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Obesidad animal

Cardúmen de barracudas

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Los humanos solemos confundir a una persona obesa con una persona fuerte. Solemos creer que una persona excedida en peso es más saludable que una persona delgada y frecuentemente confundimos la delgadez como síntoma inexcusable de enfermedad. Incluso en la antigüedad la obesidad era un claro sinónimo de opulencia.

Esta creencia nos lleva a afirmar que si a unos peces que están en un acuario les arrojamos demasiada comida la consumirán hasta morir por indigestión. Estamos convencidos de que un animal en libertad, que tenga a su alcance una fuente inagotable de alimento, sin duda se hartará de comer.

Sin embargo, en el resto de los animales la gula es un extraño desconocido. Un animal que coma más de la cuenta habrá perdido velocidad, reflejos y poder de reacción lo que lo pondría a merced de sus propios depredadores. Ni siquiera un tiburón, escala máxima de la pirámide alimenticia marina, puede darse ese lujo. Si lo hiciera quedaría expuesto ante sus propios congéneres que lo convertirían en una presa fácil.

Entre los animales marinos más agresivos se encuentran las barracudas. Estos peces portadores de poderosos dientes siempre están al acecho de una presa. En su juventud las barracudas se mueven en bancos, lo que les permite capturar cooperativamente cardúmenes de pequeños peces. Cuando las veloces barracudas alcanzan a una agrupación de peces indefensos proceden a rodearlos; los peces, víctimas del pánico, se juntan a tal punto que forman una gran bola de carne asustada. Esto les resta velocidad y desplazamiento y básicamente los deja a merced del grupo agresor. Las barracudas sólo tienen que comer, pues la mesa está servida.

Las jóvenes barracudas podrían comer sin detenerse durante todo el día, pero esto no sucede. Simplemente toman un pez y se desplazan dejando espacio a otros congéneres. Cuando todos se han servido dejan de comer pero no dejan ir al cardumen de pequeñas víctimas. Los mantendrán rodeados y asustados durante varios días y cada día, cada barracuda, se alimentará de uno de ellos. En lugar de hartarse de comer, se aseguran el alimento por un período de tiempo. Después de todo, conseguir presas no es un trabajo fácil en el mar actual. Comer en exceso, como vimos, sería debilitarse pero dejar ir al alimento sería una estupidez. Simplemente mantienen su despensa de carne viva esperando el momento en que necesiten consumir nuevas calorías.

Los seres humanos, seguros en nuestras ciudades, perdimos el concepto de cazador y presa y no nos importa mucho debilitarnos, ganar volumen y peso y hacernos más lentos. Tal vez por eso las alarmantes estadísticas demuestran que el 50% de la población mundial posee al menos cierto exceso de peso. Pero lo que puede estar sucediendo es que no estamos viendo al verdadero depredador, al hombre depredador del hombre que en su eterna contradicción agrede a la misma vida que intenta vivir.

«No se puede defender lo que no se ama y no se puede amar lo que no se conoce»