos el inmerecido privilegio de posarnos en el fondo a observar a un maravilloso animal que acaba de convertir su cuerpo en una perfecta red de pesca para que luego retornemos a la superficie asombrados por eso a lo que solemos llamar «vida».
«No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce»