Muchos miles de años antes de que la historia del ser humano comenzara a escribirse, en la costa del Océano Pacífico que hoy pertenece a California existía una maravillosa convivencia entre tres seres de por sí interesantes: las nutrias marinas, el kelp y los erizos.
El kelp es la planta marina de mayor crecimiento registrado ya que crece un promedio de 50 centímetros diarios y su gran frondosidad se mezcla y entrecruza formando bosques que llegan desde profundidades marinas hasta la superficie. Los erizos depredan sobre el kelp al punto de hacerlo desaparecer por completo, cosa que no conseguían hacer gracias a las nutrias marinas que se alimentan de gran cantidad de erizos diariamente regulando su número.
Estos tres seres convivían en una equilibrada armonía hasta mediados del siglo XIX donde los hombres comenzaron a cazar a las nutrias marinas por el valor de su piel. A principios del siglo XX las nutrias se encontraban al borde de la extinción. Los erizos, librados de su natural depredador se multiplicaban diezmando los bosques de kelp hasta casi hacerlos desaparecer.
Entonces la naturaleza volvió a autorregularse dándole una nueva oportunidad a este fantástico ecosistema. Al disminuir notablemente los bosques de kelp los erizos comenzaron a morir masivamente a causa de la falta de alimento. Al reducirse considerablemente la cantidad de erizos, los bosques de kelp volvieron a multiplicarse otra vez. Las nutrias, ahora protegidas, no lograban aumentar su cantidad después de la matanza y lo que fuera una trilogía se convirtió en dos seres vivos regulándose mutuamente: al crecer el kelp volvían los erizos y al casi desaparecer el kelp los erizos morían en gran número y el fantástico ecosistema en el que viven muchos otros animales lograba subsistir.
Entonces el hombre volvió a aparecer en escena. A mediados del siglo XX la zona comenzó a ser seriamente contaminada por la presencia de los seres humanos concentrados en las ciudades costeras. Muchos animales fueron víctimas de esta contaminación y los erizos, carroñeros al fin, se alimentaban de ellos. Este exceso de alimento volvió a beneficiar a los erizos que aumentaron su número en forma progresiva y alarmante. La gran cantidad de erizos no tardó mucho en depredar masivamente los bosques de kelp, pero aún cuando el kelp desaparecía, la contaminación impedía que los erizos murieran de hambre masivamente.
Entonces los «amigos de los animales» decidieron tomar cartas en el asunto convenciendo a los buzos deportivos zonales de bajar a los fondos marinos armados con martillos para destrozar a los erizos, seguros de que esta medida ayudaría a su regulación definitiva. Obviamente no resultó así. Ya que es ridículo y hasta contradictorio que se ayude a la naturaleza asesinando a martillazos a un animal. La destrucción causada por los buzos sólo aumentó la catástrofe sufrida por la contaminación pero no logró detener el avance de los erizos.
El hombre tratando de arreglar lo que el hombre descompuso suele ser el principio del desastre ya que solemos creer que, como animales pensantes, podremos encontrar la solución y promover el equilibrio. Cuando la verdadera solución es que el hombre simplemente deje de hacer lo que está haciendo. Que el hombre regule la contaminación que el hombre provoca para luego sentarse a ver cómo la naturaleza nos da una nueva lección de equilibrio. Ese viejo equilibrio que reinaba en nuestro planeta muchos miles de años antes de que el primero de los monos bajara de los árboles y comenzara a pensar por si mismo.
«No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce»