Saltar al contenido

Mala fama

Morena de mar

Ir a la versión en inglés

 

 

Quien haya visitado alguna vez un arrecife de coral tuvo la enorme suerte de encontrar una anguila morena. La carne de las morenas era tan apreciada en la antigüedad que los romanos construyeron (en el 42 A de C) viveros en los que las criaban y engordaban para tenerlas siempre a su disposición. A los emperadores Tiberio, Calígula y Nerón, de crueldad legendaria, se les atribuye la costumbre de alimentar a las morenas con la carne de esclavos o de enemigos, arrojados vivos a las piscinas que aún se pueden admirar en Capri.

Es lógico de entender entonces, que la historia y su aspecto habitual le dan a este animal tan mala fama. Se trata, sin embargo, de un pez muy pacífico de costumbres temerosas que sólo se defiende cuando se le molesta o se le ataca. La morena, agazapada en su agujero, abre y cierra rítmicamente la boca mostrando sus terribles dientes, parece estar siempre en actitud amenazadora. En realidad no hace sino asegurar la circulación del agua necesaria para su respiración a través de sus branquias. Para los peces sedentarios, renovar el flujo acuático constituye un auténtico problema, que ha obligado a crear sorprendentes procesos de adaptación.

La morena no podría atacar a un ser humano a menos que este la moleste o trate de cazarla, se supone que las morenas de las piscinas romanas estaban muertas de hambre o bien se les había creado un reflejo condicionado. Estas anguilas son peces que han perdido sus aletas pectorales y sus escamas. Salen a cazar por las noches guiadas por su hiperdesarrollado sentido del olfato. Entre sus víctimas más comunes están los peces y algunos invertebrados pero siente gran predilección por los pulpos a los que acecha permanentemente.

Sus afilados dientes tienen forma de pequeños cuchillos ofreciendo la parte plana hacia adelante. Es por eso que una vez que muerde no suelta a su presa a menos que la misma se desgarre. Durante mucho tiempo se creyó que la mordida de las morenas era venenosa pero no es así. Esta creencia proviene del hecho de que sus dientes están recubiertos por una capa de mucus que hace que las heridas causadas se infecten con mucha rapidez. Suelen ser animales muy curiosos ante el paso de los buzos que visitan sus dominios. Un submarinista que las conozca a la perfección y dotado de cierta paciencia y algo de carnada puede hacerlas salir de sus cuevas con cierta facilidad.

«No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce»